Los días en el jardín

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Lic. Simón Álvarez Franco.

Miguel Ángel Morales Aguilar (2)                              

No sé cómo a veces, más bien frecuentemente, llegan a mis manos libros muchas veces buscados, otra de casualidad, no buscados, pero siempre con contenidos valiosos, como los que hoy quiero comentar.

Hace tiempo me llegó Los andurriales de un pistolero cool, de Miguel Ángel Morales Aguilar, poeta que no conozco personalmente, personaje que ama a esta Laguna, tierra de promisión que alberga a muchos exiliados, a veces  voluntariamente, y otras, las   más, forzosamente, sea por estudios o trabajo, pero que lo mismo del autor que nos ocupa, hace que nos enamoremos del desierto, de la arena, de las noches brillantes y estrelladas, pero sobre todo por la calidez de sus habitantes, así él como yo y otros muchos nos hemos enamorado de esta tierra, por tal razón en sus poemas encontraremos palabras poco usuales en las otras regiones de nuestro variado México como: cenzontes, chileros, auras, al hablar de pájaros y tabaretes, al referirnos a estanquillos, a tienditas  de  la esquina o moyotes en lugar de zancudos como se les llama en las tierras cálidas del sur del país.

Miguel Ángel Morales Aguilar

Nuestro entrevistado hoy, virtualmente ya que no en persona, lo adivinamos de unos 55 años, y a través de Los días en el jardín reconocemos que publicado en el año 2000 por la Dirección Municipal de Cultura de Torreón, con apenas 500 ejemplares de tirada -lo que hace difícil encontrar sus libros- encierra en sí mismo poemas de tres libros anteriores: Florinfancia, Hojas Desprendidas y Ramillete de Poemas, lo que nos da oportunidad de atisbar a sus primeras edades, adolescencia y madurez, oportunidad para conocer cómo se fue desenvolviendo su lenguaje y en especial la adjetivación que utiliza, para poner en boca de su abuela, padres, amigos hasta la madurez que pasando el medio siglo de edad, le acompañan en cada período de su vida y de los cambios en las modas, costumbres y diario vivir en nuestro país.

En algunos poemas nos recuerda a Jaime Sabines y un tanto a López Velarde, pero no mucho, Morales mantiene su libertad de expresión y su propio lenguaje, antes de usar el espanglis, a que nos acostumbró en Andurriales.

DE FLORINFANCIA:

Geometría del Zaguán                                                 Yo no sé
De niño la ternura me pegaba                                               Si hubiera sabido que iba a
con un cinto de avena, con una vara de alba;                        ser poeta,
me atendía sin pena los descuidos de la nariz                       este inútil poeta que soy
su mano favorita, nueva,                                                       algunas veces,
y decía que yo era su mugroso, su vidita fea.                       Las niñas de la escuela se
En las horas potables, encandiladas                                      levantarían la falda
Y tímidas de mayo,                                                               y los cuates del barrio me
Mi abuela preparaba el lavadero de agua                              harían mala cara.
y sorprendía a mi cuerpo en los reflejos                                Dueñas de mí, las letras se
con minúsculas ciudades de fab.                                           derraman
Como un sol marinero, náufrago,                                         hasta cubrir la página.
al fondo de su piel, un ángel diablo.                                     Al lado de mi cama en la pared,
Qué aventura en el cielo limpio, transparente,                      aplasto con el índice mí
donde se contuvo el rostro de reír sin águilas,                      propia sangre.
No parecerse a la luz risueña de Oros.                                  Dios, yo mismo me devoro.
En esos días la serpiente                                                        Soy un cuadro en la pared,
salía con su cascabel tan alto, vertical y cantando.               no sé quién fue el árbol
Mirar la libertad en un cuerpo mesurado y dulce,                ni el hacha que amelló
Era querer llegar a ser pronto un bandido,                            esta hoja.
jaguar sobre el venado libre en falso.                                                Estoy aquí en mie ojos,
Días en que el corazón era un pájaro,                                   tanta oscuridad me da
cuando la savia y el aire eran visibles,                                  miedo.
ríos en qué viajar                                                                   Octubre en el jardín
Jugaba en el zaguán a las canicas                                           tiende su cama
con los amigos que inventaba                                               y recuerdo los días inven-
y cuando venían mis primas                                                   tores.
jugábamos a los papás                                                           Me dejo a la corriente y
y eran mis hijas las muñecas.                                                 las palabras
Mmm, tú quieres un columpio, un subeibaja                         son barcos de papel
para tu calma.                                                                         bajo la lluvia.
Necesito el estuche aquel con su martillo
y su serrucho, niños,
para hacer una casa y masticar las nueces.
Me quiero a mí, hermanos, como el árbol
Para dar de todos los frutos.
Allí es jardín donde los sueños crecen
y se abren a la tierra
con la lluvia y los ojos magos.

Hay con qué                                                 Un cuerpo ciego cruza a la otra calle
Quiero decir que no soy ducto, cubeta                     La hermosa que lo lleva
o memoria de mi casa;                                              le prestó sus ojos.
tal vez un poco sal, comida rancia                             ¿Cuántos hijos podría tener
y cuerpo en olvido.                                                    ¿Ella conmigo?
El sol sobre la arena alzó mi techo.                          No sé.
¿Quién dijo que la noche                                           Es cojo ser amigo incondi-
tenía algo que ver con mis lunadas?                         cional de Dios y de las
Las moscas langucéan y hacen larva                         nubes
En la flojera                                                               o esperar que derrame el
cóncava del hambre.                                                  cielo de la luz su gracia.
Más allá se regala para el Ángelus                            Los camaleones cambian
la fuente subterránea del concreto                             de estupor
Estoy en mí, me observo.                                          Y en los colores crecen.

