Lic. Simón Álvarez Franco.
Durante muchos años pensé que López Velarde era el único que merecía el título de “Cantador la provincia mexicana” cuando escuché la voz de trueno de Oscar Flores Tapia -quien por ese entonces era un modesto agente de tránsito- amante del teatro y participante de la compañía escolar que ensayaba el proyecto de presentación de una obra, en los descansos, nos regalaba con su voz potente con versos de Francisco González León, profundamente sencillos y claros, pero sobre todo melodiosos. Fue entonces que me enamoré de la poesía del laguense, de inmediato me di a la tarea de conocer su poesía y devorar su amor a la provincia.
Conocí así la obra y vida de un desconocido boticario que nació en Lagos de Moreno, Jalisco, un 10 de septiembre de 1862 y murió ahí mismo el 9 de marzo de 1945. En 83 años de vida no salió de su terruño, si acaso a caballo y calesas más allá de las vecindades de su hogar.
Los primeros estudios los cursó en su lugar natal, adolescente obtuvo el título de profesor en Farmacia en el Liceo de Varones de Guadalajara; una vez titulado regresó a su terruño donde se dedicó a ejercer su profesión, solo en el silencio de su soledad, escribe. Pocos le conocen, afirma Alonso de Alba (1) que el poeta no fue nada ni representó nada en su tiempo. A lo sumo un cortés y afable boticario. Silencioso y modesto, gustaba pasear por las calles con noble lentitud de reflexión contemplativa, despertando deseos de admiración.
Era, según nos lo describe Mariano Azuela, de tipo físico enjuto y ágil inteligencia; la mirada vivaz tras los espejuelos denotaba la presencia de un espíritu alerta, de sensibilidad aristocrática. Amaba con pasión las cosas exquisitas y raras. En el fondo fue siempre un atormentado.
Cultivó amistad cercana con Mariano Azuela, Antonio Moreno y Oviedo, José Becerra, Bernardo Reina, con quienes se reunía semanalmente, en la huerta La Luz, propiedad del primero, para sostener alegres charlas literarias, y ante quienes, en la confianza de la intimidad, dio a conocer sus primeros poemas que más tarde publicó en el diario La Provincia de Aguascalientes, editado por Eduardo J. Correa.
En 1903 se efectuaron en Lagos unos Juegos Florales en los que aprovechando el anonimato del concurso, mandó su poema “Pleito homenaje”. Sin confiar este secreto ni siquiera a su esposa ni a ninguno de sus amigos. El día de la velada, invitó a su esposa a que salieran de paseo a la ciudad de León, Guanajuato. Al emitirse el fallo del jurado, el asombro de sus amigos íntimos no conoció límite. Por demás está decir, manifiesta el propio Alfonso de Alba que no apareció por ninguna parte el ganador de la Flor Natural, su amigo Antonio Moreno tuvo que dar lectura al poema y recibir en su nombre la Camelia Roja.
Este hecho nos muestra claramente el carácter del poeta laguense, lo que justifica el apodo que le endilgó López Velarde llamándole; “El Ermitaño de Lagos”.
Alguna vez nuestro personaje comentó: “se ha falseado mi temperamento, mi carácter, mi modo de ser amo la vida plena, integral, con sus placeres y sus goces. Tuvo mi juventud sus horas y días luminosos. Pero “Al poco de terminar mis estudios de farmacia en Guadalajara. Cuando apenas había regresado a Lagos, murió mi padre y tuve que hacer frente a compromisos de familia. Me resigné entonces a la penumbra, a esta sordina, a las costumbres inalterables de mi pueblo”.
En 1904 colaboró en la revista Kalendas y en 1908 publicó Megalomanías y Maquetas. Fue, sin embargo, a los sesenta y dos años (1922) cuando aparece el venero de su poesía surgiendo entonces Campanas de la Tarde, que por tal razón encierra la serenidad del recuerdo hecho ilusión en el idealismo del poeta. Su extrema modestia ha impedido la visión de su obra, como dice Carlos González Peña (2), dos actitudes le distinguen y le identifican: la cortesía exquisita y la modestia extremada. Le lastimaba la lisonja, esquivó la publicidad y el aplauso. Compuso versos tan sólo para sus amigos. Es además un poeta de élite, para minorías refinadas, condiciones que han evitado valorizarlo plenamente.
