José Guadalupe Robledo Guerrero.
El viernes pasado, se dio a conocer la investigación de Latinus y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, en donde queda de manifiesto la vida llena de lujos de uno de los hijos de AMLO, José Ramón López Beltrán, la cual contrasta con el discurso de austeridad republicana y pobreza franciscana que proclama su papá.
Lo cierto, es que esto no es privativo de los hijos de López Obrador, pero es criticable porque AMLO recurrentemente pontifica sobre la medianía juarista que quiere que adopten los mexicanos, y la separación del resto de los mortales que hace de sus incondicionales, cuando sin rubor alguno afirma “No somos iguales”.
Para empezar, recordemos las experiencias de lujos y extravagancias que se han documentado de los hijitos de los últimos presidentes de México, desde Ernesto Zedillo pasando por Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y ahora López Obrador.
Hay que recordar que AMLO tiene todo el siglo XXI en campaña, lo que le permitió -a través de los suyos- recolectar apoyos de empresarios, funcionarios y gobernantes, pues en México la política se hace con dinero, debido a la carencia de ideología, valores y civismo. Además, para los “filántropos” de los políticos como López Obrador, las contribuciones a su causa eran para conseguir en pago un cargo público, o para evitar ser escarnio en los mítines lopezobradoristas.
Pero no sólo los hijitos de los presidentes pueden conseguir generosas contribuciones, también los candidatos y los enviados del jefe político. En Coahuila, por ejemplo, el gobierno de Enrique Martínez contribuyó, con dinero del erario, a la campaña de la candidata del PRD para el gobierno de Edomex, Yeidckol Polevnsky Gurwitz (Citlali Ibáñez Camacho). Incluso, se aseguraba que la empresaria, luego convertida en política y dirigente de Morena, gozaba de privilegios económicos en el gobierno coahuilense.
Aquel gobierno de Coahuila, también financió una cena para 200 comensales en honor de Cuauhtémoc Cárdenas, cuando visitó Saltillo en su tercera candidatura presidencial, y los gobernadores posteriores al de Enrique Martínez, también contribuyeron a la larga campaña de López Obrador en pos de la Presidencia de la República, por eso no hizo denuncias ni escarnio de ellos en sus mítines realizados en Coahuila.
Por otra parte, es costumbre que los gobiernos apoyen económicamente a los candidatos de los partidos opositores, sino que le pregunten a todos los que tienen y han tenido este tipo de negocios electoreros. A propósito ¿Qué nos diría al respecto Lenin Pérez, el propietario de la UDC?
No sé ahora, pero hace años incluso se negociaba -en las mesas del poder-, con los partidos de “oposición” el número de diputaciones locales que ganarían en las elecciones, antes de que se llevara a cabo la votación. Seguramente, los negociantes tenían bola cristal, para saber con anticipación quiénes y con qué votación ganarían la contienda “democrática”.
Pero volvamos al tema central. Los hijitos de Zedillo, de Martha Sahagún y Fox, de Peña Nieto y “La Gaviota”, y ahora los hijitos de López Obrador, nos han mostrado que nada ha cambiado en el sistema político mexicano, y que gracias al enorme poder que concentran sus padres, gozan de una vida de lujos, extravagancias y privilegios que nunca han soñado disfrutar los vástagos de la gente común y corriente, de los pobres, de esos que siempre dicen defender todos los Presidentes de México.
De todos modos, un amigo expresó una frase, producida más por sus deseos que por la realidad: ¡Qué madrazo le puso Carlos Loret de Mola a López Obrador! Lo cierto, es que AMLO tiene otros datos. Su respuesta a la investigación periodística: “Mis hijos no tienen influencia en mi gobierno. Si José Ramón vive con lujos y casonas en Houston, es porque al parecer su esposa tiene dinero”.
Se le olvidó a López Obrador que la esposa de su hijito es cabildera de Pemex con las empresas proveedoras, y que ningún gobernador, secretario o jefe de alguna dependencia e institución gubernamental, le negaría a sus hijitos cualquier privilegio que le pidieran”. En fin, cada quien se hace tonto como Dios le da a entender.
Política aldeana
El pasado 17 de enero cumplió 100 años de edad el expresidente Luis Echeverría Álvarez, lo que provocó que en los medios de comunicación se recordara su controvertida vida política, pletórica de acciones negativas y demagógicas, pero en todos los artículos que leí, pasaron por alto un importante dato:
En los primeros años del presente siglo, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), desclasificó documentos internos sobre el asesinato de John F. Kennedy, por los cuales que se supo que los expresidentes de México Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez (Litempo 8), además el exSecretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios, eran agentes de la CIA, reclutados por el Jefe de la CIA en México, Winston Scott.
De haberse sabido a tiempo, cualquiera de ellos hubiera sido destituido por traición a la patria, que es el único delito por el que se puede destituir al Presidente de México. Frente a estos casos, ojalá que en el futuro no sepamos que López Obrador también era agente de la CIA.
De todo esto habló en su columna Estrictamente personal en 2017, el periodista Raymundo Riva Palacio. Finalmente son periodistas los que descubren la corrupción y los secretos de las recámaras del poder, por eso AMLO insiste en callarlos, difamarlos y desprestigiarlos.
Preguntas huérfanas
¿Por qué en cada final del trienio de los alcaldes coahuilenses siempre se habla de sus malos manejos y de su corrupción, pero nunca se hace justicia?
¿Qué tendrá que decir al respecto el sedicente fiscal anticorrupción de Coahuila, Jesús Homero Flores Mier, o seguirá en la babia?