Jorge Arturo Estrada García.
“El problema político más importante y urgente del México actual es contener y aun
reducir en alguna forma ese poder excesivo”.
Daniel Cossío Villegas.
“Internet, nuestra mayor herramienta de emancipación, se ha transformado en la facilitadora
más peligrosa del totalitarismo jamás vista.”
Julián Assange.
El país necesitaba una sacudida. Requería un terremoto al estilo López Obrador que cimbra estructuras anquilosadas, construidas y retenidas por élites económicas y políticas casi permanentes. Un México con ciudadanos fatalistas, infectado por la corrupción, agobiado por la pobreza perenne que se ha convertido en un lugar tan cruel, tan injusto y ensangrentado; tan lleno de muertos, desaparecidos e impunidad. Sin embargo, la realidad del siglo 21 se ha empeñado en alterar dramáticamente los escenarios políticos, económicos y sociales mundiales. Y, Andrés Manuel no ha sido el piloto adecuado para conducir a México en medio de las nuevas turbulentas tormentas, eso es evidente.
A pesar de lo que diga, él no estaba capacitado para afrontar los enormes retos que el dinámico mundo actual le presenta. En medio de una pandemia enorme y una crisis económica mundial, él no es el mejor capitán para conducir a la nave a destino seguro. Su gobierno es titubeante y las decisiones son caprichosas. Su gabinete es mediocre. Los muertos se apilan.
Actualmente, él y su gobierno sostienen una carrera contra la realidad. Se trata de una carrera por la continuidad de su proyecto. Es una carrera entre su magnetismo y popularidad personal contra la cruda realidad nacional y mundial. Su meta está a dos años y medio de distancia, en junio del 2024. Esa es la fecha clave para el presidente. El hechizo de su demagogia y de entregas monetarias debe durar hasta ese momento. La decepción no debe llegar antes del instante ante las urnas. Eso es lo que le importa.
El presidente ya entró en la etapa del “el poder soy yo”, y a partir de eso remodela a México según lo que su mente ha concebido. Ya las leyes le estorban. la oposición le molesta. concentra el poder, ataca, se victimiza y persigue. En el tema de la sucesión sus compañeros de viaje comienzan a estorbarle. Lo cierto es que su gestión atropellada ha desgastado su superioridad moral, es una máquina de consumir dinero. Sus cuentas le fallaron, la corrupción no se detuvo y siempre le falta dinero. Ahora varios de sus alfiles y peones son los involucrados. Ahora, varios de sus antiguos aliados, son desechables.
A mitad de su gestión muestra su soberbia sin recato, se sabe poderoso y se siente querido y respaldado. Ya adora las encuestas. Las presume, ahora que los números le favorecen a él a su partido y a sus candidatos.
Con base en los ataques y las amenazas, el terror consolida su hegemonía y construye su Maximato. Se siente moralmente superior e indispensable. Demanda que las multitudes lo aclamen. Es intolerante y autoritario y va sobre las instituciones para desmontarlas y rehacerlas a su conveniencia. También, es un tipo pragmático y sin ideología que va por su lugar en la historia nacional. Él sabe que, exterminando al PRI, expulsándolo de las gubernaturas entraría a la leyenda. Ese será un hecho histórico. Lo demás es aún incierto. Es difícil anticipar cómo terminará el sexenio. Son demasiadas variables en la ecuación por el momento y son muy dinámicas, tanto externas como externas. Además, son de enorme magnitud casi incontrolables.
México es una nave que extravió el rumbo desde hace décadas. Concentra la riqueza en pocas manos y mantiene una enorme pobreza. Es uno de los países más desiguales, de lo más corruptos, y uno de los que cuentan con las más grandes economías del mundo. Además, es el mayor socio comercial y vecino de la mayor potencia global.
Es un país, que hizo una revolución que tumbó a una clase política pero no destruyó las estructuras económicas y sociales existentes; las haciendas y los terratenientes se conservaron casi intactas salvo algunos detalles focalizados de zapatistas y villistas.
En el país agrícola, de ese tiempo, el reparto agrario fue pospuesto. La constitución social demócrata de 1917 se fue aplicando discrecionalmente. Cuando se le dio prioridad a la industrialización y en el modelo de sustitución de importaciones, hasta entonces, se dio el reparto agrario amplio; con tierras sin agua suficiente para hacerlas producir, ni siquiera en autoconsumo, y con los expropietarios escogiendo los mejores predios previamente en los deslindes. Además, solamente el nueve por ciento de las tierras del país son fértiles y aptas para la agricultura.
Desde Álvaro Obregón, los obreros y sus sindicatos fueron alineados poco a poco hasta constituir grandes centrales, que luego darían forma al PRI y sus ancestros, con esto quedó listo el presidencialismo que se relevaba sexenalmente y se acabaron los levantamientos armados.
De esta forma, la postrevolución y el priismo construyeron una socialdemocracia a la mexicana, incompleta y mal hecha. El Estado de Bienestar que se fue logrando se fue concentrando en las clientelas electorales como la burocracia y el magisterio.
Los estertores finales de ese modelo de gobiernos paternalistas se dieron en la Docena Trágica de Luis Echeverría y José López Portillo. Ellos intentaron mejorar la calidad de vida, rompiendo paradigmas y peleando con las cúpulas empresariales por mejores salarios, apertura de fronteras y reformas fiscales. Ambos fracasaron, el país quedó estratosféricamente endeudado y la moneda depreciada. Ambos fueron estigmatizados y condenados al ostracismo. Ahora AMLO teme fracasar en lo económico, a sumir al país en otra crisis monumental y que le pase lo mismo que a sus antecesores.
Actualmente, las circunstancias son otras. El T-MEC incluye la democratización sindical; el campo está privatizado y los ejidos están abandonados; la minería está concesionada a extranjeros y a los supermillonarios nacionales: Slim, Larrea, Bailleres y otros. La inversión extranjera es la que manda, aunque al presidente no le agrade; más de la mitad de los empleos en el país son informales y la pobreza se expande cada día. A su gobierno no le ajusta para darle dinero y empleos a más personas, ya llegó al límite, por eso intenta forzar las cosas en la secretaría de Hacienda y el Banco de México. Ya gastó los fideicomisos y va por las reservas del Banxico. Las tentaciones son grandes y la soberbia está en el punto alto. Podría existir la tentación de echar a andar la maquinita de imprimir billetes.
López Obrador no es el autor de todos los males que agobian al país. Sus fallas provienen de su escasa comprensión del mundo del siglo 21, más allá de sus posturas ideológicas más discursivas que reales. Es evidente, que las poses políticas no son suficientes para cambiar 40 años de neoliberalismo a la mexicana, con élites dominantes dinásticas y clases subalternas fatalistas y resignadas.
Andrés Manuel trajo esperanza a los mexicanos, pero las circunstancias lo arrollaron, no estaba preparado para las contingencias y la realidad lo rebasa. Este no era su momento. Su meta es ganar el 2024 antes de que el desencanto cunda más ampliamente. Veremos qué pasa.