EL MOMENTO NEOLIBERAL

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Fernando Fuentes García

 “Héctor, execrable más que ninguno de los hombres… tu llamado a una muerte con honor… no me hables de pactos. Por lo mismo que no hay alianzas entre los leones y los hombres, y los lobos y los corderos, lejos de ponerse de acuerdo, se odian siempre, por lo mismo, me es imposible dejar de odiarte”.
Aquiles respondiendo a Héctor
La Ilíada. Canto XXII. Homero

Una centuria sin guerra entre todas, o la mayoría, de las grandes potencias (guerra mundial), había transcurrido hasta 1914, fuera de las expediciones imperialistas de las potencias como la de Estados Unidos contra México (1846-1848) y España (1898), la de los imperios coloniales británico y el francés, y la guerra de Crimea (1853-1856) que enfrentó a Rusia con Gran Bretaña y Francia. Hay que recordar que la vecina potencia norteña de América, para 1848 nos había arrebatado 55 por ciento de las tierras mexicanas con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. A este tiempo, las grandes Potencias eran Gran Bretaña, Francia, Italia, Rusia, Austria-Hungría, Prusia (que abarcaba Alemania del norte), Estados Unidos y Japón. Este último país había enfrentado a Rusia en 1904 y 1905, resultando en una victoria japonesa.[1]

Este artículo, da continuación al trabajo:

1. El proyecto mundialista, en el teatro neoliberal. El germen del vil plan. (2/3/2023).

En junio de 1914, el asesinato del heredero al trono austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria, exaltó las tensiones existentes entre Austria-Hungría y Serbia (hoy Yugoslavia, conformada con otros territorios balcánicos). El gobierno imperial austro húngaro interpretó el incidente como una oportunidad para invadir Serbia, lo que requería del apoyo de Alemania para evitar la reacción de Rusia, aliada de Serbia. La respuesta de Alemania fue positiva, ya que aspiraba a una posición política y marítima mundial, al igual que Gran Bretaña, pero traería consigo la advertencia de Rusia de intervenir. Es evidente que el imperio maniobró con clara intención de justificar la intervención y así el 28 de julio le declara la guerra a Serbia. La “solidaridad” de Gran Bretaña y de la Francia que buscaba compensar su inferioridad demográfica y económica con respecto a Alemania, los uniría al conflicto, conformando la Triple Alianza, con una Rusia, que llegaba a la guerra con la mayor deuda externa de los países y la presión de la banca. Iniciaba la Primera Guerra Mundial (1914-1918), frente a las potencias centrales a las que se les uniría el Imperio otomano, tras la amenaza colonial de la Triple Alianza.[2] 

Entretanto, en Rusia ya la primera revolución de 1905-1906 había hecho mella a la monarquía del último emperador de Rusia, el Zar Nicolás II (1894-1917), que, mantenía la tradición de explotación del pueblo, realmente esclavista. Las condiciones para el triunfo de la revolución (política), se darán en febrero de 1917, poniendo fin al régimen zarista. Sin embargo, la revolución dejaba un vacío al establecer, un gobierno interino tibio, cercano a la burguesía y la aristocracia y alejado del clamor de los campesinos por tierra, de la población urbana pobre por pan y de los obreros por justicia salarial y horarios de trabajo dignos.

En el prefacio del libro de John Reed, Diez días que estremecieron al mundo, podemos captar el espíritu del momento.[3] Reed apunta que las clases poseedoras querían recibir el poder político zarista y establecer una república constitucional como la de Estados Unidos o una monarquía constitucional como la de Inglaterra, mientras que las masas populares deseaban una “verdadera democracia” obrera y campesina. El vacío revolucionario se presentó también al crearse una disociación entre los grupos socialistas “moderados” y el pueblo. Como Reed agrega, Mencheviques y social-revolucionarios, insistían en que Rusia no estaba madura para la revolución social (menospreciaban el clamor del pueblo) y que era necesario integrar en el gobierno a las clases poseedoras. Se constata en la historia la esencia de los maestros de la humanidad y de las posiciones “moderadas”, que bien describía 62 años atrás en México, Melchor Ocampo: “Parece que no son más que conservadores más despiertos, porque para ellos nunca es tiempo de hacer reformas”.

