Hernán Cortés, el “villano favorito” de los mexicanos

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Jesús M. Moreno Mejía

“La historia no sabe de una
guerra o una conquista que
haya hecho feliz al perdedor”.
Óscar Wilde.

            Hace 500 años, un 13 de agosto de 1521, culminó la conquista de la Gran Tenochtitlan, por parte de un abigarrado grupo de voraces españoles y millares de hombres de algunos pueblos, que por mucho tiempo habían estado sometidos por el imperio azteca.

La historia oficial nos cuenta solamente que la caída de la capital del mundo azteca, ocurrió tras del asedio de los sanguinarios conquistadores encabezados por el capitán extremeño (nacido en Medellín, España) y un reducido grupo de aliados de varios pueblos, especialmente tlaxcaltecas.

La realidad fue otra, pues si bien los españoles habían asediado insistentemente a los mexicas en su ciudad capital, con sólo algunos triunfos pírricos y una la derrota, conocida históricamente como “La Noche Triste” (30 de junio de 1520), la verdad es que los conquistadores no hubieran logrado la caída de la Gran Tenochtitlan sin la ayuda de tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos.

No pretendemos sentar cátedra de los hechos ocurridos hace cinco siglos atrás, tras la llegada de los españoles al suelo que hoy ocupa nuestra Patria, sino comentar si es realmente digno de recordar la fecha de la caída del imperio mexica en manos de los españoles y denostar las atrocidades cometidas durante la conquista.

El hecho es que, gracias a la versión de la historia oficial, la generalidad del mexicano tiene en mente que Hernán Cortés es el “Villano Favorito” pues representó la destrucción de una cultura prehispánica, asentada en Mesoamérica, en Centro y Sud América.

No es aconsejable caer en el maniqueísmo (interpretar que existieron los buenos y los malos), pues cada quien puede dar una u otra interpretación al resultado de la conquista española de hace 500 años, para finalmente no encontrar un resultado bueno de ello.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, creyó que era conveniente recordar la caída de la Gran Tenochtitlan y la resistencia de los mexicas, sin tomar en cuenta que sin la ayuda de miles de indígenas de otros pueblos prehispánicos, la conquista no hubiera sido posible como ocurrió.

Desde luego que los tlaxcaltecas, que fueron los que en mayor número se aliaron a los españoles, tenían su razón de haberse unido a los conquistadores, pues vieron de esa forma vengarse del dominio férreo del imperio azteca, amén de tener otra interpretación de lo que los extranjeros deseaban para ellos, pues no olvidemos que a los hispanos los dominaba la idea de llevarse el oro del continente recién descubierto, pues para nuestros aborígenes el metal codiciado por aquellos, sólo representaba un adorno más para unos cuantos, pues no eran moneda u objeto de transacciones.

Para los pueblos rebeldes al dominio mexica, luchar y derrotar a éstos era su venganza y la búsqueda de un cambio de condiciones; pensamiento por demás inocente, pues no valoraban la codicia y el deseo de dominio de los conquistadores.

Desde luego que también había llegado con ellos los evangelizadores, con una religión totalmente diferente a la de los pueblos indígenas, así como ideas diferentes a la concepción artística y gastronómica, que al final de cuentas se conjugaron en lo que hoy existe en el país en materia religiosa, en manifestaciones de tipo cultural y alimentaria, sin dejar de considerar que nada fue gratuito, sino producto del  derramamiento de sudor y  sangre de quienes resultaron sometidos en las diferentes épocas que hoy conocemos como el virreinato o colonia; la independencia y un  breve imperio mexicano; la república federal y la reforma; un pretendido imperio extranjero y luego una serie de luchas intestinas, como una oprobiosa  invasión estadounidense que costó más de la mitad del territorio nacional, para luego dar paso a una dictadura, la que a su vez derivó en una revolución estéril, pues se convirtió el sistema de gobierno en lo que fue calificada como una “blanda-dictadura”, que parece no haber terminado aún.

En síntesis, y echando mano de lo escrito en tiempos de los náhuatl, según traducción de Miguel de León Portilla (tomado de un interesante artículo del Dr. en Historia y Filosofía, Luis Alberto Vázquez Álvarez), “…y todo esto pasó con nosotros, nosotros los vivimos, nosotros lo admiramos, y triste suerte vivimos angustiados…”, o como afirma el periodista Eduardo Andrade, “500 años de formación de un pueblo”.

Las conclusiones deben ser de cada quién mismas que dejamos a nuestros lectores, dados los particulares puntos de vista de ustedes.

¡Hasta la próxima!