Jorge Arturo Estrada García.
El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria
un poder que pretende hacerse superior a las leyes.
Cicerón.
“La ineptocracia es el sistema de gobierno en el que los menos
preparados para gobernar son elegidos por los menos
preparados para producir y los más incapaces para triunfar”.
Jean d’Ormesson.
El cierre del sexenio será fragoroso. Esta etapa, será especialmente difícil. Ya las malas decisiones de los gobernantes impactan con fuerza en los hogares de los mexicanos. Decenas de millones de ciudadanos, padecemos las consecuencias. El presidente López Obrador hará muy poco para que las cosas mejoren. No lo pudo hacer durante cuatro años, menos lo hará en la actualidad, cuando el tiempo se le agota. Cuando siente que el poder se le va de las manos. Además, él ya está inmerso en lo electoral. Para él, es indispensable mantener a la Cuarta Transformación en el Palacio Nacional a cualquier costo, y, de cualquier manera. Ya sea a través de sus corcholatas, de un Maximato o extendiendo el mandato.
Ya tiene a los super millonarios y a los militares de su lado. Ya los hizo más ricos, les dio negocios, les perdona sus pecados y les otorga impunidad. Ya son sus aliados. Simultáneamente, a decenas de millones de pobres los volvió adictos al dinero del Bienestar. En eso, sí ha sido muy exitoso.
AMLO se quiere quedar con el poder. Para ello, requiere que los ciudadanos libres, y no acarreables, no voten en su contra, quiere mantenerlos divididos y sin opciones fuertes. Él está preparado para aplicar las viejas mañas de los priistas, para sacar el triunfo en el 2024. Por esa razón, demanda desmantelar al INE. Así, cada día, Andrés Manuel, desde hace cuatro años se empeña en destruir a la precaria democracia, a los escasos contrapesos y también intenta impedir la formación de una opinión pública sólida y enterada. De esta forma, va destruyendo los caminos que lo llevaron a él al Palacio Nacional. No quiere sorpresas. No quiere que nadie ajeno a él gane una elección presidencial.
Sin embargo, sus temores lo agobian. Sabe que no es invencible. Entonces, con dedicación, pulveriza a sus opositores, ya sea mediante la zanahoria o el garrote. Los premia y perdona, o los persigue judicialmente. El presidente tiene miedo de perder en el 2024, está consciente de que aún no las tiene todas consigo. Conoce a la perfección el sabor a la derrota y el camino a la victoria. Él quiere destruir ese camino que lo llevó al Palacio Nacional. Quiere asegurarse de que las decisiones de los litigios, extra urnas, se tomarán en su favor. Para eso, precisa demoler al INE. Para eso, por las buenas o por las malas, va sobre los votos de los legisladores priistas. Necesita al Primor para poner las cosas en su favor para el 2024. Ya nadie le tiene confianza a los tricolores. Están doblados. Están votando como Primor con demasiada frecuencia, en todos los niveles.
López Obrador, está preocupado. En las elecciones federales, de mitad del sexenio, su partido fue derrotado y se quedó sin la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. En esos comicios, la clase media ilustrada lo abandonó y solamente se quedó con votos de los más pobres, de los acarreables, que ha ido arrebatando al PRI en todos los estados desde hace cuatro años. A los hogares de las clases populares los volvió adictos a los apoyos directos. En la actualidad, México es un país con pobreza creciente y que rebasa el 50 por ciento de la población. Casi cuatro mil pesos bimestrales son un alivio en muchos casos. No obstante, López Obrador sabe que la situación va a empeorar en los próximos meses y no quiere correr riesgos y va con todo contra el INE.
El presidente López Obrador, fracasó como gobernante. Reconoce que no ha podido con la tarea. Se le agota el tiempo de su mandato y anhela más. El tema le ronda la cabeza y a veces lo expresa. Sabe que domina el panorama político y no se quiere ir de Palacio Nacional. Se manifiesta demócrata, maderista, pero se volvió adicto al poder presidencial. La Magia de la Silla del Águila ya lo atrapó, por lo pronto tantea esos terrenos.
Actualmente, Andrés Manuel, está agobiado por el vendaval de escándalos de corrupción que salpican a su gobierno, y a su trayectoria para llegar a él. Son ya demasiados casos, ya ha sido despojado de su aura de calidad moral, y de la percepción de anti corruptible
Adicionalmente, el país ha sido sacudido por casi un millón de muertos, en exceso, desde que AMLO llegó al Palacio Nacional a tomar las decisiones. Son cientos de miles de mexicanos que reporta el INEGI, que no debieron morir si se hubiera actuado correctamente. También, a estas alturas del sexenio, son muchos los territorios perdidos ante la delincuencia, a lo largo y ancho del país. El sistema de salud ha sido desmantelado y la pobreza va creciendo. El dinero público se ha agotado, en sus programas y proyectos. El endeudamiento público ya es acelerado. Hay una crisis global acechando y una carestía afectando el estómago de los mexicanos.