La facción bolchevique del partido que unificaba a los obreros, se afianzaría al adoptar el clamor del pueblo y tener el apoyo de los soldados de Rusia de origen campesino, que se sublevaron al ejercito zarista cansados de la guerra y del mal trato de sus superiores y en pos de tierra. Reed agrega, en cuanto las clases poseedoras se percataron del avance del poderío de las organizaciones revolucionarias de la masa, decidieron destruirlas, al costo que fuera. Sus acciones, nos evocan el actual (2018- ) proceder de la reacción conservadora de México, con afán entreguista y golpista. A la hora de las definiciones, los moderados, acabaron luchando a un lado de las clases poseedoras. Para octubre del mismo año se desata la revolución social, los bolcheviques sofocan un intento de golpe de estado monárquico y ocupan el Palacio de Invierno el 7 de noviembre de 1917, trasladando el poder a los consejos populares o Soviets. El gobierno se estableció con Vladímir “Lenin” Ilich Uliánov (1870-1924) como presidente, líder de la facción bolchevique del partido obrero, apoyado por León Trotski (1879-1940) y Iósif Stalin (1878-1953).

No tardó la reacción a los cambios que emprendía el nuevo gobierno, por el Movimiento Blanco, pro zarista y contrarrevolucionario, apoyado por los militares del ejército zarista. La Guerra Civil Rusa estalla en 1918, con la intervención por parte, principalmente, de Inglaterra y Estados Unidos. El conflicto civil se extendería hasta el triunfo en 1921 del ejército rojo, que saldría adelante gracias a un amplio y unido Partido Comunista, a una visión patriota que buscaba mantener a Rusia unida y a la población campesina que veía en los rojos, la oportunidad de conservar la tierra. Entretanto, frente al avance de las potencias centrales en la conflagración mundial, Rusia se limitaba a una acción defensiva en retaguardia en el este y terminaría retirándose, firmando la paz con Alemania en el Tratado de Brest-Litovsk de marzo de 1918, con el cual cedía los territorios que hoy conforman Finlandia, Estonia, Letonia, Ucrania (cuya capital, Kiev, fue centro de la Rus de Kiev, origen de la cultura rusa) y Lituania, país que en el pasado siglo XIII conformó el Gran Ducado de Lituania, que alcanzó a cubrir el territorio actual de Bielorrusia, Ucrania, Moldavia (incluida Transnistria) y partes de Polonia y Rusia.

El desgaste de las fuerzas centrales y los ilimitados recursos que aportaba Estados Unidos desde 1917 a la conflagración mundial, serían decisivos para el derrumbe de las potencias centrales frente a los aliados, entre el verano y otoño de 1918. Terminada la Primera Guerra Mundial, los imperios austro-húngaro, alemán y otomano habían dejaron de existir y Rusia comenzaría a recuperar territorios, tras anularse el Tratado de Brest-Litovsk. La guerra había sido prácticamente una carnicería y dejaba gran impacto en los veteranos y los pueblos. Esto sería aprovechado para imponer arbitrarias condiciones a las antes potencias centrales, bajo los acuerdos de paz tomados en París y el consiguiente Tratado de Versalles (1919), condiciones que se extenderían a la aliada Rusia.

Los acuerdos en torno a Versalles, que buscaban controlar a Alemania, prácticamente la humillaban al saquearla obligándola a pagar enormes reparaciones a los aliados occidentales. Así mismo, los aliados se dispusieron a reestructurar el mapa de Europa y desmembrar los territorios de los extintos imperios, para crear nuevos Estados y beneficiarse, ignorando por completo las raíces, deseos e intereses de las poblaciones, lo que originaría un sinfín de conflictos nacionales, muchos de los cuales perduran hasta la actualidad. Es hoy un consenso, que las causas fundamentales de la Segunda Guerra Mundial provienen principalmente de las decisiones tomadas después de este primer conflicto mundial, de hecho, el segundo conflicto continúa el primero. Ya lo advertía la profética descripción del Tratado de Versalles, del mariscal francés Ferdinand Foch (Comandante Supremo Aliado): “Esto no es paz. Es un armisticio por veinte años.” [4]

