Luis Eduardo Enciso Canales.
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
El paternalismo en México forma parte de una de las medidas más utilizadas y más discutidas sobre las diversas formas de intervenciones que tiene el estado sobre los individuos. El término mismo suele ser usado en forma despectiva tanto en el lenguaje académico como popular. Parafraseando a Joel Feinberg, uno de los primeros y más importantes teóricos que ha analizado esta clase de intervenciones, usualmente empleamos el término para acusar a las personas controladoras o sobreprotector de ser “paternalistas”. El término produce en muchos un rechazo frontal, debido a que es asociado a la relación padre-hijo. Se suele afirmar que cuando el gobierno actúa de forma paternalista sobre los adultos está tratándolos como si fueran niños. Y en efecto, esta situación se intensifica cuando existe una concentración del poder. López Obrador ha inaugurado un nuevo capítulo de la larga tradición paternalista que tiene el país, esta herramienta o método es también un instrumento de control, que hoy se traduce en programas sociales clientelares en donde los beneficiarios son dependientes y son mantenidos cautivos sin brindarles condiciones para un desarrollo autónomo.
Este nuevo paternalismo es disfrazado de una supuesta transformación, aunque los indicadores demuestran que no ha habido crecimiento y la brecha de desigualdad y pobreza se sigue ensanchando. La retórica presidencial insiste en que, al igual que niños pequeños, el pueblo bueno y noble, necesita quien lo guie y decida que hacer por él, porque este no sabe lo que le conviene y en consecuencia hay que resolver por ellos, es obvio que detrás de esto existe una profunda arrogancia que igualmente se esconde tras una aparente bondad, es por eso que el presidente se dirige a sus gobernados como si hablara con pequeños, su expresión es extremadamente pausada como si sus interlocutores no entendieran, algo que por cierto no hizo en sus pasados viajes al extranjero, en estos foros internacionales no se le escucho leer y hablar sin ese matiz reservado para el escenario mexicano solamente. Este ser omnipotente y omnipresente en que se ha convertido el presidente es un vigilante que decide; que sí y que no, se hace con los bienes y el patrimonio nacional. Al respecto va sobre ese punto crucial el citar uno de los párrafos de Norberto Bobbio; retomo mi vieja idea de que el Derecho y el poder son dos caras de la misma moneda, sólo el poder puede crear Derecho y sólo el Derecho puede limitar el poder.
Este nuevo modelo de Estado, en esencia despótico, es el tipo ideal de Estado de quien observa la cuestión pública solamente desde el punto de vista del poder; en el extremo opuesto estaría o debería estar el Estado democrático, que es el tipo de Estado de quien observa desde el punto de vista del Derecho. En ese sentido hoy deberíamos estar insistiendo en lo decisivo del carácter republicano para la salud de la democracia, porque nuevamente la vieja pregunta vuelve a recorrer toda la historia de nuestro pensamiento político ¿Quién cuida a los cuidadores? Hoy esto mismo se podría aplicar con la siguiente interrogante ¿Quién controla a los controladores? Si no se logra encontrar una respuesta a esta pregunta, entonces la democracia, como advenimiento del gobierno visible, está perdida. En rigor, el sentido de lo republicano es el control o relativización del poder, lo que específicamente supone, el límite temporal del ejercicio de gobierno, independencia entre los Poderes y alternativas reales para elegir, no solamente el presupuesto, sino todo lo que implica las libertades públicas como modelo de un gobierno que debería ser incluyente en la toma de decisiones de la sociedad.
Una vez más el placebo para el pueblo a falta de una verdadera y democrática inclusión, las consultas populares llegan como otro sello del gobierno obradorista, ejercicios de simulación donde las decisiones están tomadas con anterioridad y, lejos de obedecer a criterios técnicos, han estado supeditadas a sesgos políticos e ideológicos del primer mandatario. En la actual fase de este régimen que ejerce el poder de manera vertical y se encubre en el rescate de un supuesto nacionalismo parece emerger un modelo de gestión compatible con el de sus antecesores, pero ahora convertido en un neo-paternalismo, donde se desarrollan con anchura el espejismo de un crecimiento simulado que le apuesta al factor emocional disfrazado de dadivas, un baile de entretenimiento en donde se incluye la cuestión moral y los valores, mientras, los ingresos reales no se tocan y el derecho a la auto-representación se elude. Pero en contra parte comienza a emerger una inestable mezcla de inquietud, angustia sobre el futuro y duda ante la incapacidad de generar certezas, al presidente se le olvido que los hijos crecen, maduran y exigen respuestas. Esta mezcla es un caldo de cultivo que bien puede convertirse en un potente motor evolutivo o autodestructivo, he ahí la disyuntiva.