David Guillén Patiño.
Alfredo Jalife, experto en geopolítica, los denomina “fauna antimexicana”. Se trata principalmente de políticos y comentaristas mediáticos, cuya mayor gracia consiste en defender al anterior régimen, tan vilipendiado por Andrés Manuel López Obrador.
Más allá de las razones aducidas al respecto por el presidente de México, lo cierto es que otra parte importante del quehacer de dicha ralea está dirigida a promover el intervencionismo estadounidense y, por ende, el servilismo de nuestro país hacia el vecino país del norte.
Son protectores y voceros de un sistema que se resiste a morir, luego que por más de 90 años ha mantenido al país en un profundo rezago, si nos comparamos con otras naciones que, prácticamente de la nada y en breve tiempo, se convirtieron en potencias mundiales.
Entre estos emisarios del statu quo que al parecer va de salida, figuran, por ejemplo: Jorge Castañeda, Gabriel Cuadri, Héctor Aguilar, Leo Zuckermann, Gabriel Guerra, Jesús Silva-Herzog Márquez, Carlos Loret, Javier Corral y hasta Jaime Rodríguez “El Bronco”.
Pues bien, otro de estos guardianes de la clase política tradicional es Enrique Krauze Kleinbort, reconocido historiador y analista político. Para ilustrar su postura, me referiré en particular al artículo que hace una semana le publicó The New York Times, sin que sea el caso sumarme a la conocida propuesta de que se le declare traidor a la patria. No es para tanto.
El autor de “Biografía del poder”, “La presidencia imperial” y “El pueblo soy yo”, entre otras obras literarias, hace gala, como nunca, de su proclividad a quemar incienso a la Casa Blanca, actitud que desentona con la exigencia tradicional de respeto a la soberanía de México.
De entrada, se antoja recriminable el encabezado de la referida columna: “¿Puede Biden ayudar a contener el declive democrático de México?”. Es evidente que esta interrogante sugiere que la administración Biden debería “ayudar” a la presidencia de México, independientemente de quién sea su titular, a enderezar la democracia.
Más adelante, Krauze Kleinbort recalca: “Mientras el gobierno de Estados Unidos encabezado por Joe Biden trabaja para fortalecer el sustento institucional de su democracia liberal, la joven democracia mexicana, encabezada por un líder populista que atiza la polarización, continúa declinando bajo su deriva autocrática. Este fenómeno podría ahondarse si su partido triunfa en las elecciones legislativas intermedias, que se llevarán a cabo en junio.”
Luego, como si de aconsejar a Joe Biden se tratara, o de enviarle gratuitamente un informe ejecutivo, el intelectual también da cuenta, a través de dicho rotativo, sobre lo siguiente: “López Obrador, sencillamente, no cree en el Estado de derecho para resolver los problemas de México. Por el contrario, se comporta a veces como si él encarnara al Estado y a la ley… es un populista de izquierda que ve con desdén el consumismo capitalista y proclama su interés por los pobres. Pero sus políticas económicas -que han incrementado la desigualdad y la pobreza durante la pandemia- guardan semejanzas significativas con las de Trump.”
Pensando quizá que su homólogo de Estados Unidos desearía saber lo anterior para justificar eventualmente una intromisión más directa en los asuntos internos de nuestro país, Krauze abunda en amargas quejas en derredor de la labor realizada hasta ahora por del actual jefe de la nación: “López Obrador –señala– también polarizó a su país, degradó el lenguaje político, mintió, defendió su realidad alternativa contra las “noticias falsas”, atacó a la prensa, insultó a los críticos, subordinó al Senado, evadió la transparencia, incrementó su control sobre el sistema de justicia, imperó sobre su partido y desacreditó al sistema electoral.”
En otra parte del texto, el politólogo incurre en críticas de nula relevancia para los lectores estadounidenses, como cuando cuenta que “López Obrador se ha rehusado a decretar el uso de cubrebocas. A pesar de haber contraído él mismo el virus, tras su recuperación reapareció sin cubrebocas en sus habituales conferencias de dos horas diarias”.
La pregunta subsecuente es si el también ex consejero administrativo de Televisa, colaborador de Reforma y autor del libro “López Obrador, el mesías tropical”, desea igualmente que Biden “ayude” o “persuada” a AMLO para que porte mascarilla e imponga su uso generalizado. Y vamos que no estoy justificando aquí al mandatario nacional: él tiene sus propios defensores.
En su columna no faltan los datos tergiversados: “Después de su elección, López Obrador desmanteló la red de inmunización, y ahora en varias zonas del país la vacunación se lleva a cabo a través de un grupo de jóvenes leales a Morena. Los resultados arrojan un cuadro elocuente: al día de hoy solo el 2 por ciento de los casi 130 millones de mexicanos ha recibido al menos una dosis de la vacuna contra la COVID-19. Temo que muchos mexicanos más mueran debido a la mala administración de nuestro presidente.”
Luego viene lo peor, pues seguramente, en aras de que la Casa Blanca haga valer su fama de “policía del mundo”, plantea que, “a lo largo del siglo XX, Estados Unidos permaneció indiferente al sistema autoritario de México”, así que “Biden debe repensar esa vieja actitud. El futuro de México lo decidiremos los mexicanos, pero independientemente de los resultados electorales, el diálogo entre ambos líderes puede resultar benéfico.”
De este modo, el articulista llega al clímax de su delirio: “Biden puede limitar las tendencias autoritarias de López Obrador (sic) y promover un enfoque de moderación que sería mucho más beneficioso para las relaciones bilaterales y para los propios mexicanos”.
Que un mexicano soslaye principios tan elementales y de elevado sentido común, como los asociados con la sentencia popular “la ropa sucia se lava en casa”, da lugar, invariablemente, a la intromisión ajena, lo que siempre resulta lamentable, más aún tratándose del criterio de Enrique Krauze Kleinbort, preclara figura que, al menos en esta ocasión, raya en un burdo y socarrón antipatriotismo, que nadie debería pasar por alto.
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