José Guadalupe Robledo Guerrero.
La muerte no es un tema del que se ocupen los humanos en sus charlas o reuniones familiares y de amigos, todos le rehuimos, ni siquiera lo abordamos específicamente cuando padecemos el fallecimiento de algún conocido, amigo o familiar, a pesar de que lo único seguro que ocurrirá -tarde o temprano- es que todo lo que nace y vive algún día morirá. Esa es la ley de la vida y se aplica a todo el universo: a las estrellas, planetas, plantas, animales y seres vivos. La vida y la muerte son una constante universal.
La muerte no puede ser excluida de la vida, porque es inherente a la misma, y sin lugar a dudas es -para hablar en términos modernos- lo más democrático que existe, pues lo mismo llegan a ella los ricos y los pobres, los fuertes y los débiles, los buenos y los malos, a todos los seres vivos nos llegará la muerte, pero no sabemos cómo, cuándo, dónde y por qué, ni sabemos si es cuestión del destino, de las circunstancias o de la suerte. La Muerte tampoco respeta ideologías, religiones o filosofías; lo cierto, es que cuando nos toca -dice el sabio refrán popular- aunque te quites, y si no te toca, aunque te pongas.
Las religiones abordan a la muerte, para darle una esperanza mística a ese asunto vital. La mayoría de las religiones del hinduismo creen que reencarnaremos en otras vidas; el cristianismo nos promete el cielo, el purgatorio o el infierno de acuerdo a nuestras actitudes y comportamientos en vida; para el budismo, la muerte es el principio de otra vida que se irá repitiendo hasta llegar al Nirvana, cuando el sujeto ha aprendido y obtenido la suficiente sabiduría espiritual como para ver la verdad y la realidad, algo parecido a la santidad; los antiguos egipcios creían que después de la muerte volverían a la vida, por eso momificaban a sus muertos, para que el alma regresara al cuerpo y en algún momento a la vida.
Otros creen que después de la muerte no hay nada más, es como si una vela se consumiera, se apagara y allí terminara todo, pero ninguna de todas estas visiones se ha comprobado, porque hasta ahora nadie ha vuelto de la muerte para decirnos qué sucede después de morir.
Las culturas originarias que habitaron en lo que ahora es México, adoraban a la muerte, la consideraban de sus principales dioses. Los mexicas, la cultura prehispánica que más conocemos, tenían dos dioses de la muerte, uno masculino y otro femenino: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, pero Coatlicue “la de la falda de serpientes” era la Diosa dual de la Vida y la Muerte, que recibía los nombres de Tonatzin “nuestra madre venerada” o Teteoinan “madre de los Dioses”, a quien los aztecas le rendían culto en un templo erigido en el cerro del Tepeyac. Esa era la creencia religiosa no solo de los mexicas, también de los zapotecas y los mayas, cuyo Dios de la Muerte era Ah Puch, Dios y rey de Xibalbá (el inframundo), y su esposa era Ixtab o Xtabay.
Por eso se cree, que las tradiciones de los pueblos originarios que habitaron en lo que ahora es el territorio mexicano, llegaron a un nivel superior en lo que a la vida y la muerte se refiere, pues visto a la luz científica, supieron que la Vida y la Muerte era una constante en el universo, porque todo lo que nace y vive trae consigo a la Muerte. Un día un amigo desahuciado por un cáncer mortal me dijo en vida: estoy herido de muerte. Este es un ejemplo de la dualidad divina de la Vida y la Muerte, como lo fue la reverencia que le rendían a las parturientas cuando morían al dar a luz, pues al morir daban vida.
El día de los muertos que celebramos actualmente, ya no es para adorar a la Muerte, sino para recordar a los que se han ido, y se cree que en esos días, el espíritu de nuestros ancestros nos visitan y les ofrendamos lo que más les gustaba en vida: comida, vinos, canciones, y otros gustos y querencias, y departimos con ellos y los recordamos. La hermosa película “Coco”, en la historia ficticia que nos relata tiene un mensaje lleno de amor y gratitud: Nadie muere hasta que ya no es recordado.
Por eso, independientemente de sus creencias, este y todos los días de los muertos, siga recordando a sus seres queridos que se han adelantado en ese proceso vital y divino, para que al recordarlos sigan viviendo en la mente de los seres vivos que los quisieron y les guardan gratitud. Ellos seguirán vivos mientras alguien los recuerde. Para que no mueran, siga recordándolos.
Política aldeana
Finalmente -como se filtró con anticipación- no se nombró a Ricardo Álvarez García como tesorero municipal en el gobierno electo de José María Fraustro Siller. Se cree que no se atrevieron a darle a Ricardo Álvarez ese importante puesto por su conocido y documentado historial de corrupción, pero en cambio, colocaron en la Contraloría municipal a su hija Lizzeth Álvarez Cuellar, ojalá que ese un nombramiento no sea para proteger el mal manejo de los recursos del ayuntamiento de Saltillo.
Preguntas huérfanas
¿De cuál corrupción irá a hablar AMLO en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿De la corrupción de su gobierno o de la de los gobiernos prianistas neoliberales? Para el caso es lo mismo, pues siguen siendo de los mismos los que ahora detentan el poder.