Mis sexenios (64) Óscar Flores Tapia, el último santón de Coahuila

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

        El 11 de julio de 1998 falleció el exgobernador Óscar Flores Tapia, con quien hice una respetuosa y fructífera relación amistosa desde marzo de 1983, año y medio después de su renuncia al gobierno de Coahuila.Al día de su muerte, tenía un par de meses de no ver a Flores Tapia. Tres cosas impidieron que lo acompañara: los malestares de OFT, mi lucha por sobrevivir a la persecución del gobierno montemayorista, y las recomendaciones médicas que le prohibían que lo visitara, porque según me dijo su esposa, se excitaba mucho en nuestras pláticas.Cuando supe de su muerte, escribí mis recuerdos sobre él con el título: Óscar Flores Tapia: El último Santón de Coahuila, que a continuación trascribo:

Óscar Flores Tapia

El 11 de julio de 1998 dejó de respirar el último santón de Coahuila, Óscar Flores Tapia. Ese día, el Maestro Masón emprendió su viaje final hacia el Oriente donde nace el Sol cada día. En este último viaje, OFT dejó atrás la obra de su vida: su lucha política, sus comentarios periodísticos, sus inquietudes liberales, sus investigaciones históricas, sus novelas, sus adorados libros, un cúmulo de poemas, sus preocupaciones y una interminable lista de enseñanzas. Todo esto, algún día lo habrá de recoger la historia del Estado que amó con tanta pasión y a su manera.

Flores Tapia dejó también una labor constructiva que todavía no acaba de evaluarse, y una herencia, pletóricas de anécdotas del poder y de vivencias ejemplares, como vencer la adversidad de la pobreza para ser lo que quiso ser. Por eso fue de aquellos que no sólo imponen su personalidad, sino que crean un estilo propio. Fue un hombre controvertido y polémico como todos los de su estirpe, aquellos que se comprometen, que enfrentan retos, que luchan por modificar las circunstancias y que se empecinan en influir en el destino. De aquellos que tienen el valor de correr riesgos sin temor a equivocarse.

A Flores Tapia nadie -ni sus más acérrimos adversarios- le podrán escatimar el éxito que tuvo al escalar los más encumbrados niveles del poder desde la más precaria condición social. Manejó el poder con decisión y férreo carácter, a veces lo hizo con dureza y temeridad, pues como un día me confesó “Es de la única forma que puedes hacer lo que debes hacer”. Tal vez por ello no todos le entendieron, pero esa incomprensión, en ocasiones convenenciera y muchas veces ingrata, no podrá borrar la huella indeleble que Flores Tapia impuso en la historia de Coahuila.

OFT fue un obsesivo autodidacta. Como estudioso de la historia, conocía la de Coahuila a profundidad. Su cariño por los héroes de la Patria lo llevó a escudriñar en la vida de sus preferidos, entre los que destacaban Benito Juárez y Venustiano Carranza. Alguna vez cuando nos lamentábamos de la falta de líderes en el país, Flores Tapia pontificó “La culpa la tiene la generación de Juárez, pues los personajes de esa talla nacen cada cien años, y con don Benito se dieron muchos al mismo tiempo, por eso hoy carecemos de líderes”.

Conocí a Flores Tapia fuera del poder, en la adversidad. Recuerdo mi primer encuentro con él. Fue en marzo de 1983, año y medio después de que renunciara a su gobierno. Yo escribía en El Sol del Norte y había publicado una crítica sobre algunos abusos que se cometieron durante su gobierno. Esto motivó que uno de mis compañeros de página editorial, Elías Cárdenas Márquez, me invitara a conocer a Flores Tapia, porque don Óscar se lo había pedido. Acepté la invitación, porque alguien me había dicho que se encontraba deshecho, próximo al suicidio, pues no había podido superar su renuncia al gobierno coahuilense.

Una mañana de marzo llegué, acompañado de Elías Cárdenas, hasta la biblioteca de su casa, pero no encontré al hombre deshecho, mucho menos me topé con el potencial suicida; por el contrario, hallé a un hombre lleno de vida, diseñando un plan para decir su verdad como él sabía hacerlo, con el intelecto y la pluma. Allí estaba Flores Tapia corrigiendo un texto. Me miró por encima de sus anteojos, y con su vozarrón dijo “Así que tú eres Robledo”. Después comenzó a platicarme sobre su proyecto de editar varios libros que esclarecieran “La perruna persecución de que fui objeto”. Me habló sobre los cinco libros que pretendía escribir, y posteriormente me permitió conocer mucho sobre dos de esos textos que fueron publicados por la editorial Grijalbo “López Portillo y Yo” y “El Señor Gobernador”.