Las cortas tiradas de “De Mi Libro de Horas” y “Campanas de la Tarde” considerando a éste último como su obra maestra, son circunstancias que han impedido que se le conozca debidamente. Aunque López Velarde lo presentó e introdujo sus libros a la clase ilustrada de nuestro país, nunca se conocieron personalmente, hay que reconocer a González León como el verdadero introductor de la adjetivación en la poesía mexicana, aunque el poeta jerezano haya hecho del adjetivo mejor uso, sin que esto signifique que copió al laguense, más bien, lo mejoró al aplicarlo con mayor propiedad, en efecto, usó Ramón el adjetivo en forma efusiva y poéticamente aplicados.
Algunos poemas de “Don Panchito” como era conocido en Lagos:
REVERIE
Yo no habré nunca resabios
de amargura ninguna entre los labios
mis novias fueron miel: miel de azucenas;
las rubias por lo rubio, las morenas por dulces,
por calladas y buenas.
Y entre mil transformaciones
de fantástico miraje
Yo fui el paje preferido
de una reina, yo fui el paje.
Yo no habré nunca resabios
de amargura ninguna entre los labios
mis novias fueron miel: miel de azucenas.
.
SUENAN LAS III
La grande habitación
Que el grande espejo
agranda más.
Sobre la antigua consola,
el viejo reloj de bronce
bajo el fanal de cristal;
y penumbras y friolencias
en que la poquedad
de mi lámpara,
no basta a evaporar
el frío de mi soledad.
RUMORES
El nocturno abecedario
que nos habla su dialecto
del insecto que en las noches
y en insomnios acompasa
sus rumores en sordina
con la ruina de la casa.
La puntual destiladera
conque ritmos de clepsidra
nos hidrata la emoción
con la nota de la gota
que al caer sobre el agua
dentro a la húmeda tinaja,
metaliza una canción
SIESTAS DOGMÁTICAS
Apagado y rescoldo aroma
del profuso jazmín del corredor;
siesta cálida
en que es pálida
la emanación de la flor.
Llave del agua que tintínea
su gota pertinaz;
grifo de cobre, donde
a beber la gota de agua
muecas y caras,
risas y cabeceos,
cual si fueran las de un corro
de vecinos en chismorreos.
PERFUMES DE HABA TONKA
La tabaquera de mi tío Jacinto:
de aquel mi tío abuelo
a quien yo conocí de rapazuelo. . .
Tabaquera que encontrarme suelo
junto al estuche de peluche y broche
que enmarca una belleza de mujer,
en el azogue viejo
de un primitivo Daguer
grabado sobre un espejo.
LOS CUARTOS DE HORA
Dos gotas de cristal que rebotaran,
y al rebotar sonaran
con timbre desigual: tín…tán…tín…tán
Así suenan los cuartos las horas
del reloj parroquial.
La noche es una lámina astronómica
de mármol, donde van
rebotando los cuartos de hora
tín… tán…
tín… tán…
Pienso en la ausencia de la vieja casa;
el amplio comedor dado de cal;
la cantera porosa en que se filtran
alternas gotas que también dirán
al caer sobre el agua de la cántara:
tín… tán…
tín… tán…
Los sueños andan por la cabecera;
canción primordial:
Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?...
Que es como un perfume en la oscuridad.
En estos momentos de increíble vaciedad y mal gusto en la moda y costumbres sin toques de belleza y sí con mal gusto en la literatura, clamo a mis lectores que busquen los libros de Francisco González León para aceptar que nos traslade a un oasis de limpieza del lenguaje y nos traslade a vivir y admirar las cosas sencillas de la realidad cotidiana.
FUENTES:
(1) Alonso de Alba, Poemas Mexicanos, Fichero Bio-Bibliográfico de Literatura Mexicana.
(2) Mariano Azuela, Temas Poéticos. Departamento de Actividades Estéticas (UAG).
(3) Carlos González Peña. Revista de Revistas No. 878, marzo 1927