Un sueño en el polo norte

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Higinio Esparza Ramírez.

   Es noche buena, pero en extremo diferente a las tradicionales. Sombría y húmeda sumió al mundo en la tristeza. No encendieron sus luces la torre Latinoamericana, la torre Eiffel, el Big Ben de Londres, el Coliseo de Roma, Chichén Itza, la torre de Pisa, el Cristo del Cubilete, el Cristo de las Noas y la estatua de la Libertad. Las campanas callaron y los espíritus se acongojaron.

   En ese desventurado año Santa Claus no salió al aire y su ausencia insólita generó conmoción mundial. Desconcertadas, las familias perdieron sus impulsos navideños, se olvidaron de diciembre y se volvieron frías y egoístas.

   La figura emblemática no apareció en el horizonte ni su trineo tirado por renos, atiborrado de diversión, cruzando el fulgurante disco lunar. En consecuencia niños y niñas no recibieron juguetes ni obsequios. Los adultos, por su parte, no intercambiaron regalos ni buenos deseos con familiares y amistades, una práctica navideña que fortalecía lazos fraternos y aliviaba las culpas.

   Los lamentos se generalizaron con señalamientos injustos, sin fundamento, hacia el señor Noel por haber dejado desamparados a los humanos de todas las latitudes, alterando los sentimientos de cercanía, tolerancia y amistad. No se alegraron las almas y los corazones endurecieron. Por eso entraron en la oscuridad. 

Se extrañaron las risotadas del personaje y su cauda de regalos, sus viajes con toques de campanas y sus entradas ajustadas a las chimeneas ennegrecidas por el hollín. Los vuelos de fantasía a través del disco lunar, siempre fueron un espectáculo en cada noche buena y madrugada del 25.

  En esta desgraciada ocasión las cartas infantiles y los sueños de los adultos evocando la figura navideña, no tuvieron respuesta y los calcetines quedaron colgados de las cabeceras de las camas, vacíos y tiesos por el frío y la desesperanza.

    ¿Qué fue lo que pasó…? ¿Santa enfermó?, ¿Cubre viajes intergalácticos? ¿Se salió de la órbita terrestre? se preguntaba la gente una y otra vez, pero no hubo respuesta inmediata de los voceros del Polo Norte, igualmente sorprendidos. Cerraron las sucursales que tiene Santa Claus en China, Francia, Brasil, México, Oaxaca y la ciudad de Lerdo. Juguetes y regalos se amontonaron en los frígidos almacenes del imperio de Noé y en los pastizales cristalizados los renos rumiaban su inmovilidad.

Los duendes, fabricantes de ilusiones, se fueron a la calle, desconcertados por el súbito cierre de los talleres donde diseñaban y armaban, entre risas, cantos y chascarrillos, cientos de miles de muñecas y muñecos, carritos de bomberos, trompos y baleros, trenecitos y patrullas, globos, pelotas y balones que ellos mismos inflaban con su aliento; personajes de madera articulados, espejos, juegos de maquillaje; estufas, roperos y camas, casitas amuebladas desde los baños al ático, boxeadores de madera que no bajan la guardia y más recientemente ametralladoras y pistolas de plástico y lámina fabricadas a regañadientes porque ellos son pacifistas. Disimuladamente quemaban los instrumentos bélicos y por esa causa un humo gris contaminado, brotaba de las chimeneas empotradas en los tejados rojos, blancos, azules y dorados que identifican al reino de la ilusión.

En el vecindario de nieve perenne del Polo Norte, de osos blancos, alces, bosques cubiertos de níveo manto y rampas de despegue trazadas con foquitos rojos, cundió el desaliento. La desaparición del señor Noel y sus tropas benefactoras, por sorpresiva e inexplicable, dejó mudos a los lugareños y más tarde a todos los pueblos de los cinco continentes.

 Le horrorizaron a Santa Claus las guerras en el Medio Oriente, las matanzas en México, las ejecuciones de hombres inocentes por parte de los talibanes, los incendios, tiroteos y muerte en las calles de las ciudades perturbadas por el descontento social, los secuestros que terminan con el asesinato de las víctimas, el sufrimiento de miles de refugiados que no encuentran un lugar seguro y fallecen en el mar y las amenazas de guerra entre Corea del Norte y los Estados Unidos de Norteamérica con líderes soberbios capaces de provocar una contienda universal que acabaría con media humanidad.

  Aturdido por el salvajismo humano, el viejo de las fábulas corrió a su habitación donde descansa once de los doce meses del año, cerró puertas y ventanas con aldabas y candados para poder llorar a su libre voluntad. Las lágrimas mojaron sus alborotadas barbas impolutas y todo su cuerpo se estremeció con gemidos de dolor e impotencia.