Desde entonces mis encuentros con Flores Tapia fueron continuos. Diariamente destinaba horas para platicar sobre la historia de Coahuila, sus inquietudes, logros y frustraciones. Durante 15 años, hasta meses antes de morir, don Óscar me hizo partícipe de sus pensamientos, fobias, querencias y realizaciones. Tal vez por eso -perdonen la presunción- lo conocí como pocos en los últimos años de su vida, porque me permitió hurgar en las profundidades de su ser y su deber ser, en lo hondo de su conciencia.

Flores Tapia me permitió conocer lo que llevaba detrás de su máscara de gruñón y autoritario que solía exhibir. Pero esa máscara era parte del disfraz que usaba para impedir que alguien traspasara los límites de su intimidad y penetrara en su preciado yo interno. Una vez le comenté mi apreciación al respecto. En respuesta puso su mano sobre mi brazo, aceptando que había descubierto su debilidad, la que tanto utilizaron los cortesanos para beneficiarse en su gobierno.

En 1974, el dirigente nacional de la CNOP, Oscar Flores Tapia, quien después sería gobernador de Coahuila.

Años después, un grupo de masones le hizo un homenaje en el Templo Masónico de Saltillo 400 que él había mandado construir. En ese evento, cuando varios maestros masones habían reconocido su obra de su gobierno, OFT pidió que yo dijera algunas palabras. Comencé por recordar la humilde cuna que lo vio nacer, haciendo hincapié en lo que más admiraba de Flores Tapia, su irrenunciable lucha por ser lo que quiso ser, y su intransigente esfuerzo para no dejarse vencer por la adversidad de la pobreza. Para finalizar, le agradecí a OFT permitirme -con su ejemplo de vida- ver de otra manera a los lavacoches, pues después de don Óscar uno debe considerar que aquel que le lava el carro bien pudiera ser potencialmente un futuro gobernador de Coahuila.

Desde el lugar de honor que ocupaba, Flores Tapia no pudo evitar las lágrimas, pues siempre estuvo orgulloso de su humilde origen, y de todo cuanto logró a partir de esa desventajosa condición social. Después que abandonamos aquella sesión masónica, tomándonos un café, leí el hermoso poema de Mario Benedetti “Hombre preso que mira a su hijo”. Escuchó enfatizó sobre los párrafos finales que a continuación transcribo:

Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
pero tiene el derecho de no hacer 
lo que no quiere.

Llora nomás Botija
son macanas
que los hombres no lloran.
Aquí lloramos todos.

Gritamos, berreamos, moqueamos,
chillamos, maldecimos.
Porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse.
Llora, pero no olvides.

Don Óscar estaba consciente de la condición humana, creía que la traición era parte de las debilidades humanas. Luego de su renuncia al gobierno de Coahuila, fue negado, traicionado y abandonado por aquellos que lo habían cortejado y se habían beneficiado en su gobierno, pero esas frivolidades no le amargaron su existencia. En la adversidad, tomó conciencia de los defectos humanos. Cierta vez me dijo “Quien crea que no tiene defectos que se los busque, porque si no los tiene no es humano”.

Durante 15 años acompañé a Flores Tapia en su soledad, esa soledad que los políticos sólo conocen cuando han dejado el poder y se encuentran en la adversidad. Luego de su renuncia nadie se le acercaba, estaba políticamente apestado. Sentí su enorme satisfacción cuando le dije que era “El último Santón de Coahuila”. Él sabía que anotaba lo que me decía acerca de los entretelones de la política coahuilense y las recámaras del poder. Quizás por eso siempre tuvo para mí la mejor de sus facetas, la de Maestro, la de quien habla en voz alta a su conciencia, “A la que nunca debes darte el lujo de engañar”.

En reiteradas ocasiones, Flores Tapia insistió en que escribiera un libro sobre lo que habíamos platicado de política. Incluso alguna vez me invitó a la ciudad de México para entrevistarnos con uno de los propietarios de la Editorial Grijalbo, con el objeto de que me dieran un adelanto económico por la publicación del pretendido libro. Cuando le externé mi negativa de escribir el libro, respetó mi decisión, ni siquiera intentó convencerme y nada cambió entre nosotros; al contrario, nuestra relación se fortaleció, pues se convenció que mi interés era aprender, y su compromiso era enseñar.

Óscar Flores Tapia en campaña electoral, acompañado de Roberto Sánchez Rodríguez, Enrique González Valles y Jesús Reyes García.

