Mis sexenios (46) La corrupción montemayorista

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

Rogelio Montemayor terminó su primer año de gobierno con los aplausos de los invitados al Informe, pero un mes después los empresarios le exigieron la destitución del Procurador Humberto Medina Ainsle por la inseguridad que había en Coahuila. En la región sureste habían aparecido delitos que eran desconocidos, como secuestros de personajes pudientes, asaltos a mano armada en restaurantes y en la calle a plena luz del día, asaltos a traileros, y los robos a casas se habían incrementado. 

          Pero no sólo el Procurador mostró su ineptitud, otros montemayoristas también fueron acusados de hacer negocios a la sombra del poder, como Óscar Olaf Cantú y Baltasar Hinojosa, quienes para estas fechas ya estaban construyendo sus residencias en lujosos fraccionamientos de Saltillo.

También el tesorero estatal, Antonio Juan Marcos Issa era objeto de señalamientos de corrupción, pero en ese tiempo quien más sobresalía por su deshonestidad era el Secretario   de Obras Públicas, Omar Fernández de Lara Ramos.

Una vivencia de esa época: A principio de noviembre de 1994, mi amigo Gustavo Flores Esparza me transmitió una invitación a comer que me hacía Luis Gutiérrez Treviño, empresario millonario y padre de “La Coneja” Alejandro Gutiérrez, y me dio un adelanto: “Te va a dar información confidencial sobre Omar Fernández de Lara”.

La cita fue en el Club Campestre, luego de comer, Luis Gutiérrez sumamente enojado me contó que el secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno del Estado, Omar Fernández de Lara, le había exigido a su hijo Gustavo Gutiérrez Gutiérrez, propietario de Anaconda Construcciones, una fuerte cantidad de dinero a cambio de otorgarle contratos de obra pública, advirtiéndole que si no le daba lo que le pedía, lo iba a mandar a la chingada.

Luis Gutiérrez me autorizó usar esa información, y pidió que denunciara “a ese cabrón”. Acepté con una condición, si hay un reclamo del Contralor del Estado, Juan Antonio Cedillo Ríos, (quien siempre que denunciaba la corrupción montemayorista pedía que le presentara pruebas), usted responderá, denunciando lo que me ha dicho, y estuvo de acuerdo. Ese mes publiqué la nota señalando las corruptelas de Omar Fernández.

Quince días después, Juan Antonio Cedillo Ríos, envió un oficio en referencia a la nota publicada, porque según él: “incluyen hechos que pudieran constituir hechos delictuosos cometidos por funcionarios… Le solicito se sirva aportar a esta Secretaría de la Contraloría las pruebas y elementos en que fundan tales afirmaciones”.

Busqué a Luis Gutiérrez para responderle al inútil Contralor. En esa ocasión supe que don Luis conocía a Cedillo Ríos, incluso que se iban juntos de cacería. Acordamos que me acompañaría a la Contraloría para que él mismo le dijera al Contralor quién era Omar Fernández de Lara.

Pedí cita con el Contralor y allí nos encontramos don Luis y yo. Cuando entramos a la oficina de Cedillo Ríos, se sorprendió de que me acompañaba Luis Gutiérrez. De inmediato aclaré la situación, y puse al tanto al Contralor de las cosas que supuestamente ignoraba.

Le dije que había invitado a Luis Gutiérrez, para que le proporcioné las pruebas que me pidió, para castigar a Omar Fernández que es uno de los tantos corruptos que hay en el gobierno estatal. Dicho eso, abandoné las oficinas del inepto funcionario, quien presumía ser seguidor de Los legionarios de Cristo. Dios los crea y ellos se juntan.

Luego sabría que Luis Gutiérrez había denunciado ante el Contralor al secretario de Obras Públicas del Estado, y que Cedillo Ríos se había comprometido a informarle al gobernador de la situación, y que pronto el corrupto funcionario tendría su castigo. “Ten la seguridad, le dijo el Contralor, que para mañana ya no está en su puesto Omar Fernández”.

En respuesta, Omar Fernández de Lara se fue de vacaciones a Aspen, Colorado y no lo despidieron del cargo, por el contrario, meses después lo hicieron Delegado del CAPFCE en Coahuila, donde tuvo mayor presupuesto y condiciones más rentables para solicitar moches.

