Jorge Arturo Estrada García.
“El trabajo de los periodistas no consiste en pisar
las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente
vea cómo las cucarachas corren a ocultarse.”
Ryszard Kapuściński.
«El fascista habla todo el tiempo de corrupción…
Acusa, insulta, agrede como si fuera puro y honesto…
Más que corrupción, el fascista practica la maldad.”
Norberto Bobbio.
Para ganar las elecciones en México no bastan los votos. Primero, es indispensable, vencer y convencer a la Mafia del Poder, a la Nomenclatura. A esos núcleos de poder, que perduran a través de décadas. De esta forma, si Andrés Manuel López Obrador quiere quedarse con el país, por sí o por interpósita persona, deberá contar con porciones de esas élites de su lado. Esto ya lo comprendió y lo aplicó luego de un par de derrotas por la presidencia.
Conservar el poder implica desmantelar las estructuras hegemónicas internas existentes. También, debilitar a los opositores, mantener la opinión pública favorable, la imagen alta, y una base social amplia y motivada. Además, es preciso mantener divididos a los opositores, desalentarlos, intimidarlos y cooptarlos. Pero, ante todo, se debe generar una percepción de invencibilidad. Ha llegado el momento de “la disputa por la nación”, sentenció el presidente. “Es momento de impedirlo”, manifiestan algunos de sus adversarios.
Sin embargo, no basta con mantener el control interno. Desde finales del siglo XIX somos una pieza subordinada al imperialismo norteamericano. De la mayor potencia mundial, ni más ni menos. Si les interesa, ellos serían el principal obstáculo o el mejor aliado de cualquier proyecto político mexicano. Así ha sido, por más de 100 años, cada vez que alguno les estorbaba.
Los gobiernos estadounidenses se encargaron de expulsar a Porfirio Díaz, de derribar a Madero y a Huerta, luego legitimaron a Obregón y toleraron y tutelaron los 80 años del priato. Toda esta etapa, fue de apretar y aflojar riendas de acuerdo con el perfil de los personajes y de las circunstancias. Para ellos no son asuntos que tengan que ver con la democracia, sino con sus intereses económicos y geopolíticos.
Ahora, en la época del neoliberalismo salvaje, decidieron que fuéramos los obreros de mano de obra barata para sus inversiones y un enorme mercado de 130 millones de consumidores, con una de las mayores economías del mundo, para engrosar sus ganancias corporativas. Y eso, tiene molesto a López Obrador. A él no le agradan los extranjeros y sus injerencias.
El presidente, es el poderoso tlatoani de México y es un dueño de haciendas, honras y vidas, al viejo estilo caciquil. Así lo sabe y así se siente. Sin embargo, en el extranjero es un peón desechable y de poca relevancia. A Andrés Manuel, no le gusta el lugar que ocupa en el ajedrez mundial. Al estilo Tercer Mundo echeverrista busca colocarse a la cabeza de los países no alineados, izquierdistas, de la atribulada Latinoamérica.
A él le disgusta ser gerente del terreno de detrás del muro del patio trasero estadounidense. Tampoco le gusta que le recuerden lo que debe hacer. El mundo global, sus conexiones, su economía, las supervisiones y los contratos que deben cumplirse lo exasperan. Le estorban en sus planes concentradores de poder.
Para sus batallas para retener a la nación, conserva y engrosa a sus élites. Varios de ellos son miembros del club de los 10 más acaudalados de México, y por supuesto de las listas de Forbes. Muchos de ellos fueron salinistas para volverse supermillonarios. Quienes despreciaron al candidato perpetuo, López Obrador, como Alonso Ancira, fueron severamente castigados. Los exgobernadores han sido sumados al proyecto a cambio de impunidad y de entregar sus estados.
La corrupción es un hecho y una tradición en nuestro país. La voracidad, la traición y la ambición también; AMLO, las usó en su favor y captó a los personajes y los grupos de poder que requería para apoderarse del Palacio Nacional. A los indignados y a las clases medias, tan hartas del Prian y sus virreyes, también los sedujo. Los caciques y figuras locales que habían sido desplazadas por el PRI y el PAN engordaron al proyecto obradorista.
Él sabe a la perfección que, para conservar el Palacio Nacional, debe mantener contenta a su clientela y evitar que se la contaminen o desengañen. Para eso les deposita dinero, progresivamente.
La opinión pública se genera a través de los medios, formales e informales. Los mensajes llegan y calan cuando se abren paso por el ciberespacio tan contaminado por fake news y estupideces. De esta forma, al llegar es retomado y difundido por los líderes de opinión de menor tamaño, en los círculos familiares, del trabajo, de la convivencia, en conversaciones o envueltos en chistes y memes. Esos efectos son a los que López Obrador les teme, a que les contaminan a sus seguidores y los hagan desertar.
La comentocracia no pasa de los lectores consuetudinarios del Círculo Rojo, los políticamente activos: Intelectuales, políticos, votantes conscientes, clasemedieros ilustrados o interesados en la cosa pública, etc. Eso representa un porcentaje mínimo en un país sin lectores y con medios impresos en extinción y sitios web no muy visitados exprofeso. Aunque a veces los temas saltan y se propagan entre los ciudadanos comunes. Son “tendencia”.
Actualmente la mayoría de los medios formales de prensa, radio y televisión son propiedad de las élites políticas y económicas. Salvo algunas excepciones los impresos pasan por grandes problemas económicos, casi nadie compra ni su publicidad ni su papel. Están debilitados.
En la red se ha generado un periodismo extraño, marcado por los acertijos y en el cual las esencias claves de la información son colocadas al final de las notas, en contra de toda regla periodística existente. Sus encabezados son adivinanzas, engaños y frases casi ridículas: de tendencia y de datos los clasifican ahora. Los medios andan a la caza de estadísticas en las métricas de los navegadores web, sorprendiendo a lectores incautos.
En medio de un país envenenado, dividido y sumido en crisis que se ahondan cada día, el presidente se convierte en un ilusionista que manipula las emociones, los hechos y que con su demagogia lo envuelve todo.
Es cierto que la principal fortaleza de AMLO se destruyó en un mes de conflicto por la casota de Houston. Sin autoridad moral, sin su “superioridad moral” ya solamente es un político a la mexicana. En estos años, irá perdiendo más adeptos y conservará muchos millones de seguidores, fieles algunos, e interesados muchos otros.
En los próximos meses las grandes interrogantes serán: ¿Habrá tiempo para que se derrote solo? ¿Aparecerá alguien en el escenario, capaz de captar a los dispersos ciudadanos molestos con él y la Cuatro T. Los afectados por las crisis en esta época tan mala, para la economía personal y para la macro, irían engrosando la lista de los indignados.
El poder ya lo tiene, el presidente, de manera amplia y no está dispuesto a perderlo. Actualmente se le percibe estancado, titubeante y sin victorias recientes; el Felipe Ángeles le dará satisfacciones, la consulta también, habrá que ver qué pasa en las seis elecciones estatales del 2022.
Los contrapesos existentes en el país ya son inoperantes. ¿Tendrá que surgir del extranjero un factor de peso que influya o defina la contienda del 2024? Nada se percibe al respecto en estos momentos. Por lo pronto, los acontecimientos seguirán siendo trepidantes y sumamente interesantes. Ya hasta el mundo se ha cimbrado con una guerra en las fronteras europeas y de ahí surgirán nuevos alineamientos geopolíticos. Veremos.