Cuentacuentos

Mi abuela era un pirú que estaba entre la calle y el zaguán. Marzo ponía entre sus manos un báculo, con aroma de menta por las letras cómplices y las uvas. Sus ojos abuelos e infantiles el sol edificaba con mano fraternal surcos de luz en la tierra.

Las horas de la luna se hacían fisgonas detrás de cada cosa, cuando ella, mi abuela diabla, buu,
Solía asustarme con cuentos de lloronas y niños que se hacían serpientes.
Mi abuela era una fábula, una escena teatral y la luna lun: oigo que oía:
Había una vez un mostro je, je, je, que vivía metido en un espejo, y el báculo y su mano me ponían a sumar más gestos con los ojos espantados, encogidos en la sombra.
Y una noche. . .

Pero lo que más me gustaba de mi abuela
Eran sus ojos sabios suaves y católicos,
Esos cariños grandes, redondos y devotos,
Al “Sagrado corazón.
y una noche en el zaguán,
bajo una luz menguante de septiembre,
mi abuela se hizo ojo de sueño con pistolas,
indios y batallas y yo, yo . . .
Me acuerdo: Mi reflejo era una luz muy tenue
y de un color sin nombre en el espejo.
La luz tenía alas, armadura y un rumor como de armas
dialogaba con mi oído.
Muy claro que me veo:
Bandidos a galope disparados hacia mí.
las greñas enredándose en el viento y los puños afiladas.
Allá vienen y traen el odio por montura, y arre, arre,
su rienda es el desastre, hay de mí.
Mi valentía y yo gritamos, atrás, bellacos,
ni un paso más o seréis muertos:
pero ellos sacudiendo cada vez más miedo de la tierra
no voltearon ni un caballo y yo, entre los relinchos y los
mueran con la voz de atrás, atrás he dicho, montoneros,
desenfundé la espada sin saber a quién ni cómo,
pero cuando me di cuenta del horror,
el arma reposaba ya de filo en un costado de mi sueño.
Fue el instante en que u7n arco de colores me lanzó su flecha mortífera.
Y pintó en mi pecho el rostro de la abuela.
Y es un rostro con los ojos cayendo
en no sé qué parte del ayer;
unas canicas del zaguán gastado a hueso de nostalgia
con una luz vencida, jorobada y sin alas.
Yo no conocía la tierra, ahora que me nombra,
me parece más que aquel entonces.
Hoy me acuerdo de mí aunque mañana nunca vea,
aunque ayer y al instante siempre ahora, sí,
mi recuerdo de ser crepúsculo, de ser adiós pájaro,
adiós árbol, adiós adiós,
me pondrá a platicar en sueños con la tarde adentro,
me secará los labios, me acercará a mi abuela
cuando esté ya blanco y tenga un báculo.
Entonces le diré a mi corazón:
Había un niño que tenía una abuela viejecita viejecita
Y la ternura dormirá en mis brazos.
Aúpa, mi nene, aá aá.

Enséñame qué flores hablarán con el mármol

Qué sola te has de hallar bajo la tierra.
Qué sola sin ti, sin mí, junto a la vida oscura.
Decido cada momento un día de flores y una caricia
para hacerte un templo.
Me siento en la esperanza y sonrío.
Y sólo veo una lluvia que cae y cae,
aguijoneando el tiempo.
Oye, Señora:
Cuándo irás a los árboles y entre los pájaros
esperes a mi sangre como un cuarto;
cuándo sobre las lejanas orillas del poniente
la plaza nos verá en un nudo noble y quebradizo.
Arroyo de las horas, todavía con la aguja y el hilo
Queda el niño
que una tarde arrancó el vestido y conoció la lágrima.
Esta es mi mano hueca para el alba.
Llena de arena y último esplendor la línea del obús.
Siéntate en el jardín y enséñame qué flores
hablarán con el mármol.

De Hojas desprendidas
Leyenda

Bienvenidos al fin de la tierra.
De día esta ciudad parece deshabitada.
Los pájaros se van en un suspiro
a eso de las tres en punto.
La gente en su mudez parece muerta.
Pero nomás que silbe el viento la frescura
de algún mar ignoto
o que el cielo se cierre y se prometa
oirás que cuenta el cardenchero
los silencios que sacian su sed
en los sueños de las carreteras.
Puedes hallar tus pertenencias en los patios
de estos caseríos.
Si adivinas las suertes y el destino.
“En esta ciudad vencimos al desierto”,
Reza la leyenda. Yo te digo:
Bienaventurado el que llega a esta ciudad,
porque en ella encontrará el fin de la tierra.

Tanto sol

Acá en Torreón el sol
Anda descalzo y sin camisa.
El cielo es misterioso.
Y desde el Ángelus hasta la media luna
los horizontes son del sol.
De un sol muy triste.
Por eso se deprimen las plantas,
Sol, sol, tanto sol.
Sol picaojos, sol rudo, sol de sal.
Nada nos queda,
más que la llanura que canta.
Ten piedad, sol, de nuestra sed.

NOTA: Se ha respetado la grafía del autor