La corrupción estaba en todas las áreas. A la secretaria de Salud, Lourdes Quintanilla Rodríguez, dos años antes en la UAC le encontraron un fraude que realizó con engaños y alteración de documentos, en donde había cobrado 1’703,850.00 por concepto de gastos por aparatos ortopédicos. Con estos antecedentes, nadie dudaba sobre la corrupción que había instaurado la deshonesta funcionaria en la Secretaría de Salud.

Armando “El Chino” Guerra era otro de los señalados como ladrones. “El Chino” Guerra venía del saqueo de la UAC organizado por el Rector Remigio Valdez Gámez, con el que fue Director de Extensión Universitaria. Se coló al gobierno montemayorista como administrador del naciente Icocult por recomendación de su amigo íntimo, Sergio Verduzco Rosán, copropietario de la constructora Server. 

Desde la UAC, “El Chino” Guerra había sido acusado constantemente de prepotente, vividor, abusivo, corrupto e inmoral. Le gustaba rodearse de jovencitos gay, y les exigía favores sexuales a cambio de chambas, becas, apoyos, publicación de libros, exposiciones, etc.

Montemayor se rodeó de cortesanos, ineptos y corruptos, y en el primer año todos mostraron sus malas mañas, sin que recibieran castigo alguno. Aún faltaban los principales negocios del sexenio montemayorista, y para realizarlos se requería de cómplices.

Don Carlos Abedrop Dávila

En enero de 1995, luego del “error de diciembre” de Ernesto Zedillo, cuando la campaña ordenada desde Los Pinos en contra del expresidente Carlos Salinas estaba en su apogeo, la revista Proceso publicó una entrevista con el potentado coahuilense, Carlos Abedrop Dávila, en donde defendía al gobierno salinista y al modelo económico que había impuesto Salinas de Gortari.

En aquella entrevista, Carlos Abedrop cuestionaba las medidas tomadas por el naciente gobierno zedillista, y acusaba “Fue muy desafortunado el manejo de las cosas, falta oficio político”. Y para explicar la fuga de capitales señaló: “El dinero es lo más miedoso del mundo”.

En mis notas sobre la entrevista que reproduje en El Periódico de Saltillo, incorporé algunos datos sobre Carlos Abredop que había recolectado en mis pláticas con Federico Berrueto Ramón y Óscar Flores Tapia, y escribí: “Carlos Abedrop Dávila es quizás el único empresario e inversionista de la cúpula del poder económico que antes de ser multimillonario fue luchador social de ideología marxista. Por eso conoce las tesis de Marx al igual que los principios del capitalismo. Cuando joven, en su natal Coahuila, fue un brillante estudiante y un excelente organizador de células comunistas”.

Mis comentarios llegaron a Carlos Abedrop. En respuesta, el potentado coahuilense me envió una carta, en donde agradece “el generoso tratamiento que dio en su comentario a la entrevista que concedí a Proceso”. Al final de la misiva agregaría: “Don José Guadalupe me gustaría saludarlo cuando venga a la ciudad de México. Avíseme para encontrarnos”. Nunca fui, pero supe que le agradó que recordará su pasado marxista en Coahuila. Reconocía esa época como parte importante de su vida. En ese tiempo, Carlos Abedrop tenía 74 años. En el sexenio salinista había sido el potentado más cercano al poder presidencial, pues Carlos Salinas era su ahijado, por eso llevaba el nombre de su padrino.

Contra la privatización del HUS

A mediados de enero de 1995, las combativas trabajadoras del Hospital Universitario de Saltillo (HUS) denunciaron su inconformidad con el director Miguel Ángel Talamás Dieck, debido a sus medidas contra los trabajadores. 

Al inicio del año, Talamás Dieck incrementó las tarifas de los servicios hospitalarios, les quitó el servicio médico a los trabajadores y a sus parientes directos, y prescindió de los suplentes que cubrían a los trabajadores de base en sus vacaciones, incapacidades y permisos.

Con el apoyo de Francisco Navarro Montenegro y de su partido cardenista, un grupo de trabajadoras platicó con el director del HUS, pero la soberbia patronal anuló cualquier acuerdo.

