Leer . . . ¿para qué?

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Simón Álvarez Franco.

Es la pregunta que me han hecho algunos de mis conocidos y amigos, desde que se dieron cuenta que leía 50 páginas diarias de un libro, como una disciplina autoimpuesta. Leo desde que mis tías que se encargaron de mí y de mis 4 hermanos a la muerte de mi madre, cuando ella dejó este mundo a los 28 años de su edad y 6 de la mía. Ellas me enseñaron a leer.
Esto me recuerda dos anécdotas; una de ellas, ya siendo adulto, un amigo a quien recomendé leyera una novela que me había gustado, me contestó: “ya leí una en la secundaria, para qué leo otra?

En otra ocasión me visitó en casa un compañero de trabajo y sabiendo que tanto que mi esposa y yo éramos voraces lectores, nos pidió que le diéramos una lista de 10 libros para leerlos, ante nuestra ´pregunta, ¿por qué tan de repente nos pides tal favor, si nosotros sabemos que en tu actual empleo y vida no requieres más ilustración que la que ya tienes?

Nos respondió: “Es que me están ofreciendo un mejor empleo, de Director de un periódico local que se va a abrir próximamente. Le hicimos la lista desde luego, pero con la advertencia de que al leerlos no iba a aumentar su acervo de conocimientos, porque leer es como la amistad y el amor, es necesario sembrar, regar, quitar malezas, podar en fni, CULTIVAR y la cultura del lenguaje es como cualquier otra cultura, hay que adquirir la costumbre de hacer algo y luego vendrá con el tiempo y el esfuerzo la COSECHA, no es cosa de leer, sino que hay que aprender a hacerlo, al igual que el amor y la amistad y tantos otros valores que se dan en la vida diaria.
Comprendí muy pronto que el estudiante de cualquier disciplina posee la coartada perfecta para dedicarse casi exclusivamente a leer obras extraordinarias durante años: puede sumergirse entre las páginas de Moby Dick, dejarse deslumbrar por la lucidez de Kafka, descender hasta el noveno círculo del infierno guiado por Dante.

Ahí tienen mi primer “para qué”. Tal vez el más honesto. Pero como no basta; voy a aventurar uno más formal.

El estudio de un idioma exige, cuando menos, una exposición prolongada a la literatura. Y dicha exposición puede ayudar a formar personas críticas y sensibles que saben leer, escribir y PENSAR. No son -capacidades despreciables, ni en la vida diaria ni en el mercado laboral- y hoy se requieren con urgencia. Pero vamos poco a poco.

Aprender a leer

De acuerdo con el gran poeta Ezra Pound:, “la gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”. Esta afirmación tiene varias implicaciones. La primera, que el lenguaje literario dice más de lo que dice.
Su operación básica no es la ornamentación, lo barroco, sino la condensación. Tomemos por ejemplo estos versos de Giuseppe Ungareti:

“Eres la mujer que pasa
Como una hoja
Y dejas en los árboles un fuego de otoño”.
O Pablo Neruda que a los 19 años escribió:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”,
o “Me gustas cuando callas, porque estas como ausente
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca
parece que tus ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca”.

La dimensión lógica-gramatical de los signos está rebasada, incluso, puesta en crisis, por la multiplicidad de sentidos y niveles que se tejen en la dimensión retórica-poética.

¿Y esto, qué? Preguntarán algunos. Eso, respondo en corto ,
enfrentarnos a eso durante los estudios literarios- nos ENSEÑA A LEER. Nos entrena para apreciar la materialidad y sonoridad de las palabras, sus resonancias culturales e históricas; lo que sugieren, evocan, señalan e implican. De nuevo . . .¿y eso QUÉ? Nos enseña no sólo a pensar en símbolos, significados, ilusiones que quiso dejarnos el autor a nuestro YO interior, otro ejemplo del saltillense Julio Torri, quien escribió el cuento más corto conocido en idioma español: “ Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Estudiemos su significado; el personaje era un ser de la arqueología? Se refiere realmente a un animal prehistórico? O se trata de un contemporáneo nuestro que simboliza a aquel extinguido animal con sus problemas oníricos o reales? Se trata de un ideal o una quimera? En fin, podemos interpretarlo de mil maneras según la cultura, los deseos, los conflictos o la esperanza del lector. Vemos que la interpretación de lo leído proviene de la vida real o interior del lector.

