AMLO no arregló los problemas, más bien los empeoró

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Jorge Arturo Estrada García.

“La multitud obedece más a la necesidad que a la razón,
y a los castigos más que al honor.”
Aristóteles.

“La nación está dividida, mitad patriotas mitad traidores,
y nadie puede diferenciarlos.”
Mark Twain.

“Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse
en otro. Un convertido es un traidor que abandonó
su partido para inscribirse en el nuestro”.
George Clemenceau.

Es un proyecto de poder, no un gobierno. De un poder personal, que se ha ido consolidando día tras día, lo decidió en cuanto se percató de la real magnitud de lo que se podía ejercer desde la Silla del Águila. Luego, para intentar conservarlo, durante cuatro años se ha dedicado a fracturar y destruir las estructuras sobre las que se sostiene la frágil democracia mexicana. Así, fue imponiendo un régimen de terror robespierriano para llevarlo a cabo. La mañanera y los casos judiciales, serían algunas de las guillotinas y picotas que emplearía para allanar su camino. Hay demasiados pecados entre la clase política mexicana, muchos de ellos son tan evidentes, que Andrés Manuel no podía dejar pasar la oportunidad.

El Palacio Nacional es hermoso, y el poder que de él emana es embriagador e incomparable. Ese poder, aporta una energía especial que es capaz de dinamizar a un cuerpo maltrecho y agobiado por achaques crónicos. La transformación prometida puede esperar, lo urgente es acumular más dominio y destruir los contrapesos. Actualmente, en el tramo final del sexenio, López Obrador deberá decidir si intenta extender su mandato o imponer a la más dócil de sus corcholatas. Esta será una de sus decisiones más difíciles de su carrera.

A él no le importan los resultados de su gobierno. Él es un animal político que está en el tope de su poder y su soberbia, López Obrador contempla desde las alturas a sus adversarios mientras fortalece sus alianzas con los militares y con sus billonarios, selectos.

El suyo, es un gobierno de caprichos, de rencores y de ajustes de cuentas. Construye un país a la medida de sus proyectos de poder. No hay ética, ni desarrollo, no es una gestión incluyente, es más bien una inmoral e incapaz. Entonces, arguye que el pueblo bueno manda, que la justicia está por encima de la ley y que la constitución es un libro viejo que debe ser reformado cuando le estorba. Así, cada que lo requiere lo encarga a sus diputados y senadores, exigiendo su aprobación sin cambiarle una coma. La Transformación que el presidente comanda no debe encontrar obstáculos.

La clase política actual fue presa fácil de su ímpetu. Su partido, es un grupo integrado por desertores en la era de las elecciones y traiciones. A los adversarios les gana sin despeinarse, el presidente los dobla y los convence de rendirse sin presentar batalla. Así, le entregaron más de media docena de gobernaturas. Así, le entregaron al Partido Revolucionario Institucional. Al PRI de Alito, el de las 18 derrotas en fila, el que es sostenido por una parvada de perdedores en las dirigencias estatales. Que cuenta con un puñado de legisladores federales dispuestos a traicionar a sus electores. Ellos, buscan salvarse de los procesos judiciales, tienen que salvar las fortunas personales y sus carreras.

Los viejos liderazgos priistas como Beltrones, Madrazo, Paredes, Osorio Chong, Ruiz Massieu y Dulce María, otrora figuras relevantes, fueron rápidamente neutralizadas por Alejandro Moreno, quien se adueñó de la franquicia del PRI. Ese mismo, Alejandro Moreno, que no le duró ni siquiera un round al presidente quien los dobló y anexó a los legisladores tricolores al Primor. La alianza opositora está fracturada y se desvanece. Ni siquiera en Coahuila y el Estado de México se le considera como cosa segura para el 2023.

La paradoja mexicana es que los mismos desprestigiados personajes, tránsfugas del PRIAN, ganan las elecciones en cada rincón de la república. Son los mismos tipos inefables, con sus costales de pecados de todos los tamaños, quienes se van reinstalando en el poder bajo el manto morenista. Es algo tan sorprendente como trágico.