Por supuesto, Estados Unidos y Gran Bretaña, aprovecharían la oportunidad para legitimar su intervención en la guerra civil de Rusia, imponiendo como una de las “condiciones para la paz” en esos acuerdos, el derrumbe del régimen bolchevique, imán de múltiples fuerzas sociales revolucionarias y mundiales, que le representaba ya un serio problema a “la Familia Mundialista”, esa aristocracia que, bajo el auspicio de la City (centro de negocios de Londres) y de Wall Street (bolsa de Nueva York), comenzaba a implementar el sueño de controlar el mundo. Así es que, desde 1919, la hostilidad permanente hacia Moscú y su proyecto social, habrá de garantizarse, buscando establecer un cordón sanitaire, de estados que fueran anti bolcheviques. Una vieja estrategia de balcanización, territorial y cultural, que evoca la lógica de los imperios desde Roma, que dicta: “Divide y gobernarás o dominarás”. La expansión revolucionaria en Europa, que, tras la revolución de octubre, se extendía como un “virus” por todo el planeta, síntoma de la opresión que vivían los pueblos del mundo, se tratará de controlar con el cordón que se conformará de norte a sur, desde Finlandia (ahora independiente), pasando por las tres nuevas repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), Polonia (ahora independiente) y Rumania (expandida con territorios austro-húngaros y rusos). La reciente (abril, 2023) integración de Finlandia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cierra el cerco sanitaire, que ha sido fortificado con Alemania, Grecia y Bulgaria. Se puede ir entendiendo así la guerra proxy en Ucrania y la importancia para Rusia de Crimea y Georgia.

Terminado el conflicto civil de Rusia, se conformará en diciembre de 1922 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Lenin continuaría presidiendo el gobierno bolchevique hasta su muerte en 1924. Stalin le sucedería tras una fuerte lucha por el poder, frente a Trotsky. El historiador Eric Hobsbawm, apunta al iniciar el capítulo trece de su libro Historia del siglo XX, del que he hecho referencia en los párrafos anteriores: “Trajera lo que trajese el futuro, lo que nació (en Rusia) a principios de los años veinte fue un solo Estado, muy pobre y atrasado, mucho más atrasado que la Rusia de los zares, pero de enormes dimensiones… y… dedicado a crear una sociedad diferente y opuesta a la del capitalismo”.

Para este tiempo, excepto Rusia, todos los regímenes de la posguerra eran parlamentarios representativos. Las elecciones se daban en todos los Estados independientes de la época, principalmente en Europa y América, en contraste, con el sistema colonial que prevalecía en la tercera parte de la población del mundo. Lo que se designa como democracia, no existía, puesto que, en esencia el sistema de representación no reconocía al pueblo. Es decir, los Estados y sus gobiernos, no brindaban representación al pueblo en su conjunto, sino a la oligarquía. Por lo que, en tiempos de catástrofes, las crisis no ayudarían a mantener el espejismo democrático, más aún cuando la sociedad burguesa esquivó las dificultades de gobernar por medio de asambleas elegidas por ellos, las que mantenían una agenda básica para el funcionamiento de la economía y sociedad y para enfrentar los peligros, internos y externos. Es clave, hoy en día, no confundir el sistema de representación por elección, con democracia.

Como expresa Hobsbawm en el capítulo cuatro, la amenaza para las instituciones liberales no era el comunismo, que Rusia por estar aislada, no podía, ni pretendía extender.Cita:“El peligro procedía exclusivamente de la derecha, una derecha que no sólo era una amenaza para el gobierno constitucional y representativo, sino una amenaza ideológica para la civilización liberal como tal, y un movimiento de posible alcance mundial… el fascismo, primero en su forma italiana original y luego en la versión alemana del nacionalsocialismo… que… inspiró y apoyó a otras fuerzas antiliberales (con nostalgia de la Edad Media e ideas corporativistas), y dio a la derecha internacional una confianza histórica”. Esta fuerza dual fascista (poder político y económico), era claramente una reacción virulenta a la revolución social (que pretendía la verdadera democracia) y tendía a favorecer el autoritarismo y la represión para defenderse de la subversión. Tal cual, hoy en día observamos un fenómeno similar (un nuevo fascismo oligárquico y corporativo) que inspira e impulsa a la derecha radical (internacional o nacional), dispuesta a todo por defender su ideal superior, la acumulación privada de la riqueza a través del saqueo, frente a cualquier proyecto social o de soberanía (México) e incluso frente al inminente y fortalecido proyecto multipolar que impulsa el bloque de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS).