    Los líderes pendencieros endurecieron sus acciones y no entendieron el mensaje navideño de protesta y rebeldía del varón que goza con la felicidad de los pequeños. Transcurrió diciembre en una sobrecogedora oscuridad, pero en los primeros días de enero Santa Claus recuperó la cordura y llegó a la conclusión de que encerrarse a sí mismo en alma y cuerpo no resolvía la virulencia humana. Convocó a sus consejeros con el propósito de emprender a nivel mundial una campaña dirigida a los dirigentes que mueven los hilos de la guerra, patrocinan los sangrientos atentados terroristas y los enfrentamientos armados que  liquidan a miles de vidas inocentes.

   Santa y sus consejeros elaboraron una propuesta de paz, trazaron las rutas a recorrer y prepararon una lista con los nombres de los principales caudillos, incluyendo a los terroristas y dictadores que mantienen al orbe en constante zozobra, con la intención de convertirlos en hombres de bien, en paz y armonía con sus semejantes. Santa, vestido de traje gris Oxford, camisa blanca y corbata a rayas amarillas transversales, pelo recogido en chongo y barbas lustrosas, asumió las funciones de jefe de la misión; sus ayudantes enjaezaron los renos y pulieron los patines del trineo, llevándolo a la iluminada -ahora si- rampa de despegue del nevado aeropuerto de uso exclusivo de los renos que tiran el trineo.

   Afganistán, Irak, Irán, Siria e Israel fueron los primeros sitios a visitar; luego volaron a Rusia, China y Corea del Norte, a Francia e Inglaterra y de ahí a Norteamérica pasando por México, Guerrero y Tamaulipas. La invitación a la paz mundial la grabaron en pergaminos y al momento del arranque el tintineo de las campanitas celebró la partida de los embajadores de la concordia intercontinental. Ablandar corazones y fomentar la tolerancia fueron sus principales objetivos.

 Diez meses duraron los desplazamientos de norte a sur y de poniente a oriente del globo terráqueo. Fuera de temporada reapareció la figura típica del señor Noel, identificable por sus guantes blancos, botas negras y cinturón ancho del mismo tono, una presencia que no consiguió encubrir el traje casual, generó burlas y suspicacias.

   El diplomático en jefe no se sintió aludido y puso en manos de los entrevistados los pliegos pacificadores. Miró directamente a los ojos de cada uno de ellos para conocer a fondo sus reacciones y amistosamente se interesó por su salud personal y la de sus familiares. Se despidió de manos sin quitarse los guantes, pero detectó egoísmo, soberbia y fanatismo en cada uno de ellos. No se amilanó, por el contrario, se despidió con un sonoro y optimista “!Felices pascuas!”, una expresión inusitada porque ya había entrado la primavera y se aproximaban verano y otoño.

  Transcurrieron los meses, pero la violencia no disminuyó en ninguna de las regiones en crisis. Santa Claus se frustró y entró a una encrucijada: reanudar las fiestas navideñas o continuar con el paro de protesta.

   Sorpresivamente a finales de noviembre llegó un correo a su buzón de adornos afiligranados y multicolores, comunicándole que por fin las fuerzas en pugna habían acordado una tregua con vistas a una pacificación total; narcos y beligerantes apoyaron el acuerdo y la paz universal regresó a la castigada Tierra.

   Automáticamente resurgió el espíritu navideño en todos los ámbitos, las luces multicolores se encendieron y las estrellas iluminaron los hogares. Abrazos y llantos de contento celebraron el regreso de las fiestas.

  Los duendes fabricantes de juguetes retornaron a los talleres entre cánticos y maromas de gusto y complacencia, reanudando sus tareas ancestrales. Dejaron atrás los malos tiempos y laboraron con frenesí pues ya había aumentado la población infantil.

 Asegurada la concordia, EU ya no traficó armas a México y acabó con el consumo de drogas entre los suyos. Al presidente belicista y anti mexicano lo despidieron los congresistas y le abrieron juicio penal y político. El muro fronterizo inacabado no separó a ninguna de las dos naciones, hermanas y socias desde la guerra de secesión allá, y acá de la revolución.

 Los indocumentados siguen trabajando del otro lado, libres de angustias y enviando remesas millonarias a sus familias en México, los talibanes e islamitas entregaron las armas, la locura en Oriente Medio dio paso a la prudencia, Washington se reconcilió con asiáticos y europeos y los narcos paisanos se convirtieron en colaboradores de la PGR. Cesaron las matanzas en Zacatecas.

   Acomodado en su poltrona favorita, parchada y rechinante, Santa Claus leyó tres veces el comunicado enviado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dando cuenta de la pacificación del orbe, aspiró el humo de una pipa que le regalaron los artesanos de Querétaro y se quedó pensativo:  -¿La paz mundial es real o estoy soñando? En ese momento despertó…