Un trabajador de la Minera Zapaliname, asociada al legislador de Morena, narra su jornada laboral en una mina carbonífera en Coahuila. Salarios de hambre, fraudes y condiciones indignas son denunciadas por un miembro del colectivo Familia Pasta de Conchos.
Óscar Balderas
EMEEQUIS.– Como un minero con más de 15 años de experiencia, te puedo decir que uno de los peores trabajos en el mundo es una mina de carbón. Basta con meter el cuerpo en esa cueva oscura y maloliente para iniciar un descenso acelerado hacia una muerte que no le deseo ni a mi peor enemigo.
Te lo digo yo, un cincuentón de la zona carbonífera de Coahuila, que tiene el cuerpo fastidiado y una salud tan deteriorada como si fuera un anciano de 75 años. Tengo reventado el oído, vivo con una tos seca que no se me quita ni cuando duermo y estoy más encorvado que un bastón porque tengo la espalda rota, casi tan jodida como mis rodillas.
No soy el único así. En esta región, los hombres tenemos tres destinos: ser mineros, albañiles o migrantes en Estados Unidos. Somos una población de sobrevivientes con los pulmones negros, los huesos frágiles, sordos de tanto picar y taladrar en las minas y con varios tipos de cáncer que estoy seguro que no sufren en las ciudades.
Te diría que todos acá viven así, pero hay un paisano que vive a toda madre. Tiene 75 años, pero con vitalidad de cincuentón. Es todo lo contrario a mí: millonario, influyente, con una panza prominente de tanto beber buen licor y comer carne, un lujo que no me puedo dar ni una vez al mes. Tal vez has escuchado de él, el dueño de la mina donde trabajo: un tal Armando Guadiana, senador de Morena y amigo del presidente.
Trabajar para él es el pinche infierno. No te dejes engañar por su personalidad bonachona y el eslogan de “Primero los pobres”. Nos está matando de hambre y de cansancio. Por eso, quiero contarte cómo es tenerlo de patrón y lo que uno debe soportar en sus minas.
Primeramente, discúlpame por no decirte mi nombre. Acá en el municipio de San Juan Sabinas todos me conocen y, si saben que soy yo el que está contando esto, mi vida estará en riesgo. Y aunque mi salud es precaria y mi despensa casi siempre está vacía, yo aún considero que vivir es algo muy bonito.
Para que tengas la seguridad de que sí soy minero, conocido en mi pueblo y que mi palabra tiene valor, déjame contarte que quien ha permitido este encuentro entre tú y yo es la organización Familia Pasta de Conchos, una agrupación pública y de valientes familiares que se unieron después de la tragedia del 19 de febrero de 2006, cuando 65 compañeros mineros quedaron sepultados y murieron tras un derrumbe causado por empresarios mineros negligentes como Armando Guadiana.
Confía en que todo lo que te diré es verdad. No tengo porqué mentir sobre cómo se trabaja en lo que nosotros llamamos “Mina 4 de Guadiana”, que en la Secretaría de Economía está registrada como la mina Zapaliname de la Compañía Minera Zapaliname S.A. de C.V., un nombre que nadie de mi pueblo usa para referirse a esa cueva peligrosa.
Quienes trabajamos ahí nos levantamos cerca de las 5 de la mañana. Comemos un lonche precario que preparan nuestras esposas o madres y esperamos el camión que pasa por colonias como La Agujita o La Reinera. Y ahí vamos, de tumbo en tumbo, apretados hasta las 6:30 de la mañana, cuando llegamos a las puertas de una mina en medio de la nada, en el kilómetro 123 de Carretera de la Constitución 57, un camino transitado por soldados y narcos.
Hay que cambiarse de ropa, ponerse overol, botas, lámparas y checar con el mayordomo la asistencia. Y desde ahí empieza lo jodido: vas para abajo, unos 150 metros, a un lugar maloliente, insalubre, inseguro, donde se trabaja con mulas que orinan y defecan en donde trabajamos y que sirven para empujar las carretillas de carbón desde lo más profundo hasta el ras de tierra.
Nomás hay que ver a esas mulitas para que te den ganas de llorar. Todas cicatrizadas, flacas, cansadas, tanto que a veces se desmayan del agotamiento y luego hay que echarles aire y hablarles bonito. “No te mueras, mulita, no te mueras. Tú síguele, se fuerte, aguanta hasta vieja para que te saquen a pastar”, les dice uno.
Luego pienso que las mulas deben vernos y piensan lo mismo de nosotros. Imagino que, en silencio, nos echan porras cuando nos miran fijamente. “No te mueras, minero, no te mueras. Tú síguele, se fuerte, aguanta hasta viejo para que te jubiles”, me gusta creer que dicen para sí mismas.
Nos ven chingarle. Rompiendo bloques de carbón con la pistola de aire que cargamos siempre en la espalda y que debe pesar unos 20 kilos. Tronando con palas y picos bloques tan duros como cemento que nos hacen estremecer desde los tobillos hasta las muñecas con cada golpe seco que damos. Sudando cada vez que hay que empujar las carretillas rebosantes con ese mineral que hace ricos a unos y enfermos a otros.