Ante la sordera patronal, las trabajadoras decidieron bloquear el acceso a las oficinas administrativas del Hospital y elaboraron un pliego petitorio, donde pedían la destitución del Director y Subdirector; la eliminación de la nómina de compensaciones para los favoritos del Director; la reducción de las tarifas hospitalarias; la reinstalación de los trabajadores despedidos injustificadamente; la recontratación de suplentes; servicio médico gratuito a los trabajadores y a sus parientes directos; el pago del bono sexenal; la realización de una auditoría al HUS; y la base a los trabajadores suplentes que ocupaban vacantes permanentes.

La rectoría de Alejandro Dávila Flores aceptó platicar con las trabajadoras si levantaban el bloqueo a las oficinas administrativas del HUS, pero no aceptaron la condición del rector, y la respuesta patronal fue dividir a los sindicalistas. Los representantes sindicales se pusieron del lado del patrón y fueron destituidos. Con nuevos líderes, las trabajadoras decidieron iniciar un movimiento para lograr sus demandas.

Por esos días, las dirigentes del movimiento solicitaron mi participación, y me involucré en su lucha.

Días después, Montemayor me invitó a platicar. Me citó en el despacho gubernamental. Sabía que el gobernador quería hablar sobre el caso del Hospital Universitario. Todavía guardábamos una relación cordial y respetuosa, aunque ya se había deteriorado por mis críticas a la corrupción montemayorista.

Montemayor me recibió con una pregunta: ¿Eres mi amigo? Sí, respondí. -Entonces, me dijo, te pido que hables con Lourdes Quintanilla (la secretaria de Salud), para que le digas cuáles trabajadoras se quedan y qué puestos directivos quieres que ocupen, pues se va a privatizar el Hospital Universitario de Saltillo, ya que es una carga económica para la Universidad. Ayúdame, yo daré instrucciones para que se haga lo que tú sugieras”.  

Le manifesté a Montemayor mi desacuerdo con la privatización del HUS, porque desde su nacimiento había sido el hospital civil de Saltillo, a donde acudían los ciudadanos de escasos recursos que no contaban con un servicio médico que los atendiera. Traté de convencerlo de no privatizar el Hospital, al que conocía a fondo, porque me encargué de organizar administrativamente a los tres hospitales universitarios y de homologar los salarios y prestaciones de sus empleados con el resto de los trabajadores de la UAC.

          Pero Montemayor ya no entendía razones. Por eso, le dije que no estaba de acuerdo con la privatización y que apoyaría la lucha de las trabajadoras para evitar que el HUS fuera privatizado.

Visiblemente molesto, Montemayor también fue claro: Lamentó mi desacuerdo y me dijo que la decisión estaba tomada y que privatizaría el HUS. Me despedí pensando lo difícil que estaba la situación, pues la lucha sería a final de cuentas en contra de Montemayor. Así se los dije a las trabajadoras, quienes decidieron dar la pelea.

A partir de ese día, las únicas respuestas que recibieron las trabajadoras fueron campañas mediáticas difamadoras, despidos, denuncias penales, amenazas de encarcelamiento, hostigamientos, levantamiento de actas laborales, y el amedrentamiento de los porros, que el rector Alejandro Dávila Flores utilizó para dirimir los conflictos con las trabajadoras universitarias.

Montemayor también endureció su actitud, algún cortesano le había vendido la idea de que el movimiento de las trabajadoras del HUS era para desestabilizar su gobierno.

El 2 de marzo, seis trabajadoras iniciaron una huelga de hambre en la Plaza de Armas, mientras Alejandro Dávila rendía su Primer Informe como Rector de la UAC en presencia de los “notables” coahuilenses, entre ellos el gobernador.

Ese día un grupo de trabajadoras del HUS se trasladó a la explanada del Ateneo Fuente, para pedir la intervención de gobernador en la solución del conflicto.

Montemayor prometió que platicaría con las trabajadoras cuando terminara el acto. Dos horas después, a la salida del Ateneo Fuente, el gobernador acompañado por el Rector y escoltado por porros, no quiso platicar con las trabajadoras como lo había prometido, e insistió en que las partes en conflicto hablaran y llegaran a un acuerdo. 

