(Una propuesta para el proyecto Agua Saludable para la Laguna)
Higinio Esparza Ramírez.
“Ruta de la Aristocracia pulquera”, se denomina un folleto editado por la secretaría de Turismo del estado de Hidalgo” para promover viejas haciendas agrícolas, ganaderas y pulqueras, en un afán de dar a conocer en todo el país las riquezas que ofrece la entidad a los mexicanos, a los que prefieren conocer y asombrarse con el patrimonio nacional más que irse de vacaciones a Siria, a Ucrania o a la Patagonia, pongamos por caso.
El instructivo tiene esencialmente un objetivo turístico, pero también ofrece datos culturales e históricos, como es el caso de las haciendas que en la época del porfiriato “constituían el rasgo más notable del sistema agrario del país. En el último tercio del siglo XIX el negocio del pulque creció como la espuma y gracias a la aparición de los ferrocarriles, la bebida llegó hasta ambas costas del territorio mexicano e invadió pueblos y rancherías”, dice el folleto, y agrega: “Los vagones del ferrocarril y los arrieros llegaban cargados con barriles de pulque para calmar la sed de los habitantes, ya que no había agua”.
La lectura del librillo me hizo entrar a una serie de reflexiones, válidas en un 100% si alguien llegara a decir una versión contraria a mis apreciaciones: -Si el pulque es una bebida sana, preferida por la alta sociedad mexicana en los tiempos de José Vasconcelos, ¿Por qué los promotores del tan llevado y traído proyecto “Agua Saludable para la Laguna” no extienden una red de ductos para transportar a la comarca el pulque que producen las haciendas Soapayuca, Chimalca, Ometusco, San Francisco Ocotepec, Zotoluca, Tlayaloe, Espejel y Ometusco, todas del estado de Hidalgo, con una presa derivadora hacia la calle Blanco de Torreón?
Ojalá que el coordinador del proyecto aludido comisionado por el presidente López Obrador para resolver las controversias surgidas alrededor del sonado intento para traer agua limpia de las presas, lea el folleto pulquero y se interese en la propuesta que me permito hacer de su conocimiento, en el entendido de que si todo ese pulque llegara a la Laguna, todos sus habitantes se harían adictos a la bebida y ya nunca jamás quedarían expuestos a los riesgos de consumir el arsénico que contienen nuestras aguas subterráneas Y lo mejor, se elevaría nuestro nivel social al rango de la rancia aristocracia del siglo XIX. Seríamos los “fifís” del pulque lagunero en el siglo XXII y los que siguen, pues el pulque nunca se acaba, pero hay que tomarlo rápido, pues de otro modo entraría en estado de descomposición impropio hasta para los colegas llamados “chilitos”. Eso nunca sucederá en estas tierras del azadón y el arado, donde el cultivo del maguey tendría que desplazar a los del trigo y el maíz, con una ventaja adicional: los cultivadores de las flores del día de muertos ya no tendrían pérdidas, sino todo lo contario, se harían ricos como los hacendados del estado de Hidalgo.
Discrepo, por cierto, con la afirmación de la secretaría de Turismo Hidalgo, de que el ferrocarril llevó el pulque a todo el país, de costa a costa, convirtiéndose en un “extraordinario negocio que ya se consumía por todas las clases sociales”. Esto último no es cierto, es falso: yo pertenezco a esas clases sociales y nunca, desde la infancia a la senectud, probé el pulque, y aclaro: en la edad adulta, lo mismo que todos mis coterráneos, consumíamos cerveza a raudales, de tanque y de barril, en botella o en vaso y vuelvo a aclarar: los adictos creamos nuestra propia “Ruta de la Aristocracia” no pulquera, insisto, sino cervecera, sotolera y mezcalera, como dice el encabezado de esta nota.
Y no eran haciendas las que figuraban en ese itinerario etílico; sólo cantinas y cervecerías, comprendidas en el lado poniente desde el bulevar Revolución al bulevar Constitución, pasando por el de Independencia, a todo lo largo de las calles Acuña, Rodríguez, Blanco, y Valdez Carrilllo, y recuerdo, entre otras, el “Íntimo Delmo”, un antro bohemio con damas y música de clarinete ofrecida por su dueño; el “Gato Negro”, “El Nopal”, “El Chihuahua”, el “Reforma”, el “Palacio”, el “Cruz Blanca”, “Las Playas” con sus inigualables pollas reconstituyentes que infiltraban vida a los trasnochados, etcétera. Yo cubría ese recorrido con una pluma en mano, pues además de la tomada, me hice adicto a firmar las cuentas impresas en un cartoncillo que le ponían a uno en la barra o en la mesa. Y como colofón del alcoholizado trayecto, a todos los bebedores sociales -un sinónimo de borrachos- se levantaba en la esquina de la avenida Matamoros, frente al desaparecido cine Modelo, un estanquillo especializado en la venta de barbacoa, birria, atole de masa, y tostadas de maíz que conjuraban a la endiablada “cruda” que esperaba, pacientemente, a que terminaran nuestras odiseas en el altiplano lagunero.
Por lo tanto: ¡No al agua contaminada!, ¡Sí, dos veces sí al pulque!, una bebida espirituosa orgullosamente mexicana a la cual el arsénico lagunero le hace los mandados.