Luis Eduardo Enciso Canales.
Quienes moralizan suelen ser los derrotados.
Carlos Monsiváis
Después de décadas de ver que gobiernos van y vienen, de presenciar la llegada de la ansiada alternancia y que a pesar de todo, todo sigue igual que siempre. Como lo dijera el personaje de Tancredi, sobrino del Príncipe Don Fabrizio, con la conocida frase “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, lo que se define como gatopardismo. Que proviene de la ahora clásica novela El gatopardo, del escritor Italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escrita durante el siglo pasado, y que en términos políticos se refiere principalmente a la premisa de “Que hay que cambiar todo, para que nada cambie”; es decir, una estrategia de simulación o engaño para evitar modificar el sistema para que siga favoreciendo a unos cuantos y perjudicando a todos los demás, haciéndonos creer que ahora si se van a transformar desde su raíz la forma de hacer gobierno, cuando realmente los planes son muy lejanos a cambiar sustancialmente las cosas y lo único que realmente se busca es crear una gran cortina de humo que solo deje entre ver, si acaso, un cambio superficial. Y es que la realidad de las llamadas transformaciones es que siempre terminan en lo mismo que se quería cambiar, pero con otros jugadores. No hay intención de modernizar, mejorar, o transformar, sino sólo el deseo de los actores de estar al frente de los temas públicos y los privilegios que tanto critican.
México es terreno fértil para la simulación porque somos una sociedad disfuncional. Las familias y los países disfuncionales tienen algo en común; comparten su resistencia para aceptar la verdad que subyace a sus problemas. Harán todo lo posible para eludir el doloroso momento de afrontar la verdad porque implica una cosa a la cual temen profundamente, el cambio. Y es que las transformaciones requieren una verdadera voluntad y compromiso para el cambio, esto implica enfrentarnos a nuestros monstruos y abandonar las formas en que siempre hemos hecho las cosas. Pero lo cierto es que seguimos metidos en círculos viciosos de doble moral, queremos policías que nos protejan pero que sean permisivos cuando infringimos la ley, queremos maestros duros pero suaves con nuestros hijos, queremos justicia pronta y expedita cuando nos sucede un acto de injusticia, pero a la vez la queremos lenta cuando nosotros o algún familiar infringe la ley, condenamos la corrupción y a las ves deseamos participar de ella, no queremos ser discriminados pero somos discriminantes, nos quejamos de la violencia pero somos violentos. Una muestra fehaciente de esto fue la conmemoración del Día Internacional de la Mujer; por un lado, un presidente hablando de democracia y por otro levantando un muro.
Los medios cubriendo las marchas y las movilizaciones, pero exhibiendo preponderantemente las imágenes de los desmanes que tuvieron lugar. La figura de la mujer siempre utilizada o manipulada con fines políticos, pero sin cambios profundos en su realidad, hoy continúan los feminicidios, las desapariciones, la discriminación, la falta de oportunidades y la desigualdad, siguen. La gran mayoría continúan sin acceso a la justicia social. El Día de la Mujer, el sistema lo está convirtiendo en una válvula de escape con la que solo se libera presión, hay una catarsis generalizada que alcanza su punto más álgido en las pintas y destrozos, pero al día siguiente después de que otras mujeres limpian y recomponen el desorden, todo vuelve a quedar igual para ellas, no suceden cambios significativos. Los hechos nos demuestran que el bienestar y el cambio solo son palabras que en la práctica suenan huecas, parece ser que es lo que menos le interesa a la autodenominada “Cuarta Transformación”. Sinceramente, ¿qué ha cambiado en lo sustancial en nuestro país? En sus promesas de campaña, el presidente ofreció un cambio de fondo. Dijo que iba a acabar con la corrupción y con esa “mafia en el poder” que tanto daño le hace a México, a la fecha ¿Cuantos detenidos hay por corrupción?
Que iba a lograr el verdadero desarrollo del país con un crecimiento de la economía del 6% anual, de la mano del “fomento del deporte y las actividades artísticas, la ciencia y la tecnología”. Que iban a crearse millones de empleos, que la gasolina y la canasta básica no iban a sufrir aumentos. Mientras tanto la gran familia disfuncional que somos solo logramos evadirnos de nuestra realidad con somníferos sociales que sirven de placebos para mitigar eso que no alcanzamos muchas veces a comprender pero que si lo resentimos en el día a día. Ah, pero eso sí, el aumento en el gasto en programas asistenciales parece que lo único que pretende es comprar conciencias para acallar voces. Muchos de los poderosos empresarios del país, antes atacados, ahora guardan silencio, pues son los que están ejecutando, con enormes contratos y ganancias, los proyectos prioritarios del gobierno federal. La libertad de expresión se ve amenazada todos los días cuando el Presidente, en las mañaneras, abiertamente critica a los medios que se atreven a cuestionarlo y premia a los que le aplauden, utiliza la violencia verbal al llamar prensa fifí a los que supone son medios adversos a su figura. Lo único que ha cambiado es que regresamos a los tiempos de control político y presidencialismo absoluto, al paternalismo a todo lo que da para mantener nuestra disfuncionalidad.
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