El pan y circo, es el modelo a seguir en el obradorismo, es generado siempre en las mañaneras y los programas del Bienestar. El rencor del pueblo bueno sería alimentado con la caída en desgracia de políticos prianistas abusivos. Así, el pan llegaría, en efectivo o directo a más de 22 millones de familias; y el circo, mediante los discursos agresivos y las carpetas de investigación contra los adversarios. Se trata de polarizar y mantenernos divididos.

Andrés, arrinconó a los ministros de la Corte, mantiene bajo fuego al Instituto Nacional Electoral y a los medios de comunicación y a los intelectuales.  Él trata de impedir que se forme una opinión pública crítica sólida y contrapesos a su proyecto de acumulación de poder. No siempre gana, pero domina la agenda mediática e impone sus narrativas. Es experto en colocar temas que lo saquen del epicentro y realiza eficiente control de daños; su imagen y su popularidad se mantienen altas, nada impresionante, pero es un sólido 60 por ciento de aprobación.

Su gobierno es muy malo y es desaprobado por los encuestados, se le critica la inseguridad, el pésimo sistema de salud, los malos empleos y la falta de desarrollo humano. Sin embargo, los adversarios no mejoran en cuanto a intenciones de votos, ni siquiera tienen figuras, ni siquiera se tienen confianza.

A López Obrador, le entregaron un país neoliberal tremendamente injusto, con algunas regiones prosperando con las manufacturas de exportación, pero con amplias zonas rezagadas envueltas por la miseria, tan arraigada, que no ofrece oportunidades de progreso. Su gobierno morenista no arregló las cosas, más bien las empeoró en muchos sentidos. El proyecto personal del mandatario vio a los pobres bajo la visión del PRI, como clientelas electorales a las que hay que cultivar, cautivar y convertir en votos. Sin embargo, el dinero público no alcanza y no es suficiente, y más millones de mexicanos entran a la pobreza cada día. En tanto, la carestía y la inflación están imparables.

Andrés Manuel, encontró un país con paz social, ganó en una elección poco competida. El expresidente Enrique Peña Nieto lo apoyó, se rindió y le entregó el poder. De esta forma, sin tener claro el proyecto de impulsar el desarrollo del país y de cada uno de los mexicanos en un entorno globalizado. Inició una gestión plagada de ideas viejas, incubadas durante sus años de candidato eterno. Buscando soluciones para un país, en un mundo que ya no existe. Entonces, súbitamente surgió una pandemia global, seguida de una crisis económica de inflación descontrolada y carestía.

Las finanzas del país resistieron, estaban sanas y eran bien calificadas por las firmas especializadas, había miles de millones en excedentes petroleros y fideicomisos; la deuda externa estaba sana. Luego, los proyectos insignia comenzaron con el más costoso de sus caprichos: cancelar el aeropuerto de Texcoco y construir uno en la vieja base de Santa Lucía.  Posteriormente, iniciaron la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, ambos proyectos están resultando costosos por la falta de planeación adecuada, se hicieron a la mexicana por inexpertos. El dinero de los fideicomisos, construidos durante décadas, se usó para financiar los proyectos y los programas sociales. A las secretarías, se les recortaron los presupuestos. Se regatearon las compras de medicinas e incluso se llegó a negar la existencia de la pandemia y su gravedad lo que derivó en cerca de un millón de muertos. La inseguridad creció a un ritmo inusitado, los balazos y las desapariciones de personas convirtieron al país en una fosa clandestina enorme, con un himno nacional.

El presidente demostró que es un personaje egoísta. A la pandemia no la atendió porque era cara, complicada e inoportuna. No cabía en sus planes. A la violencia y a los homicidios no los ataca ni contiene, no los combate, solamente suelta sus rollos ante los micrófonos: “antes mataban a más”, recita. Sin embargo, los muertos son más que antes, los territorios en manos de la delincuencia son mayores, la calidad de vida en esos lugares se volvió insoportable. La migración, de mexicanos, a los Estados Unidos se desató por la suma de calamidades en muchas regiones.