Para 1938 el filósofo francés Louis Rougier (1889-1982), convocaba a intelectuales a reunirse en París para deliberar sobre el camino para defender al mercado (capitalismo) y dar “nueva” vida al liberalismo. La reunión fue bautizada como Coloquio Lippmann, en honor al único intelectual estadounidense asistente, Walter Lippmann (1889-1974), consejero del presidente Woodrow Wilson y autor de la tesis de la fabricación del consenso, que habría de transformarse en la guía para el control oligárquico de la opinión pública por medio de la propaganda masiva. En la reunión con mayoría de franceses, nace el neoliberalismo y se plantea su programática. En este tema, tomo de referencia el análisis sobre la Historia mínima del neoliberalismo de Fernando Escalante Gonzalbo, sociólogo y profesor de Relaciones Internacionales.[5]

La programática neoliberal surge en torno a la deliberación de dos aspectos. En primer término, entre la lógica de la ley de la naturaleza o vieja política de laissez-faire para el mercado y la necesidad de intervención del Estado en el mercado. En segundo término, respecto de la prioridad entre los derechos económicos y los políticos. Importante decir que, en la deliberación, en la que afloró una actitud elitista por parejo y un profundo deprecio por las masas, mismo que evoca el desaire porfiriano al pueblo mexicano, se reafirma el antagonismo entre el liberalismo y la democracia.

A los liberales la historia les dejó como enseñanza que el libre funcionamiento del mercado, exige la exclusión del Estado, es decir del derecho político, ya que si este fuera reconocido, habría que reconocer también el derecho social, por tanto, el mercado quedaría supeditado al ser humano y por tanto a la Natura. Así es que, si el derecho político (como el derecho al voto) fuera reconocido se avanzaría hacia un Estado de bienestar o economía mixta, por lo que se vuelve necesario un Estado fuerte, no con el fin social y benéfico para lo que fue creado, sino para proteger al mercado y a sus ganadores de los perdedores (la mayoría), el pueblo que tiende por naturaleza a defenderse. Esto es la religión neoliberal, la teoría del Estado mínimo del economista austriaco Friedrich von Hayek (1899-1992),[6] apasionado de la Sociedad Fabiana, cuyos postulados resultan ser el medio para escapar de la dictadura de las masas; de la democracia.

En la deliberación, se acentúa que el mercado tiene “inteligencia propia”, sabe más que cualquiera, por lo que su “libre” funcionamiento permite la asignación eficiente de los recursos. Por tanto, resulta prescindible de la planificación o regulación, así es que, habrá que evitarle al mercado cualquier condicionamiento. Este falaz argumento, hoy desnudo con la historia política, económica y social, [7] se justifica de manera conveniente, utilizando y descontextualizando la metáfora de la mano invisible, acuñada por el padre del capitalismo, Adam Smith (1723-1790), para referirse a la capacidad intrínseca de autorregulación que tiene el libre mercado, cuando en realidad Smith utiliza la metáfora para referirse a la “mano de los maestros de la humanidad”.

