Luis Eduardo Enciso Canales.
“Es difícil hacer predicciones, especialmente del futuro”, dice una frase que se le atribuye (de manera apócrifa) a Niels Bohr y también al gran Yogi Berra, en lo personal me suena más al estilo de Berra quien además de su fama como beisbolista también logro a través de sus muy peculiares y pragmáticas frases ser inmortalizado. Esa natural incertidumbre sobre el devenir siempre nos provoca el tratar de anticiparnos al acontecer “histórico-futuro” rompiendo con el marco rígido e inflexible de las predicciones para abrirnos un horizonte de alternativas y de posibilidades que favorezcan esa necesidad de certeza. Pero ese horizonte adolece de una debilidad inevitable: la precariedad de la condición humana. Esta condición es lo que realmente hace inestable el futro, en ese sentido. Del plato a la boca se cae la sopa, sentencia el dicho popular, que en realidad lo que quiere decir es que nada es seguro por seguro que parezca. Sin duda el 2020 fue un claro ejemplo de esto, nadie pudo adivinar lo que el futuro nos depararía con la pandemia, muchos planes se vinieron abajo y con ellos se le aplico un abrupto freno al crecimiento a nivel global, la destrucción de las expectativas al grado tal que aun hoy no queda claro hacia dónde nos dirigimos.
Los números macroeconómicos previstos señalan un crecimiento mundial del 5,5% en 2021, frente al –4,1% que fue el decrecimiento estimado para 2020, aunque cada región tendrá sus propias particularidades que enfrentar para poder salir adelante en donde los riesgos forman un grupo bastante nutrido y con una tendencia natural hacia la baja indudablemente. Así sean las posibles nuevas oleadas del virus pasando por los nada descartables errores de política económica, social y de salud, como la también latente relajación, de forma prematura, de los esfuerzos para paliar a corto plazo los contagios. La vacuna aunque llega en un momento muy oportuno tampoco será la panacea solucionadora y mucho menos la vara mágica que acabe con el problema puesto que se espera que su efectividad sea elevada pero no total ya que supone posibles dificultades de producción y distribución para alcanzar el alto porcentaje de vacunación que garantice la ansiada inmunidad del rebaño, esto tendrá que venir acompañado de acciones de los gobiernos para aumentar la capacidad de enfrentar de forma rápida y con un costo eficiente los avances en las terapias de tratamiento de la enfermedad.
A esto hay que sumarle una coordinación más eficiente de los distintos elementos que conforman los sistemas de salud a nivel nacional dejando de lado las patadas debajo de la mesa para otras cuestiones menos prioritarias. Este será un año desafiante para nuestro país porque además es un año político porque tendremos el proceso electoral más grande de la historia con la renovación de la Cámara de Diputados, de 30 congresos locales, de 15 gubernaturas, además de casi 2 mil alcaldías en el país y se tendrá un padrón electoral nunca antes visto, de aproximadamente 96 millones de personas, lo que representa 6 millones más que en 2018. Como en todas las elecciones intermedias que enfrentan los gobiernos en turno, este proceso será un virtual prueba de fuego para el presidente Andrés Manuel López Obrador, porque del resultado depende el control político que pueda seguir teniendo o no, y con ello la dinámica económica y política de la segunda parte de la administración. Este será el año de las vacunas y las estrategias de aplicación, el año del retorno gradual a una nueva normalidad, el año de la recuperación económica, el año en el cual la política norteamericana abandonará el desorden al que la llevó Trump y el año en el cual el gobierno mexicano y el presidente enfrentara por primera vez la aprobación o desaprobación de su mandato.
Aunque ciertamente hay condiciones que pueden favorecer que sucedan o se den algunos acontecimientos de manera predecible, es una realidad que el futuro se presagia aún incierto y es que sin duda como dijera el célebre Don Jesús Reyes Heroles; “en política la forma es fondo”, y en México el político es un abigarrado sistema que de entrada no ha terminado de cohesionarse. Transitamos de la hegemonía de un solo partido en el poder por más de 70 años, pasando por una efímera y endeble alternancia encabezada por un partido de derecha, llegando a nuestros días en donde hoy somos gobernados por un sub producto político resultado de ese complejo sistema político nacional y que no sabemos todavía bien a bien cuál es su estructura, que a simple vista da la impresión de ser una amalgama con tintes frankeinstianos. Esto sin duda nos habla de una gran inmadurez política del electorado, una ciudadanía que tampoco acaba de entender su rol y que mucho menos entiende la importancia de sus decisiones, por eso vamos de tumbo en tumbo y con los ojos vendados tratando de “atinarle” al bueno, al que ahora sí, no haga el milagrito de transformar al país, sueño huairo que jamás llegara, pero ahora el monstruo es real y se llama porvenir, y de él depende nuestro futro, nuestro reto es superarlo.