Sin embargo, él es un ganador en lo político. Se volvió muy poderoso, fracturó a la Alianza del Prian. Al PRI lo pulverizó, lo dejó sin gobernaturas y fragmentado. Ya dobló a la clase política, incluidos los magistrados. Los tres poderes están sometidos y sólo algunas individualidades están destacando. Hay demasiados pecados en el lomo de los políticos mexicanos. AMLO lo sabe y los doblega sistemáticamente. Por lo pronto, aun con un mal gobierno y un partido caótico, tiene desconcertados y debilitados a sus adversarios rumbo al 2024.
El instituto electoral autónomo apenas tiene 30 años de vida. Antes, las credenciales no tenían ni fotos, ni huella, ni eran infalsificables. Los padrones eran casi secretos y las elecciones las manejaba el gobierno. Los funcionarios de casilla eran empleados gubernamentales. No había representantes de partido en las casillas, no los dejaban entrar, los echaban a empujones. Tampoco había dinero para las campañas de los opositores ni acceso a los medios de comunicación, pocos les publicaban sus actividades de campaña, muchos no se atrevían o de plano los despreciaban. No había tinta indeleble para los dedos de los votantes, y a los priistas se les permitía votar varias veces en varias casillas. Por supuesto, el PRI ganaba siempre. Ellos llevaban a las personas a las urnas, ellos contaban los votos y decidían al ganador. Así sucedió por 70 años, en el caso de la presidencia de la república.
Fue hasta el año 2000, cuando se hicieron las primeras elecciones presidenciales libres de la tutela gubernamental. Vicente Fox, en aquel entonces, un aguerrido candidato panista ganó al priista Francisco Labastida. El entonces presidente, Ernesto Zedillo, respetó los resultados de los votos que fueron contados por ciudadanos por primera vez. Así se escribió la página más destacada de la vida democrática de México. El Partido Revolucionario Institucional fue echado de la silla presidencial. Al fin llegamos a la alternancia.
Más de un siglo tuvo que pasar para que los mexicanos conociéramos a la democracia. Poco después de la muerte de Benito Juárez, Porfirio Díaz llegó a la presidencia y no la soltó hasta que la revolución maderista lo derrocó y lo echó del país. Luego, la inestabilidad se apoderó de la vida política. A Francisco I. Madero lo derrocaron y ejecutaron. A Venustiano Carranza, primero lo combatieron y desconocieron villistas y zapatistas y luego lo asesinaron Álvaro Obregón y su grupo de sonorenses. Álvaro, se reeligió y también fue asesinado. Así, Plutarco Elías Calles se convirtió en presidente y en el poder tras la Silla del Águila. En 1929, Calles fundó al antecesor del PRI, el Partido Nacional Revolucionario, PNR, para acabar con las rebeliones de los generales revolucionarios, que reclamaban sus derechos, a ser presidentes, por medio de las armas. Luego, Lázaro Cárdenas separó a los militares de la política y rebautizó al partido oficial, que ya ganaba las elecciones siempre. Ahora se llamaría PRM, partido de la Revolución Mexicana, era 1938.
Más adelante, en 1945, Miguel Alemán le puso PRI al partido del gobierno, y nunca soltaron el poder hasta que el modelo priista hizo crisis, desde la década de los setenta hasta el año 2000, llevando al país a una economía caótica con una mega deuda extranjera, una inflación del 160 anual y con una amplia fábrica de pobres. Fue entonces, que se ciudadanizaron las elecciones y sus instituciones, se construyeron el IFE y su hijo el INE. Fue entonces, que se acabó el viejo PRI, el poderoso autor y protagonista de la “Dictablanda”, que nos gobernó con mano dura y fraudes electorales durante 70 años.
En víspera de la sucesión presidencial, es evidente el fracaso del gobierno obradorista y lo peor estaría por venir. La transformación ha fallado, es un gobierno inmoral, el presidente ya no es un dechado de rectitud, ya se conoce con certeza que su movimiento y él vivieron recolectando efectivo entre una colección de impresentables, que han sido recompensados con puestos públicos y negocios multimillonarios a cargo del erario.
Por lo pronto, solamente hay destrucción de presupuestos, de programas y de fideicomisos. Es un gobierno desordenado y derrochador. Sus principales éxitos han sido en lo político y lo electoral. El terror robespierrano dobla a sus adversarios. Andrés Manuel es implacable, lo saben capaz de perseguir, encarcelar y doblegar adversarios.
En este momento, prepara su asalto final para instaurar su régimen por largo tiempo. En el 2023 va por el Estado de México, y si el tiempo y los recursos le alcanzan, también tomará Coahuila. Lo suyo es apoderarse de las plazas, pulverizar partidos, destruir caminos democráticos e instituciones; también, doblar y encarcelar adversarios. Es un personaje especial, es un fenómeno político pocas veces visto en la época contemporánea.
En ambos estados, la traición podría darse hasta en el último minuto, en el día de la elección. Cuando los candidatos priistas podrían quedarse sin representantes en casillas, sin operadores, sin movilizadores en cada cuadra y cada barrio y hasta sin el dinero vital para el acarreo. Al gobernador, Alfredo del Mazo, no se le percibe muy entrón y decidido. Si López Obrador gana el Estado de México en 2023, casi seguramente se quedaría con el país por seis años más. Veremos.