Jorge Arturo Estrada García.
«La verdad no tiene defensa contra un tonto decidido a creer una mentira”.
Mark Twain.
“Los populistas, de derechas o de izquierdas, ofrecen soluciones falsas a problemas reales”.
Michael Ignatieff.
“El populismo es el germen de la tiranía”.
Roberto Cachanosky.
El presidente aplastó a los opositores de todos los sectores del país. Primero amenazó, sometió y conquistó a los grandes oligarcas. Simultáneamente, agrede a los medios y a sus periodistas los desprecia. A los partidos políticos los fue derrotando en casi todos los frentes. Andrés Manuel y su propaganda dominan ya el discurso político, las voces discrepantes ya resuenan aisladas. En estos momentos, las decenas de millones de ciudadanos a quienes decepcionó López Obrador, y a quienes nunca les gustó, están agazapados. Permanecen al acecho. Tal vez reaparezcan ante las urnas en junio del 2024. Ellos serán indispensables para derrotarlo. Para sacarlo del poder, que él no quiere abandonar.
La clase política mexicana apesta. La ética y la política no se desarrollan juntas en México. El cinismo, la mentira y la estridencia son la norma actual. El poder se ejerce de manera irresponsable y tóxica, casi como nunca antes. Ahora la inseguridad, los homicidios y la ausencia de un sistema de salud eficiente, solo quedan en demagogia y en cifras maquilladas por las autoridades. Pasamos de los malos gobiernos a los pésimos. Son más de cinco años en los que los peores van ganando cada elección.
El Poder Judicial y la Suprema Corte de Justicia están bajo ataque intenso, son unos de los últimos contrapesos que le falta destruir, al tenaz López Obrador. Los organismos autónomos como el INE, el Instituto Federal de Acceso a la Información y el Tribunal Electoral Federal, ya están dañados y sus decisiones son titubeantes. La democracia está agrietada, el asalto final será a lo largo de este año 2024.
En México, los fatalistas, los apáticos, los que nunca vivieron la democracia ni lucharon por ella, los que ni siquiera la reconocieron ni la aprecian, siguen sometidos a los vaivenes de la clase política, resignados o aprovechados. Actualmente, el presidente lo decide todo. Es el gobierno de un solo hombre, que descaradamente destruye los contrapesos. Primero lanza ataques, con argumentos infantiles y tóxicos, diseñados para que cualquiera los comprenda, los repitan y los resentidos los asimilen. Luego paga miles de millones de pesos para que los repliquen.
El sembrador de discordia ha logrado dividir a los ciudadanos y a los grupos de poder. Obrador, ya es el personaje más poderoso del país. Andrés Manuel, gobierna desde la discordia alimentando resentimientos y reclutando adeptos. No repara ni en gastos ni en escrúpulos.
Con dedicación, digna de mejores causas ha ido consolidando su poderío. Primero sacudió a los tipos más ricos de México, les amenazó con ajustarles las cuentas fiscales y de concesiones federales y causarles pérdidas. Luego los cultivó, los sometió y los convirtió en sus aliados; unos, que ganan más miles de millones de pesos que en el pasado prianista, cuando entraron a las listas de los más acaudalados del mundo.
Simultáneamente, trabajó con los grupos sociales amplios, siempre tan agobiados por los ingresos bajos y rediseñó los programas sociales clientelares y dedica miles de millones de pesos para entregas directas de dinero a los hogares mexicanos. Así, fortalece la base social de su proyecto personal de poder. A los militares les dio contratos millonarios y los puso de su lado, al parecer incondicionalmente.
A lo largo de los años AMLO y Morena, aprovecharon el desprestigio y la decadencia del PRI y terminaron por aplastarlo. Luego de arrebatarle el poder en todos los niveles, se han ido apoderando de las enormes estructuras electorales tricolores en casi todos los estados del país. Mediante las entregas directas de dinero en cuentas bancarias de ancianos, jóvenes y pobres se metió a los hogares de decenas de millones de ciudadanos. Él presume tener una base social de más de 20 millones de votos. Los cuales, son pastoreados y acarreados a las urnas en cada sección electoral de 24 estados por los Servidores de la Nación.
En México, las decisiones de un presidente marcan el destino de generaciones. Teóricamente, deberían generar prosperidad y mejor calidad de vida. Sin embargo, en nuestro país, no ha sido así, en un repaso del último medio siglo, podemos percibir los fraudes electorales recurrentes, los asesinatos de los disidentes, las represiones a sindicatos y la noche trágica de Tlatelolco en donde miles de estudiantes fueron atacados y una cantidad indefinida murieron a manos del ejército. Este hecho se considera un parteaguas en la historia del país. Adicionalmente, generaron las crisis económicas que, periódicamente, agobiaron a los mexicanos por generaciones.