Continuamente me regalaba libros. El último que me dio en el Recinto de Juárez fue “Las memorias de Lerdo de Tejada”, el que al final de la dedicatoria tiene fecha de enero de 1998. Las pláticas con don Óscar no sólo eran de política y cuestiones culturales. También hablábamos sobre la muerte, los hijos, la patria y la libertad. A últimas fechas estaba consciente que su fin estaba cerca. Sabía que la muerte era una etapa lógica de la vida.

En octubre de 1993, cuando asistió al velorio de su amigo Raúl Flores Villarreal, llegó solo, se plantó frente al féretro de su amigo, y le reclamó “Por qué te fuiste Raulón, si eres más joven que yo. Te me adelantaste”. Se sentó a recordar las anécdotas de vida de “Raúl Flores Naturales”, finalmente se despidió cariñosamente de los familiares de su difunto amigo.

Muchas veces su fiel amigo, “El Chino” García, fue testigo silencioso de nuestras charlas. “El Chino” era quien más enterado estaba de sus estados de ánimo, incluso a veces padeció en carne propia las irrupciones de su carácter. “El Chino”, que colaboraba con OFT en el Recinto de Juárez, sabía cuándo estaba furioso, qué le molestaba o preocupaba, vivía con él -estoicamente- sus recurrentes cambios. Meses antes de su muerte, don Óscar me citó en el Recinto de Juárez, y antes de que él llegara, “El Chino” me dijo que don Óscar andaba furioso porque el gobierno le haría un homenaje a Óscar Ramírez Mijares, y me pidió que hablara con él. “Dile que no haga corajes porque le hacen daño. Dícelo, a ti te escucha”.

A su llegada, OFT abordó el asunto y preguntó “¿Qué ha hecho Ramírez Mijares por Coahuila para que le hagan un homenaje?”. Tenía razón, nada había hecho, pero le pedí que no hiciera coraje, atendió la sugerencia y dejó de gritar. Ese día le dije conciliadoramente “Se ve muy bien, don Óscar”. “No te creas -confesó- hay días que me la paso muy mal, me duelen mucho mis piernas”, dijo quedamente como si deseara que nadie más lo escuchara.

Recuerdo alguna vez que fui por él para ir a desayunar. Me di cuenta que se sentía mal de sus piernas cuando pidió que lo ayudara a subir al carro. Al llegar al restaurante y quise ayudarlo a bajar, alguien salió a saludarlo, y retiró mi mano tendida, bajando del auto sin ayuda. Una escena semejante de Winston Churchill la relata Richard Nixon en su libro “Líderes”.

En los últimos meses que lo vi, casi no hablaba de política, pero sabía que le preocupaba la situación del país, “y la poca responsabilidad que han mostrado estos muchachos”, refiriéndose a los gobernantes surgidos del neoliberalismo. Por desgracia, Flores Tapia murió en el gobierno neoliberal de Rogelio Montemayor, por eso su muerte pasó desapercibida, no hubo ningún evento importante para despedirlo, a pesar de que con OFT se iba toda una época gloriosa de la política y cultura coahuilense.

Don Óscar siempre mantuvo su mente lúcida, recordaba lugares y fechas. Fue un comprometido priista, un luchador empedernido, un acucioso lector. En su juventud adquirió una formación socialista, su amor por el pueblo era paternal, a la usanza de los viejos políticos nacidos con la Revolución Mexicana. En nuestra última charla me habló sobre el gobernador Pedro V. Rodríguez Triana, “Aquel que los ricachones de este pueblo no quisieron porque iba al cine a galería, veía los toros desde los tendidos de sol y no se expresaba como la gente de la élite económica”.

En su libro “El Señor Gobernador”, dedica mayor espacio a otro mandatario que logró su admiración, Raúl López Sánchez. En cierta ocasión le señalé que cuando hablaba de López Sánchez, me daba la impresión que se estaba dibujando él mismo. Don Óscar sonrió, lo había descubierto.

El balance final de la obra de Flores Tapia es positiva. Con su muerte, el priismo perdió a uno de sus mejores gobernantes y políticos, pero emprendió su viaje final sin recibir el merecido reconocimiento de sus correligionarios, por los que tanto hizo y los que mucho le deben. Por su parte, el pueblo al que tanto quiso y al que mucho le dio, no acudió a despedirlo con la gratitud que se esperaba. Coahuila perdió con don Óscar a un hombre que hizo con su férreo carácter y su intransigencia popular, un estilo de gobierno que hoy se ha extinguido en los palacios gubernamentales, y que cada vez más añoran los sectores marginados.

Se fue para siempre Óscar Flores Tapia. Hoy yace solo, inerme en su morada final, rindiéndole tributo a la madre tierra, “El último Santón de Coahuila”. Descanse en paz…