Leer para cuestionar
Respondo, volviendo a la frase de Pound: si el idioma puede cargarse de significados, es porque tiende a descargarse. El idioma es algo vivo, cambiante, se enferma, se degrada en frases y hechos. Un ejemplo; la palabra “solidaridad” se usó, se degradó, aburrió por exceso de uso en la presidencia nacional ocupada hace algunos sexenios por un señor de cuyo nombre no quiero acordarme. ¿ustedes han usado esa palabra recientemente? El idioma se renueva, crece, se seca, y también muere lamentablemente convirtiéndose en una secuencia de clichés, frases que se gastan, eslogans, y si no, veamos el lenguaje de los jóvenes que pronto serán profesionistas, el fenómeno se filtra a través de los medios de comunicación masiva y se engendra un lenguaje aún más taimado, dirigido a las masas, a hacerlo más fácil de digerir, finalmente, todo se cuela al lenguaje privado, íntimo, aunque queramos negarlo. Todos tenemos una “situación propia” una trampa que podría arrebatarnos nuestro lenguaje privado –nuestra voz-.

Por eso Pound dice que el lenguaje, tiene que ver con la “solidez y la validez de las palabras”, “con mantener limpias las herramientas del pensamiento”.

No me atrevería a decir que “leer más” equivale a “pensar más”. Sin embargo, sostengo que el estudio de las letras puede inocularnos contra el lenguaje hueco y taimado. Al menos nos hace lidiar con otro tipo de operaciones lingüísticas; las que intentan dar cuenta de algo parecido a la verdad, generalmente de manera balbuceante, fragmentaria o cifrada, pero precisa y rigurosa en su búsqueda.

La ahora llamada IA “Inteligencia Artificial” sumamente usada en esta era digital, no creo que llegue a fabricar máquinas robot que “piensen”, Si la palabra inteligencia deviene del latín inteligentia que contiene el prefijo “inter”, entre y el verbo legere, leer. Etimológicamente , ser inteligente es: saber leer, pero “leer-entre”, es leer entre líneas, ir más allá.

Leer para actuar

¿Y esto, qué? Preguntarán algunos. Eso, respondo en corto ,
enfrentarnos a eso durante los estudios literarios- nos ENSEÑA A LEER. Nos entrena para apreciar la materialidad y sonoridad de las palabras, sus resonancias culturales e históricas; lo que sugieren, evocan, señalan e implican. De nuevo . . .¿y eso QUÉ? Nos enseña no sólo a pensar en símbolos, significados, ilusiones que quiso dejarnos el autor a nuestro YO interior, otro ejemplo del saltillense Julio Torri, quien escribió el cuento más corto conocido en idioma español: “ Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Estudiemos su significado; el personaje era un ser de la arqueología? Se refiere realmente a un animal prehistórico? O se trata de un contemporáneo nuestro que simboliza a aquel extinguido animal con sus problemas oníricos o reales? Se trata de un ideal o una quimera? En fin, podemos interpretarlo de mil maneras según la cultura, los deseos, los conflictos o la esperanza del lector. Vemos que la interpretación de lo leído proviene de la vida real o interior del lector.

Leer para cuestionar

Respondo, volviendo a la frase de Pound: si el idioma puede cargarse de significados, es porque tiende a descargarse. El idioma es algo vivo, cambiante, se enferma, se degrada en frases y hechos. Un ejemplo; la palabra “solidaridad” se usó, se degradó, aburrió por exceso de uso en la presidencia nacional ocupada hace algunos sexenios por un señor de cuyo nombre no quiero acordarme. ¿ustedes han usado esa palabra recientemente? El idioma se renueva, crece, se seca, y también muere lamentablemente convirtiéndose en una secuencia de clichés, frases que se gastan, eslogans, y si no, veamos el lenguaje de los jóvenes que pronto serán profesionistas, el fenómeno se filtra a través de los medios de comunicación masiva y se engendra un lenguaje aún más taimado, dirigido a las masas, a hacerlo más fácil de digerir, finalmente, todo se cuela al lenguaje privado, íntimo, aunque queramos negarlo. Todos tenemos una “situación propia” una trampa que podría arrebatarnos nuestro lenguaje privado –nuestra voz-.

