Samuel Cepeda Tovar.
Es una tragedia lamentable que ha enlutado no solo a la CDMX, sino a nuestro país completo. Se trata de un servicio público que ha terminado en calamidad, que hoy ha generado la indignación de gran parte de los mexicanos, quienes desde luego exigimos que se castigue a los culpables, porque sin duda alguna los hay, debe haberlos. Esto va más allá de un partido, de siglas, trasciende las coyunturas electorales, se trata de los mismos males que son endémicos en este país, y aunque a ciencia cierta no sabemos cuál de las dos es la causa de la tragedia de la línea 12 del metro de la Ciudad de México, ciertamente tenemos dos males enquistados: corrupción y negligencia.
Pudo ciertamente ser corrupción, pues es muy común que la obra pública en México sirva solo para desviar recursos y que la calidad de las obras sea paupérrima. Un político o funcionario corrupto existe gracias a contratistas o proveedores igual de nefastos. Facturas infladas, obras sobrevaluadas, material de baja calidad, falta de supervisión en ejecución de obras y al final las tragedias se hacen presentes o en el mejor de los casos pésima calidad en obras y servicios públicos.
Por otro lado, también pudo ser negligencia, pues la ciudad es azotada de manera frecuente por sismos, y estos terminan por deteriorar materiales, desgastarlos, fracturarlos, por lo que se requiere de una supervisión constante del estado y condiciones de toda la infraestructura pública y privada que pudiera ser riesgosa para los ciudadanos, pero también el no hacer estas supervisiones, el dejar pasar el tiempo, el desentenderse de la idea de que todo servicio requiere mantenimiento básico y si a eso agregamos que existen condiciones que incrementan la necesidad del mantenimiento (zona sísmica) y no hacer nada es negligencia pura, sobre todo cuando al parecer ya había denuncias ciudadanas sobre problemas en la estructura que fatídicamente colapsó.
El socavón en Cuernavaca que supuso la pérdida de vidas humanas (menos que en la línea 12) nos dejó en claro que la inversión es mucha, pues se trataba de una autopista recién inaugurada y que costó el doble de lo presupuestada y que la calidad fue poca, y, sobre todo, que en caso de tragedias jamás hay responsables, mucho menos culpables pagando por la pérdida de vidas humanas.
Es lamentable la pérdida de recursos en este tipo de obras, pero más lamentable la pérdida de vidas humanas por corrupción o negligencia. Para el caso de posible corrupción, los peritajes serán clave para determinar si la obra era de mala calidad y entonces que se proceda contra grupo Carso y quienes gobernaron la ciudad en el año en que se construyó la línea 12; si el resultado fue desgaste por sismos y factores medioambientales, que se castigue a quienes gobiernan actualmente y tenían la responsabilidad de supervisar el estado de esta obra y el mantenimiento de la misma, así como a quienes ignoraron las denuncias ciudadanas de las irregularidades físicas de la obra.
Es absurdo que estas tragedias tengan que suceder para darnos cuenta de que debemos reforzar la transparencia para evitar corrupción y la profesionalización de nuestros funcionarios para que hagan bien su trabajo, es lamentable que sigamos buscando culpables momentáneos sin atender el verdadero mal que sigue incólume en nuestro país: funcionarios corruptos o incompetentes.