LA INSTRUCCIÓN DE AMLO: DESTRUIR LA DEMOCRACIA Y GANAR ELECCIONES

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Jorge Arturo Estrada García.

“Una nación sin elecciones libres
es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos.”
Octavio Paz

“Nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución,
sino que la revolución se hace para instaurar una dictadura.”
George Orwell

Regresó, de sus contratiempos de salud, con furia y con prisa. A su ímpetu electoral, habrá que agregarle la intensidad de su afán destructivo. Nos quiere regresar a la época de las tinieblas. A las del PRI autoritario, que gobernaba sin contrapesos. El que prohibía partidos, o los compraba. El que encarcelaba a los opositores y se robaba las elecciones. Andrés Manuel anhela aquel país, en el que los ciudadanos eran invisibles, manipulables y dóciles. El del partido que se apoderó del país y no lo soltó por 70 años. Ese poder inmenso, añora López Obrador, siempre tan ambicioso. Para el presidente, ya todo es urgente; ya solamente falta un año, para las elecciones presidenciales.

Las instrucciones ya están dadas: destruir la democracia y ganar las elecciones a como dé lugar, las de ambas cámaras y la presidencial. La orden ya se dio, y para que no quedaran dudas quien manda, reunió a sus senadores y corcholatas en el Palacio Nacional para enviar el mensaje a todo México y al mundo: Yo mando en este país. Yo quiero destruir cualquier intromisión de los ciudadanos en la vida política y yo elegiré a mi sucesor. Nadie se puede oponer.

Luego del reposo de su tercer Covid, AMLO ya se percató que no es amado por la mayoría de los mexicanos, solamente por su núcleo duro de morenistas beneficiarios de huesos y becas. El presidente, con su discurso cotidiano amplía el pozo de odio en donde se incubó su éxito. Sigue dividiendo, atacando y afectando a todo lo que se le opone. El autoritarismo se hace presente, con fuerza. Tres horas y 20 minutos, furioso, repartió anatemas en esa mañanera.

El gobierno ridículo de un solo hombre, en un país enorme de 120 millones de habitantes, expande su sombra ominosa sobre las familias mexicanas. Sus resultados son tóxicos. El saldo son cientos de miles de muertos, por homicidios, por la pandemia, por la destrucción del sistema de salud. También se generaron, en casi cinco años, más millones de mexicanos en las filas de la pobreza y decenas de miles de familias expulsadas de sus hogares por la violencia imparable que los agobia y los empuja al extranjero.

AMLO, ya demostró que no es un demócrata. Él es un personaje ávido de poder, que construye un gobierno autoritario. No es muy diestro como gobernante. Lo suyo es el discurso y la política electoral. Ya casi consumió su mandato y va en declive. Sin embargo, la fortuna está de su lado. Sus opositores están descabezados y desconcertados, los partidos políticos ya ninguno sirve para nada.

Actualmente, las elecciones las ganan el presidente y sus candidatos, una tras otra. Mientras, el PRI del inefable Alejandro Moreno las pierde todas, estados y ciudades. Por su parte, el PAN, con sus figuras locales, construye bastiones muy focalizados. Los partidos ya son solamente franquicias para poder inscribirse a los procesos, sin fuerza ni estructuras. El Movimiento Ciudadano juega del lado del presidente. Serán los ciudadanos quienes deberán encontrar la forma de derrotar a López Obrador. Deben apurarse, ya van tarde. El veterano tabasqueño, lleno de poder y de dinero va con todo para retener Palacio Nacional.

El PRI, el viejo dinosaurio del jurásico, emite sus últimos estertores, está en agonía y en junio próximo daría las bocanadas finales según lo pronostican los estudios de opinión del Estado de México. Ya pasamos del jurásico al cretácico. Sin embargo, México está en peligro, con otro monstruo prehistórico que emerge. Morena, el lagarto terrible, el 4T Rex que lo sustituirá. 

