Simón Álvarez Franco.
Parece que he llegado tarde al banquete y ceremonia con motivo del Centenario del Poeta, celebrado el 19 de este mes, pero ha sido a propósito. Quise alejarme y dar lugar a que plumas más versadas que las de este servidor, fueran, y así ha sido, las que llenaran páginas de periódicos, revistas y programas culturales en televisión o presenciales. Mis letras son modestas, pero no quiero que se pase la oportunidad para homenajear a quien considero el Poeta mexicano por excelencia.
Debo mi afición a este escritor porque un “ gendarme de punto” (así se llamaba a los guardianes del orden y del tránsito en aquella mi época infantil, en mi caso, este guardián cuidaba su “punto” en la esquina de Purcell con la de Aldama, donde vivía su servidor, por Aldama a 40 metros de la de Obregón, sucedía que a pesar de mi corta edad, mis tíos me encargaban a mí repartir los óbolos o gratificaciones, cochupos, sobres (mordidas) semanales, cada sábado a quien bien se portaba permitiendo a veces que los camiones de la casa cruzaran unos metros en sentido contrario para guardarse en el garaje del Güero Boone, frente a la casa. Con los años ya cuando ese agente del orden era Administrador de la Imprenta de Gobierno (cargo concedido por Raúl López Sánchez), en ese momento gobernador del Estado, su compadre, pude escucharlo declamando a López Velarde, con una voz potente y memoria prodigiosa,
Se trataba de Oscar Flores Tapia. Líder, orador magnífico, mediano Gobernador y ratero contumaz, a mí me robó un terreno en el cual fincó casa para su madre. Demandé y nunca pude ganar el pleito, estaba muy alto el delincuente, hasta que Mariano López Mercado y Roberto Orozco Melo, amigo de primaria uno y maestro en Parras el otro, intervinieron a mi favor y ayudaron a que legalmente me resarciera el daño OFT. Tiempo después ya retirado me hizo favor de hacer personalmente la cena para mi familia cuando a deshoras llegamos a registrarnos en su hotel en Parras, no nos guardamos rencores.
Un día, en 1985 que visité con mi esposa por primera ocasión Cuba, en un viaje inolvidable entre otras cosas porque fuimos atendidos en el aeropuerto por Fidel Castro Ruz, quien nos invitó a comer y a visitar la ciudad de la Habana para enseñarnos sus progresos en educación y salud.
Otra sorpresa de ese viaje es que al salir del hotel en que nos hospedamos El Cuba Libre (antes Hilton) rumbo al Coppelia, nevería famosa a 2 cuadras de nuestra momentánea habitación, al cruzar la calle me encontré con una pequeña librería, me quedé husmeando el aparador y al ver un libro llamado “Suave Patria”, entré a comprarlo, sorprendido por lo que me dijo el vendedor “es un libro que gusta mucho a mis paisanos”, aún lo conservo, me costó 50 centavos cubanos, el autor: Emilio de Armas, editado por Editorial Arte y Cultura en 1983. Esa editorial pertenece al gobierno cubano. Reproduce completo el poema más conocido de Ramón López Velarde junto con una selección de versos de La Sangre Devota y Zozobra. La selección de poemas y el prólogo del libro mencionado fue del cubano Emilio de Armas, poeta, novelista nacido en Camagüey, Cuba en 1946, Licenciado en Lengua Española e investigador literario, traductor y ensayista por la Universidad de la Habana, con un doctorado en Lengua Española por la Universidad Internacional de la Florida. Ha publicado varios libros de poesía y novela, como La extraña fiesta, (Premio de poesía de la Universidad de la Habana), Reclamos y Presencias (1983) Junto al álamo de los sinsontes (1995) entre otros varios premios. Ha sido un distinguido maestro en universidades de su país y colaborador activo en la cultura regional.
El Dr. De Armas (1) en su Ensayo sobre nuestro poeta dice “. . . se puede decir parecería que pudo hacer poco, y que no hizo mucho más- Su obra, nos ofrece –como quería Ungaretti– una hermosa biografía, compuesta de nombres pocos y suficientes, que comienzan con el de su Jerez natal –hoy Ciudad García –, y que nos habla de pueblos casi inapreciables –como aquel venado (sic) en que fue juez por algún tiempo–; nombres comunes que un afortunado adjetivo convierte en propios e intransferibles, y nombres propios que parecen abarcar más allá del ser designado. Se trata de la biografía interior de un hombre polarmente dividido entre su fe católica y su fuerte naturaleza erótica, entre su honradez de ciudadano y su íntima “tristeza reaccionaria”. Esta dualidad, sin embargo, se resuelve en su poesía, no porque en ella encuentre la síntesis de los elementos que la integran sino porque alcanza una expresión fiel y abarcadora en su estricta veracidad.
Efectivamente, el mérito más perdurable de la breve obra poética de López Velarde es el de haber aprehendido, con una singularidad literaria que la sitúa en los inicios de la poesía contemporánea en lengua española, el tenso ritmo vital de su autor.
Este pulso de sí mismo fue, pues, el resultado de una confrontación –la del hombre con su época– a la vez que un lúcido reconocimiento: el de las contradicciones del propio yo.