Rodeados de porros, el gobernador y el Rector se dirigieron al vehículo gubernamental, y ante el acoso de los reporteros que solicitaban una declaración, los porros comenzaron a agredir a los periodistas ante la mirada del mandatario y el nerviosismo del rector. La insensibilidad y la falta de oficio político cobrarían su factura con una zacapela, donde hubo aventones, jaloneos y algunos golpes. El informe rectoral se ensombreció con la violenta reacción de los golpeadores. Juan Andrés Martínez (corresponsal de Televisa) fue al primero que trataron de agredir los porros. 

Al día siguiente, la televisora RGC dio a conocer la versión pagada por el gobierno y la rectoría, convirtiendo a los agredidos en agresores. Ese día el Delegado de Profeco, Óscar Olaf Cantú, a nombre del gobernador acusó a algunos periodistas de ser los instigadores de la violencia en el Ateneo Fuente pero no señaló a nadie, y dijo que estaba solucionado el 80 por ciento de las demandas de las trabajadoras, que quedaría pendiente la destitución del director para que se realizara en los próximos días, y que esa propuesta se las daría por escrito el rector, porque eran las instrucciones del gobernador. Pero nada de lo prometido por Óscar Olaf era cierto.

Ese mismo día, Jorge Masso (asesor de Montemayor) nos invitó a su casa a Navarro Montenegro y a mí, según nos dijo porque el gobernador le había pedido que hablara con nosotros. También Óscar Olaf Cantú fue invitado. Masso me pidió que contara cómo habían sucedido las cosas. Brevemente le dije lo que había pasado, pero Olaf no estuvo de acuerdo con mi versión y quiso dar la suya, pero lo callé, acusándolo de ser, junto con Alejandro Dávila, los que habían pagado las difamaciones en contra de nosotros. Le pedí a Jorge Masso que no se involucrara, que si el gobernador quería platicar con nosotros, que no nos mandara emisarios.

Después de eso, la pregunta era ¿Cómo llevar el justo movimiento a buen término?, y sólo había una forma de hacerlo, sacando el problema del Estado y llevarlo a la ciudad de México para resolverlo, porque en Coahuila no prosperarían las demandas de las trabajadoras, pues tenían en contra al gobernador.

En ese entonces, Jaime Martínez Veloz era diputado federal por un distrito de Tijuana, y ya se había incorporado a la lucha de las trabajadoras universitarias.

Con ayuda de los amigos, entre ellos Federico Berrueto Pruneda, conseguimos una audiencia con el Secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma Barragán, a quien le di a conocer el problema del HUS y las demandas de las trabajadoras; también lo puse al tanto de las inquietudes privatizadoras de Montemayor, y de lo que significaba el HUS para la comunidad. Además, le comenté el abusivo comportamiento del rector, quien de acuerdo con el gobernador, quería encarcelar a las trabajadoras, porque no se sometieron a sus deseos. 

El rector Alejandro Dávila protegía al director del HUS, Miguel Ángel Talamás Dieck, quien había generado el conflicto por su prepotencia y mercantilismo. Había quien aseguraba que el Rector protegía a Talamás porque tenía un rol importante en la privatización, pero otros afirmaban que la protección del rector al director del HUS se debía a que Talamás Dieck había auxiliado a Alejandro Dávila, cuando éste había baleado a su esposa meses atrás.

El secretario de Gobernación escuchó con atención, y al final pidió que se organizara una comisión de trabajadoras, que recibió tres días después para conocer sus problemas y demandas. “No se preocupe, dijo, este asunto lo resolveremos con justicia. Daré instrucciones para que se resuelva en favor de las trabajadoras, confíe en que así se hará”.

Antes de abandonar el despacho de Moctezuma Barragán, le agradecí que me hubiera concedido 58 minutos de su valioso tiempo para explicarle el problema de las trabajadoras universitarias. Sorprendido me preguntó por qué le daba énfasis al tiempo que platicamos, “finalmente esa es mi obligación y trabajo”, señaló.

Le dije lo importante que era hablar con el Secretario de Gobernación cuando en mi Estado nos habían cerrado las puertas de las instituciones, y le pregunté, ¿Cuántos de los millones de mexicanos pueden hablar una hora con el secretario de Gobernación?