 Pese a los triunfos, el desgaste afectó las cosas. Los clasemedieros desertaron del morenismo, desencantados por los desplantes y las fallas del líder, y rápidamente se hicieron sentir en las elecciones federales intermedias. Ellos lo hicieron perder la mayoría calificada en el Congreso de la Unión. En ese momento, la alianza PRI-PAN-PRD y el voto útil derrotaron al poderoso presidente.

Sin embargo, López Obrador, rápidamente se percató de que el PRI era ya una colección de despojos dirigida por personajes no muy hábiles y muy vulnerables. Entonces, comenzó a apretar tuercas y muy pronto los sometió. En contraste, la conformación de su base electoral fue cambiando durante la primera mitad del sexenio, se alejaron y lo rechazaron los profesionistas, los intelectuales, los académicos y los artistas. De esta forma, su fuerza quedó concentrada en los sectores marginados, que sobreviven gracias al dinero de sus programas asistenciales y a los que es posible acarrearlos por medio de los ejércitos de Servidores de la Nación, a lo largo y ancho de las entidades morenistas que dominan ya la mayor parte del país.

Finalmente, encarrerado en el último tramo, dobla la apuesta, la soberbia es su consejera y va por la elección del 2024, aplastando obstáculos, sembrando miedo en las filas enemigas y cortinas de humo. La corrupción de su gobierno no se castiga, ni siquiera la admite, prefiere voltear a otro lado. No quiere perder impulso. Aunque a veces la realidad lo golpea y lo hace trastabillar. Los escándalos le van estallando y eso lo enfada, le impide disfrutar sus victorias políticas. Le recuerda que también existe la posibilidad de que pierda y que sería víctima de sus propios errores.

En su camino por conservar el poder, se le atravesarán las elecciones en Coahuila y el Estado de México. Desea pasar a la historia como el autor de la desaparición del legendario PRI. El partido que gobernó al país por siete décadas y este par de estados por 94 años. AMLO, es un apostador audaz habrá que verlo jugar estas partidas.

La llegada de Morena al Palacio Rosa desataría una serie de persecuciones judiciales contra muchos personajes, de diversos niveles, para calentar la elección presidencial del 2024 y para terminar de aplastar al PRI y a sus liderazgos; de esta forma, terminaría con su capacidad de respuesta y de movilización electoral.  Hay demasiadas fortunas prianistas acumuladas a la sombra del erario y mucha tela de donde cortar.

Actualmente, el tricolor coahuilense está en el momento más débil de su historia, necesita una alianza con el PAN para poder competir contra Morena. Manolo Jiménez sería su candidato más competitivo. En contraste, el partido guinda, con cualquiera de sus tres gallos, Ricardo Mejía, Armando Guadiana y Luis Fernando Salazar, podría ganar. La moneda está en el aire. Se vienen cosas interesantes, el PRI Coahuila deberá vencer al presidente o volverse partido bisagra.

Ante todo, Andrés Manuel, buscará mantener su fuerza electoral. Las circunstancias lo orillarán a tomar sus decisiones. Entonces, definirá si va con alguna corcholata o da un paso más audaz. Para entonces, el PRI podría haber dejado de tener gobernadores. O tal vez, conservado solamente uno. Para ese momento, la oposición deberá haber encontrado a un candidato fuerte, que sea capaz de ganarle a López Obrador, a las estructuras electorales morenistas y a los miles de millones de pesos de los que podrán disponer los guindas en la mayoría de los estados.

Los resultados electorales, del primer domingo de junio de 2024, marcarán el destino de México y del propio Andrés Manuel. Si tiene éxito en sus planes, la Cuarta Transformación podría quedarse por décadas. Si falla, su destino podría ser, robesperiano, con carpetas judiciales, cárcel y picota. Será un duelo entre un poder emergente contra las viejas élites neoliberales. Los mexicanos lo presenciaremos azorados y solamente seremos convidados para hacer bola en los mítines y llevar nuestros votos a las urnas. Veremos.