Por eso Pound dice que el lenguaje, tiene que ver con la “solidez y la validez de las palabras”, “con mantener limpias las herramientas del pensamiento”.

No me atrevería a decir que “leer más” equivale a “pensar más”. Sin embargo, sostengo que el estudio de las letras puede inocularnos contra el lenguaje hueco y taimado. Al menos nos hace lidiar con otro tipo de operaciones lingüísticas; las que intentan dar cuenta de algo parecido a la verdad, generalmente de manera balbuceante, fragmentaria o cifrada, pero precisa y rigurosa en su búsqueda.

La ahora llamada IA “Inteligencia Artificial” sumamente usada en esta era digital, no creo que llegue a fabricar máquinas robot que “piensen”, Si la palabra inteligencia deviene del latín inteligentia que contiene el prefijo “inter”, entre y el verbo legere, leer. Etimológicamente , ser inteligente es: saber leer, pero “leer-entre”, es leer entre líneas, ir más allá.

Leer para actuar

Admito que todo lo anterior puede sonar a “ratones de biblioteca” discutiendo si las mujeres pueden (o no) ser como hojas que encienden árboles en el otoño. Para salir del embrollo recurro a los antiguos griegos quienes señalaron que una de las funciones de la poesía es “conmover”. Este verbo no se limita a definir la agitación de los sentimientos. Significa “mover-con”, poner en movimiento. Así la literatura transmite una carga emocional, una fuerza que es “nutrición de impulso” y esa fuerza se traduce en ACCIONES, pone en marcha nuevos códigos, transforma contextos a lo largo del tiempo. Tienden puentes, hacen conexiones más allá del texto. Uno se puede “entender con el lenguaje”, “que entiendan la fuerza de las palabras”, en suma, quiero que se valgan de la literatura para abrirse a lo nuevo, a repensar el mundo y habitarlo de otra u otras maneras.

Literatura mexicana

La creación literaria mexicana tiene una muy larga tradición, desde la rica y variada literatura pre-hispánica, las crónicas de la Conquista, la producción poética y en prosa de la Colonia, los cantares de la Revolución hasta la literatura de la Independencia y las corrientes de los siglos XIX y XX, el romanticismo, el modernismo hasta las Vanguardias que desembocan en las manifestaciones más destacadas de la narrativa, la poesía, la crónica, el ensayo y la dramática.

México posee escritores de relevancia universal como Nezahualcóyotl, Sor Juana, Juan Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro, Jaime Sabines, Carlos Monsiváis , José Emilio Pacheco, éstos sólo por citar a escritores contemporáneos, ya que la lista es infinita y para todos los gustos, ahí están, esperando que alcemos los brazos para escogerlos en bibliotecas y librería.
La literatura mexicana ha sido un reflejo de nuestra sociedad tanto de su vida diaria como de las confrontaciones no sólo de carácter estético entre sus creadores, sino también los conflictos de orden social, político y económico. Como dijera Octavio Paz: “Tradición y ruptura”, caracterizan a las letras mexicanas

Educar para leer

Quiero terminar con una frase del recientemente declarado por el Congreso Nacional como “Persona Ilustre de la Patria” fallecido en 1995, Prof. José Santos Valdés, quien dijo:

“El único sistema válido para educar, es con el ejemplo”.

Entonces, Maestros, Educadores, Padres de Familia, toda aquella persona que tenga a su cargo la educación de niños, jóvenes y adultos, leamos y leamos, que nuestros educandos, hijos y parientes, que nos vean constantemente leyendo, no solamente cargando libros, sino que en nuestros hogares y lugares de labores nos vean leyendo, ese es el mejor ejemplo que podemos dar a los que forman ahora el futuro de México.