Sonrío mientras decía: “Ahora entiendo, gracias”, y ordenó a un asistente que agendara la audiencia con la comisión de trabajadoras del HUS.

Tres días después, una comisión de cinco trabajadoras se entrevistaría con el Secretario de Gobernación, quien luego de escucharlas les dijo que enviaría a Saltillo a un colaborador, para que le dijera al Rector lo que había de hacerse, y a ellas lo que debían de hacer para solucionar el conflicto.

El Secretario de Gobernación no puso ninguna condición, ni pidió que levantaran el bloqueo a las oficinas administrativas del HUS, como lo exigió Montemayor a través de Olaf Cantú.

Las trabajadoras le comentaron a Moctezuma Barragán que a 28 de sus compañeras, el Rector -con la anuencia del gobernador- las habían acusado penalmente ante la Procuraduría estatal por despojo y daños, y tenían miedo de que las encarcelaran.

Moctezuma Barragán les dijo que no se preocuparan, que él ya sabía cómo estaba la situación y que pronto les haría justicia. Cuando se despidieron, las felicitó por su valor civil y por su lucha en defensa de una institución que sirve a las dolencias populares.

La actitud de Montemayor y su Rector era abusiva, prepotente y de negocios, en donde estaba contemplado el grupúsculo médico que manejaba al HUS y que comandaba Talamás Dieck, para beneficiarse con la privatización del HUS.

Mientras tanto en Saltillo, Óscar Olaf Cantú continuaba con su campaña de intimidación, había logrado meterles miedo a algunas trabajadoras que realizaban el bloqueo a las oficinas administrativas del HUS, algunas flaquearon, pero otras se mantuvieron firmes, y su esperanza había renacido luego de que las recibió el Secretario de Gobernación.

         Días después, el 9 de marzo de 1995, Montemayor, acompañado del Secretario de Gobierno Carlos Juaristi Septién, recibió a una comisión de trabajadoras del HUS para decirles que “Tenía un absoluto respeto por la Autonomía Universitaria”, y les recomendó que dialogaran con el Rector para que se resolviera el problema.

Pese a que las trabajadoras le hicieron ver la poca seriedad del rector Alejandro Dávila, Montemayor no les prestó oídos, pues estaba molesto con las universitarias, porque no habían atendido sus órdenes, y lo estaban haciendo quedar mal.

Semanas después, el Secretario de Gobernación envió a uno de sus colaboradores a resolver el caso del HUS. En reunión con el enviado de Gobernación, Alejandro Dávila Flores conocería las instrucciones que le daban: Rectoría retiraría las demandas en contra de las 28 trabajadoras denunciadas por despojo y daños; el director del HUS, Miguel Ángel Talamás Dieck, sería separado de su cargo; las cinco principales dirigentes de las trabajadoras pedirían un permiso por tres meses con goce de sueldo para quitarle presión al conflicto; y todas las demandas de las trabajadoras serían concedidas por Rectoría.

Así terminó el conflicto que provocó el rector para que el gobernador privatizara el HUS. Cuando se terminó el permiso, las dirigentes retornaron a sus empleos, con el prestigio de haber ganado todo lo que demandaron.

Otro resultado de aquel pleito, fue el enfriamiento de relaciones entre Montemayor y Alejandro Dávila. Desde entonces las cosas ya no serían iguales. Alejandro comenzó a creer que la Universidad era autónoma, y a desobedecer a su mecenas, el gobernador, al que le había entregado graciosamente la Rectoría de la UAC.

Luego de su derrota, Alejandro Dávila entró en conflicto con quienes lo ayudaron a conseguir la Rectoría, uno de ellos su compadre Óscar Pimentel González, quien antes presumía haberle dado la Rectoría, y ahora aseguraba que se la quitaría. 

Alejandro Dávila Flores no se reeligió. Montemayor lo desechó y le entregó la UAC a José María Fraustro Siller, lo cual representaba otra derrota más para el gobernador, pues Chema Fraustro era una gente íntimamente ligada a Enrique Martínez y Martínez, al que la pareja gobernante (Rogelio y Lucrecia) consideraban su principal enemigo. 

(Continuará).

“El Rey ha muerto, viva el Rey”.