En caso de ganar, Manolo Jiménez Salinas, Coahuila será un bastión opositor simbólico, ya ni siquiera será priista, será de coalición. Sin peso político ni ideológico, sin miles de millones para sostener a 31 comités directivos estatales del tricolor y sus estructuras. El PRI nacional está quebrado, Alejandro Moreno ya hipotecó hasta los edificios. Alito, se aferró al poder hasta destruir al tricolor hasta los cimientos. Los dóciles priistas se lo permitieron. Ya quedan pocos valientes entre la clase política mexicana, tan llena de corruptos y traidores.

Es época de elecciones y traiciones. En el Edomex, dejaron sola a Alejandra del Moral. Ese asunto parece haber sido negociado, en las alturas. Ni el gobernador, Alfredo del Mazo, ni, Erubiel Ávila, ni Enrique Peña se ven muy aguerridos. Solamente las agrupaciones ciudadanas de clasemedieros, las que organizaron las marchas para defender al INE y al Tribunal Electoral, se sumaron en apoyo a la mexiquense, pero pareciera que ya es tarde. Falta un mes para la jornada electoral.

Perder el Edomex sería desastroso, para la oposición. El presidente se haría de una entidad con 12 millones de votantes y 300 mil millones de presupuesto anual. Con esos ingredientes, la fuerza de la 4T crecería exponencialmente.

El futuro del país que quiere López Obrador ya está dibujado: cero contrapesos. Los tres poderes sometidos, los partidos adversarios aplastados, los organismos ciudadanos autónomos desaparecidos o cooptados. Además, quiere terminar con la libertad de expresión por las buenas o por las malas. Presenciamos, cómo se intenta reconstruir a la Dictadura Perfecta.

La democracia mexicana, se ha construido en forma lenta y es muy reciente. Como un repaso, vemos que, hasta 1976 hubo por primera vez un senador no priista, aunque era del PPS, Partido Popular Socialista, el partido satélite eterno del PRI.  Fue hasta 1988, cuando hubo senadores opositores reales: Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Roberto Robles Garnica, y Cristóbal Arias, todos perredistas. Así, hasta 1994, se alcanzó la pluralidad senatorial con 95 del PRI, 25 del PAN y 8 del PRD. Para el año 2000, ya eran 60 del PRI; 46 del PAN; 15 del PRD; 5 del PVEM; 1 de Convergencia y 1 del PT.

Apenas en el año 2000, el carisma de Vicente Fox echó al PRI de la silla presidencial. Luego, Felipe Calderón llegó a Los Pinos, advirtiendo del peligro para México: AMLO. En el 2012, Enrique Peña y su cauda de corruptos, sumaron a incautos y a empresarios para ganar y para saquear descaradamente al país. Así, le dejaron puesta la mesa para que llegara López Obrador con quien incluso, el mexiquense, pactó desde la campaña del 2018.

Con AMLO, fueron 18 años de recolección de cash y personajes impresentables en todos los rincones del país. Él formó un partido con los peores políticos, con selectos oportunistas y traidores exprianistas y experredistas. Ellos migraron con todas las manchas sobre la piel y el resultado es Morena un partido modelado por su jefe, a su gusto.

Los mexicanos estamos atrapados, entre el poder del presidente y la incapacidad y el miedo a la cárcel, de los opositores. Ese poder avanza casi imparable, destruyendo las conquistas ciudadanas, dilapidando fideicomisos, envuelto en corrupción, opacidad y demagogia. De esta forma, AMLO se enfila a las elecciones del 2023 y el 2024.

Él marcha, ya radicalizado, pareciera, que el rencor lo impulsa. La orden ya se dio, la destrucción de la democracia crece. Sus corcholatas son mediocres y tienen colas largas. Pero los aspirantes prianistas, carecen de carisma para enfrentar al presidente, las cosas van mal en México. Es un fenómeno político interesante. Qué pesará más en este pozo de odio, el repudio al obradorismo o el rechazo al PRIAN, el 2023 nos dará una pista. Veremos.