En ese entorno, fueron surgiendo movimientos armados que fueron cruelmente reprimidos. También, se consolidaron relevantes movimientos sociales que lograron incorporar a los campesinos a una nueva vida en zonas urbanas, organizándolos, logrando predios para construir viviendas, intentando mejorar las condiciones de los cinturones de miseria. En esos años, surgieron partidos políticos que han desempeñado papeles diversos. Desde ahí, la izquierda emergió con fuerza, también, en esa época, el propio sistema y el PRI generaron nuevas fortalezas.
En 1976, a partir de la expulsión de Julio Scherer García, de la dirección del diario capitalino, Excélsior, surgió un nuevo periodismo que junto a otros diarios del interior del país lograron ir abriendo brechas claves, de diversas dimensiones, hacia la ruta de la democracia y la alternancia. En general, la televisión persistió como ferviente soldado del sistema. Aun ahora, actúa como fiel centinela del régimen.
En 1988, el expriísta, Cuauhtémoc Cárdenas, sacudió al sistema político obteniendo amplio respaldo en las urnas. Entonces, mediante una Elección de Estado, el tricolor retuvo el poder en medio de enormes protestas opositoras. Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Manuel Barttlet, hicieron “caer” el sistema de cómputo de los votos, maquillaron los resultados y los ocultaron para siempre.
Para comprender al México actual, 1994 es un año clave. El primero de enero dio inicio el Tratado de Libre Comercio entre México, Estado Unidos y Canadá que nos revitalizó, en muchos sentidos, y nos proyectó hacia el futuro como país. También, ese día, nuestras cuentas pendientes, con el pasado centenario, nos asaltaron con estruendo y sorpresivamente. Desde los remotos cañones de la selva lacandona, un grupo de indígenas se alzó en armas por “la libertad, democracia y justicia”. Así, casi en cascada los cambios políticos se fueron dando. Los priistas siguieron desertando, el Partido de la Revolución Mexicana se adueñó de la ciudad de México y el PAN logró conquistar gubernaturas desde el Norte hacia el centro del país.
En el año 2000 llegó, finalmente, la alternancia. Un gobernador de Guanajuato, Vicente Fox, empresario neopanista derrotó al PRI. Destacó, en ese proceso, el Instituto Federal Electoral, con millones de ciudadanos contando los votos, decretó su victoria y todos respetaron los resultados. El gran paso a la democracia mexicana se había dado.
En 2006, el panista Felipe Calderón derrotó, por estrecho margen, al perredista, Andrés Manuel que gritó fraude y organizó protestas. El tabasqueño, todavía rumia esa derrota en sus mañaneras con cierta frecuencia. Son lecciones que la democracia aplica de vez en cuando. Y, son inolvidables.
En 2012, el viejo PRI se disfrazó de Nuevo PRI con un candidato carismático, con respaldo empresarial y televisivo y muchos millones de pesos. Así, el mexiquense, Enrique Peña Nieto, ganó fácilmente a López Obrador, quien nuevamente protestó y reclamó fraude. En 1988, AMLO arrasó en las urnas. Los viejos partidos, PRI y PAN desgastados y desprestigiados, fueron fácilmente superados por los más de 30 millones de votos que obtuvo el tabasqueño. Su triunfo fue arrollador. La clase media, ilustrada y no acarreable, marcó el rumbo de esa victoria.
En 2024, estamos, de nueva cuenta, ante el riesgo de la reimplantación de la Presidencia Imperial. Estamos ante los intentos del obradorismo de establecer otra dictadura perfecta, al estilo PRI ancestral, en la que seremos gobernados por los peores, pero que son fieles y dóciles con Andrés Manuel.
La alternativa será luchar y persistir por la alternancia. Alternancia, en la cual durante 23 años hemos transitado con resultados variados en los gobiernos, pero con confiabilidad en las instituciones que los ciudadanos construimos durante décadas: arrancándoselas a cada gobierno, haciéndonos escuchar con fuerza.
En este gobierno, el sello es la forma despótica de gobernar de López Obrador. Sus obras insignia salieron de su peculiar forma de visualizar al país. A un país que ya no existe en un mundo globalizado y tan inmerso en el desarrollo tecnológico y de talentos. Su gestión ha sido tóxica. Sus decisiones y prioridades llenaron a millones de hogares de luto y dolor. Con él en la silla presidencial, ya se ha rebasado el millón de muertos en exceso, en estos cinco años. Son mexicanos que no debieron morir.
Estamos entrando a una Elección de Estado. Estamos en un proceso en donde todos los recursos del gobierno federal son usados para que Morena se mantenga en el poder. Entonces, ha llegado el momento de que, otra vez, la clase media deberá enfrentar al presidente de la república, para recordarle que él no es el dueño del país. Y, que el poder que emana de su banda tricolor es temporal. Que su período se acaba y que ya no se puede quedar con el poder.
Entonces, de nueva cuenta, los no acarreables, a los que echaron al PRI de Los Pinos, les corresponderá intentar sacar del Palacio Nacional, a golpe de votos, al ambicioso político de Macuspana. Las cosas son interesantes. Veremos.