En su libro “La teoría de los sentimientos morales” de 1759, Smith argumenta la suerte de la mano invisible, aludiendo a la buena voluntad de los barones o señores, propietarios de la tierra, para garantizar equitativamente las necesidades de subsistencia de sus trabajadores, sirvientes e incluso arrendatarios, puesto que las rentas eran desproporcionadas a los medios de subsistencia que la tierra les ofrecía. La historia en México durante el régimen neoliberal, del deterioro de hasta cerca del 70 por ciento del poder adquisitivo del salario mínimo, nos demuestra la verdadera voluntad de los patrones; esa máxima vil de los poderosos, señores o maestros de la humanidad, que Smith expone 17 años después en su libro “La riqueza de las naciones”. En cuanto el comercio exterior y las manufacturas de las ciudades proveyó a los grandes propietarios, muchos de ellos experimentados mercaderes, con algo con lo que podían intercambiar todo el producto excedente de sus tierras, la buena voluntad de los poderosos desaparecería, quedando lo que parece haber sido siempre su máxima vil:

“Todo para nosotros y nada para los demás”.

Más adelante, al hablar sobre al sistema de economía política comercial de las naciones, Smith utiliza nuevamente el concepto de la mano invisible, como un argumento en contra de lo que, en nuestro tiempo, ha representado la globalización neoliberal (aquella que busca la integración comercial internacional, con el único fin de beneficiar al capital privado). La experiencia en ese tiempo, demostraba que los nobles, caballeros y mercaderes, que abogaban por el comercio exterior, lo hacían, por su propio interés, sin conocer realmente el beneficio que agregaba a su país. Smith utiliza la metáfora de la mano invisible para referirse a esos nobles, caballeros y mercaderes, que mediante el cabildeo (lobby), orientaron la acción del gobierno a la restricción de la importación, que aseguraba monopolios de producción de bienes, y al estímulo de las exportaciones, mediante medios que cambiaran la tendencia “natural” del individuo a invertir su capital en la actividad nacional. Cita Smith: “El comercio interior o local, que es el más importante de todos, el comercio que con un mismo capital genera el mayor ingreso y crea el máximo empleo para la población del país, fue considerado como mero subsidiario del comercio exterior…” Adam Smith se opone a la interferencia del Estado en beneficio de los maestros de la humanidad y está a favor de la regulación desde el Estado en beneficio de los trabajadores (N. Chomsky, 2014).[8]

Así entonces, si el mercado es considerado superior al ser humano y sus valores, niega a la colectividad y a la misma Natura, nadie lo podrá cuestionar y todo lo podrá mercantilizar, desde la educación, a la salud, al agua, el Estado y su gobierno y hasta el mismo ser humano. Con esta filosofía, nos acercamos al término del primer cuarto del siglo XXI, con una crisis humanitaria y ambiental, no antropogénica, sino capitalogénica (originada en el capital), desatada por el imperio “totalitario” de los bancos, las corporaciones y las trasnacionales, que han aplicado a conciencia las tácticas de Rhodes, para apoderarse (privatizar) de los Estados y sus instituciones y conformar una inmensa red de complicidades a su servicio y facilitar el saqueo de naciones y pueblos enteros. La aplicación del programa neoliberal, quedará supeditado al margen del fin del segundo conflicto bélico mundial y sus consecuencias.

Referencias


[1] Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX.

[2] Kafkadesk Budapest Office. Kafkadesk. On this Day, in 1914: World War I broke out when Austria-Hungary declared war on Serbia. 28/07/2021. https://kafkadesk.org/

[3] John Reed. Diez días que estremecieron al mundo. 1919. https://www.marxists.org/espanol/reed/diezdias/index.htm

[4] Vladimir Putin. Presidente de la Federación Rusa. 75 aniversario de la Gran Victoria: Responsabilidad compartida con la historia y nuestro futuro. (Moscú, 2020).

[5] Escalante Gonzalbo, Fernando. Historia mínima del neoliberalismo. Fernando Escalante Gonzalbo.1a ed. México, D.F.: El Colegio de México, 2015. http://www.fernandoescalante.net/ 

[6] Denis Boneau. Friedrich von Hayek, el padre del neoliberalismo. Red Voltaire, 30/01/2005. https://www.voltairenet.org

[7] Naomi Oreskes y Erik M. Conway. The Big Myth. Bloomsbury Publishing (2023). https://bit.ly/3xZOHhC.  

[8] Noam Chomsky. Why you can’t have a Capitalist Democracy. Lecture at 1199 SEIU Union Hall. Dorchester, MA. September 30, 2014. https://youtu.be/8mxp_wgFWQo