Todos trabajamos sabiendo que los jefes nos engañan, porque déjame decirte que en las minas hay una cosa llamada “factor”, que es la medida de cuánto carbón, u otro mineral, saca cada trabajador. Se mide con básculas que todos saben que en la “Mina 4 de Guadiana” están alteradas para joderse al minero y para beneficio del senador de Morena.
Si yo quiero llegar a una meta, por ejemplo, de 40 toneladas de carbón, yo sé que debo entregar 43; si me piden 50 toneladas en el “factor”, necesito extraer 55. Mis compañeros y yo trabajamos bajo la certeza de que, a propósito, nos cuentan mal lo que entregamos.
Pero trabajamos duro. Dejamos ojos, espalda, manos, rodillas y pies. A las 5 de la tarde se acaba la jornada y ahí nos ves de regreso: unos 350 mineros y unas cuantas mujeres de vuelta a casa con la ropa sucia y empapada en sudor. Sedientos porque no nos alcanza para traer un refresco en el lonche y tristes porque no tenemos energía para jugar con los hijos o platicar con la esposa. La noche es para cenar lonche, dormir y levantarse al día siguiente, a pesar del dolor en los huesos y músculos.
Te preguntarás cuánto gana un minero de “Mina 4 de Guadiana” y hasta me da vergüenza contestarte. Vas a pensar que lo estoy inventando. Pero no: se gana mil 190 pesos a la semana, pero casi siempre el dinero que llega a la bolsa del pantalón es mucho menos.
Los mayordomos, capataces y supervisores siempre encuentran el modo de descontarte los días, aunque los trabajes. Es común que te inventen faltas: si se te apagó la luz del casco, multa; si tardaste mucho en regresar del baño, multa; si le dices que los polines están doblándose y hay riesgo de que la mina colapse con todos adentro, multa.
Todos mis conocidos y yo le debemos a alguien. Acá es normal que te embarguen una licuadora o una máquina de coser. Siempre se los digo a los chamacos que llegan a la mina de 18 o 19 años: mejor vete, chavo, lárgate de acá. Esta no es vida. Esto es peor que morir.
No tenemos prestaciones, no tenemos jubilación ni un plan de ahorro para el retiro. Apenas un pinche aguinaldo de una semana, que es menos de lo que, por ley, nos debería tocar y un seguro médico que no cubre todo los padecimientos que se engendran dentro de uno después de años de respirar carbón en una mina.
A mí nadie me cuenta el destino de los mineros de Armando Guadiana: pulmones colapsados, oídos ennegrecidos, rodillas tan fuertes como un fideo y dolores de pecho como si el carbón se nos hubiera metido en el tórax y ahí se quedara para siempre lastimando las entrañas.
Cuando el minero deja de trabajar en la “Mina 4 de Guadiana” es casi siempre porque ya no puede más. El cuerpo ya no le responde. Y entonces se muere en uno o dos meses y la minera nomás le avienta unos pesos que no sirven para pagar un entierro decente. Ahí está la ironía: trabajamos bajo el suelo y ni siquiera ahí podemos descansar en paz.
El senador Armando Guadiana te dirá que esta mina no es suya y que él no es responsable de sus desgracias, pero todos acá sabemos que él es el verdadero dueño. Lo repiten los jefes, los capataces, los supervisores: “el patrón es el amigo del presidente y te callas”.
Pero si no me crees a mi ni a ellos, puedes ir al Directorio del Sector Minero de la extinta Subsecretaría de Minería y encontrarás que el representante legal de la mina es el ingeniero Pascual Alonso Guerrero Flores y su correo electrónico lo delata: guerrero@gminsa.com.
“Gminsa” es Grupo Minsa, la empresa donde Armando Guadiana y su hermano José Luis son socios desde hace muchos años. El registro es público, así que aunque el senador lo quiera ocultar tiene un nexo con la infame “Mina 4”.
Imagínate lo que siente un minero como yo, que gana menos de mil 190 pesos a la semana, cuando me dijeron de algo llamado Pandora Papers y que unos periodistas descubrieron que mi jefe, el senador, escondió al menos 28 millones de dólares en otro país para no pagar los impuestos que nos darían un servicio médico o acceso a la vivienda que tanto nos hace falta.
Imagina mi rabia, mi tristeza, mi desánimo. Imagina los de mis compañeros mineros que al día siguiente fueron a la mina a ver a las mulas moribundas, a dejar el poco aliento que les queda y a tirarse a la cama después de sacar más carbón de lo necesario porque si no les descuentan un día trabajado de sol a sol.
Te cuento esto no por causarte lástima, sino porque hemos pasado mucho tiempo sin levantar la voz. Quiero pensar que, aunque trabajamos en un mina oscura, somos visibles y nuestra dignidad brilla. Que importamos y que nuestro testimonio merece ser escuchado.
Así es trabajar en las minas del senador Armando Guadiana. Y me tomé el atrevimiento de contártelo porque creo que es importante que lo sepas.
Este testimonio fue elaborado a partir de entrevistas con un extrabajador de la mina y afiliados a la organización Familia Pasta de Conchos, formada tras la tragedia del 19 de febrero de 2006.