Quienes lo han calificado de provinciano, han atendido sólo a la filiación de sus temas, pero han descuidado la naturaleza de su lenguaje, instrumento crítico aplicado a calar con limpia hondura en la sustancia de lo mexicano. Estimo que el encasillamiento en provincial de nuestro Poeta, debe desaparecer, es cierto que puso en alto los valores sencillos, humildes de nuestro pueblo, pero tiene más, mucho más en su poesía con lenguaje clásico dando giros clásicos a nuestros hábitos y folclore nacionalistas, lo que pasa que muchos de sus lectores lo calificamos de críptico y difícil de leer porque usa muchos términos, vocablos y palabras a los que en general no estamos acostumbrados Y los tachamos de arcaicos o latinizantes.
No tiene la culpa el autor, sino nosotros los lectores que hemos dejado de usar hace años los vocablos religiosos tan caros y usuales a la cultura de hace 80 años, van unos ejemplos; “el cíngulo morado de los atardeceres”; y ¿qué es un cíngulo?, ya no lo vemos, ya no vamos a la iglesia, no es más que el cinturón de color morado con que el sacerdote sujeta su hábito eclesial. Navegaré por las olas civiles//con remos que no pesan, porque van//como los brazos del correo chuán// (fr. Chouan) que remaba la Mancha con fusiles. No sabemos, por falta de uso, que los chuanes eran una tribu de campesinos inconquistables para las fuerzas de Napoleón I en Francia. Quienes lo combatieron heroicamente.
Y quien se fija ahora en los palomos colipavos, ¿o alguno de ustedes asiste a templos, catedrales y parques a gozar de la sombra de sus árboles y la música en sus kioskos? Más adelante nos dice la Suave Patria: //oigo lo que se fue, lo que aún no toco// y la hora actual con su vientre de coco// ¿Porqué de coco?; porque la hora actual, la hora que sea, está perennemente embarazada con los segundos y minutos que el tiempo no detienen, y cuando se detienen, ya no estamos, ya no somos, ya no importa.
Nos dice Antonio Castro Leal (2) en las Obras Completas de López Velarde, (que no están completas): “López Velarde era más bien criollo que mestizo. Su mestizaje apena asomaba en el negro y lacio cabello, la piel morena y la oscura y melancólica pupila. En el fondo de su temperamento germinaba la emoción indígena.” “al hablar de Cuauhtémoc lo enaltece en su categoría estética y lo reverencia en su grandeza humana. En unos cuantos renglones y pocas palabras hace un canto significativo lo que en otras manos hubieran requerido extensas páginas. Cuauhtémoc aparece a la mitad del poema: es el punto de rotación entre la épica del pasado, la realidad de la vida presente y las incertidumbres del mañana. Cada palabra tiene su peso y su medida, cada verso su intención profunda. Cuando dice “joven abuelo”, alumbra a nuestra genealogía histórica y se agolpan en la mente los episodios de la conquista. El día de su sepelio, el orador y amigo del poeta, Alfonso Cravioto, auguró que el ausente quedaría en la historia de las letras como el joven abuelo de los poetas mexicanos. El vaticinio se ha cumplido, López< Velarde orienta con sus luces a las nuevas generaciones.
Exhorto a nuestros lectores que se dediquen a leer la prosa de Ramón, para que se den cuenta de la profundidad de su lenguaje y el alcance de su pensamiento.
Ramón nos dejó El Minutero y el Don de Febrero, así como Prosas Oficiales, en donde derramó su prosa en temas de su tiempo y en filosofía intemporal, lamentablemente estos últimos libros mencionados son difíciles de conseguir, así que contentémonos con El Minutero que forma parte del volumen Poesías Completas de Editorial Porrúa editado en 1953.
Exhorto a mis amigos lectores a leer su prosa y deleitarse con temas y adjetivos que ya usó en sus versos, pero que nos saben a novedosos otra vez. Aquí dejo un ejemplo:
OBRA MAESTRA
“El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio.
El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza.
Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas.
Con un hijo, yo perdería la paz para siempre. No es que yo quiera dirimir esta cuestión con orgullo o necias pretensiones. ¿Quién enmendará la plana de la fecundidad? Al tomar el lápiz me ha hecho temblar el riesgo del sacrilegio, por más que mis conclusiones se derivan, precisamente, de lo que en mí pueda haber de clemencia, de justicia, de vocación al ideal y hasta de cobardía,
Espero que mi humildad no sea ficticia, como no lo es el miedo al dar a la vida un solo calificativo: el de formidable.
En acatamiento a la bondad que lucha contra el mal, quisiera ponerme de rodillas para seguir trazando estos renglones temerarios. Dentro de mi temperamento, echar a rodar nuevos corazones, sólo se concibe por una fe continua y sin sombras o por un amor extremo.
Somos reyes, porque con las tijeras previas de la noble sinceridad podemos salvar de la pesadilla terrestre a los millones de hombres que cuelgan de un beso. La ley de la vida diaria parece ley de mendicidad y de asfixia; pero el albedrío de negar la vida es casi divino.
Quizá mientras me recreo con tan tamaña potestad, reflexiona en mí la mujer destinada a darme el hijo que valga más que yo. A las señoritas les es concedido de lo Alto repetir, sin irreverencia, las palabras de la Señora Única: “He aquí la esclava”… Y mi voluntad, en definitiva, capitula a un golpe de pestaña.
Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir. Existe en la gloria trascendental de que ni sus hombros ni su frente se agobien con las pesas del horror, de la santidad, de la belleza y del asco. Aunque es inferior a los vertebrados, en cuanto que carece de la dignidad del sufrimiento, vive dentro del mío como el ángel absoluto, prójimo de la especie humana. Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra.
1.- Emilio de Armas, la Habana, Cuba Abr. 1981Ed. Arte y Cultura, Cuba.
2.- Antonio Castro Leal, México D.F. 1953 Ed. Porrúa.