A invitación de Armando Castilla Sánchez, comencé a escribir en Vanguardia el 2 de septiembre de 1992, en donde sin censura critiqué las corruptelas de Mendoza Berrueto y su equipo de “gobierno”. Una semana antes tomó posesión de la Presidencia de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH), Javier Villarreal Lozano, para proteger la corrupción y los abusos de su nuevo mecenas.
Javier Villarreal Lozano era considerado un activo laboral en el gobierno del estado, pues desde el sexenio de Óscar Flores Tapia se mantuvo en las nóminas gubernamentales haciendo de todo y disfrazándose de periodista e intelectual.
El 15 de octubre, día del Quinto Informe de Eliseo, escribí que el gobernador nada diría sobre la corrupción, dejadez y abusos constantes en su gobierno. A EMB le molestó mi escrito y se quejó con Armando Castilla Sánchez. Ese fue el preludio del secuestro de mi hijo Ernesto.
Sin pena ni gloria, Eliseo rindió su Quinto Informe de “Gobierno”. Para entonces al gabinete mendocista se le conocía como “Alí Babá y los cuarenta ladrones”. Pese a todo, Eliseo insistía en que su gran obra en Coahuila era la armonía social.
En esos días, mi hijo Ernesto me ayudaba a repartir El Periódico de Saltillo para ligarse a mi trabajo y ganarse unos pesos. Ernesto estudiaba en el Tecnológico de Saltillo la carrera de Ingeniería en Sistemas, y cuando distribuía la edición 83, el 28 de octubre de 1992, fue detenido afuera de la oficina del cura Antonio Usabiaga Guevara por dos agentes de Seguridad Pública del Estado.
El arbitrario y abusivo operativo fue ordenado por Eliseo y ejecutado personalmente por el Procurador Raúl Garza Serna, el director de Seguridad Pública Óscar Pérez Benavides, y el director de la Policía Judicial Gerardo Arellano Acosta, quienes por seis horas estuvieron amedrentando a mi hijo.
Detuvieron ilegalmente a mi hijo Ernesto de 19 años, le sembraron una pistola calibre 38 para fabricarle el delito federal de posesión de armas, lo secuestraron por 6 horas, mismas que lo estuvieron intimidando. El Procurador Garza Serna y el director de la Policía Judicial Gerardo Arellano Acosta lo mantuvieron incomunicado, presionándolo psicológicamente, para que aceptara que el arma que le habían sembrado era de mi propiedad. Ernesto nunca firmó ni afirmó nada, pese a su juventud fue valiente y fuerte, pues sabía que el arma no era mía. A pesar de que no lograron que mi hijo Ernesto aceptara que la pistola era de mi propiedad, los empleados de Eliseo se quedaron con la combi en que repartía el periódico y destruyeron los ejemplares de la edición.
Ese día, cuando Armando Castilla supo de la detención de mi hijo, me citó en Vanguardia y preguntó sobre la pistola. Le dije lo que creía: que se la habían sembrado en respuesta a mis críticas. Armando me impidió salir del edificio de Vanguardia: “No quiero que vayas a hacer una pendejada, lo arreglaremos desde aquí”, me dijo para calmar mi rabia.
Llamó a Eliseo con la bocina abierta del teléfono para que yo escuchara la plática. Eliseo le insistió sobre la culpabilidad de mi hijo, porque su procurador se lo había dicho, pero Armando Castilla sabía quién era Garza Serna, y le replicó: Te están engañando Eliseo, suelta a ese muchacho y evítate mayores problemas. El hijo de Robledo es un muchacho sano.
Estuve en Vanguardia seis largas horas, las mismas que estuvo secuestrado mi hijo, hasta que mi esposa fue a rescatarlo a la Procuraduría, entró al despacho del abusivo y arbitrario Raúl Garza Serna, le mentó la madre, lo acusó de abusivo y cobarde, y sacó a mi hijo de aquel aberrante secuestro. Horas después, Armando Castilla supo que la serie de la pistola que le sembraron a mi hijo, aparecía en el inventario de la policía judicial, había sido sembrada por los polizontes que lo detuvieron.
Días después, amigos del Distrito Federal me consiguieron una cita con el Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Jorge Carpizo MacGregor, quien conoció del caso y sugirió que pusiera la denuncia en Coahuila, mientras aseguraba que investigaría exhaustivamente, que no me preocupara y que se haría justicia.
Personalmente nunca creí que la CNDH haría algo, pero quería dejar constancia de la cobarde arbitrariedad del sedicente procurador Raúl Felipe Garza Serna. Para mí los derechos humanos en México son una farsa y los empleados de las comisiones son unos farsantes que se dedican a cobrar onerosos sueldos y no sirven para nada.
Para llenar el requisito, acompañado del periodista Alfredo Dávila Domínguez, fui a entregar la denuncia al presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos Javier Villarreal Lozano, quien la recibió con su fatua y altanera actitud de fingetalento. La denuncia no prosperó, ni supe qué fin tuvo, nunca tuve información al respecto. Pero no por eso dejé de preocuparme, sabía cómo se las gastaba el policía de EMB, Raúl Felipe Garza Serna, pues antes del secuestro de mi hijo, le pidió a un funcionario de la Procuraduría General de Justicia que me sembrara drogas en mi automóvil y que me detuviera, pero el funcionario se negó y me puso al tanto: “Cuídate”, sugirió.
Al percatarme que la represión en mi contra había escalado hasta mi familia, busqué la manera de entrevistarme con el Presidente Salinas, pues era el único que podía frenar al corrupto de Mendoza Berrueto y a sus sicarios.
Hablé con Hugo Andrés Araujo de la Torre, y le comenté el asunto y la necesidad de ver al Presidente. Hugo Andrés me aseguró que en fecha próxima el Presidente vendría a Saltillo, “te aviso para que platiques con él”.
Días después habló para decirme que el Presidente vendría a Saltillo y que estaría en dos actos, uno en el Hotel La Torre y otro en el Motel Camino Real. -Te conseguiré que subas al camión presidencial cuando termine el acto en La Torre, para que hables del asunto con el Presidente Salinas en el trayecto al Camino Real”, es decir, trataría mi caso mientras el camión cruzaba la carretera.
Y así pasó. Cuando subí al camión presidencial me encontré con el Presidente Salinas, quien tenía referencias mías, pues yo conocía a la mitad de su gabinete y había realizado reportajes y entrevistas que le interesaban. Salinas iba solo y de pie en el pasillo del camión, me acerqué a él, lo saludé y le comenté de la persecución en mi contra, le señalé que mi delito era denunciar la corrupción del gobernador, misma que él conocía. Le di los últimos ejemplares de El Periódico de Saltillo para que constatara lo que le había dicho. Me escuchó con atención y llegamos al Camino Real. El chófer abrió la puerta, me hice a un lado y el Presidente bajó, y a un lado de la escalera esperó a que yo bajara, y frente a Eliseo que lo estaba esperando acompañado de sus favoritos, Salinas me dijo: “No te preocupes Robledo, tú eres amigo del Presidente. Sigue adelante”. Me dio un abrazo y se fue con Mendoza Berrueto. Allí supe que las agresiones de Eliseo habían terminado.
Semanas después, Marcos Espinoza Flores me confió a su manera, que le había propuesto a Mendoza Berrueto que me hiciera un monumento en agradecimiento a lo que había hecho por él, “pues antes del comentario de Robledo eras considerado joto, y después del comentario te hizo ver como un padrote”.
(Continuará).
Último año del sexenio de Eliseo Mendoza Berrueto …