DIEGO RIVERA

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Lic. Simón Álvarez Franco.

Alguna vez, hace algunos años, allá por 1951 inicié mi vida laboral al terminar inmediatamente mis estudios como Estenógrafo y Auxiliar de Contador y recibirme en Saltillo con buenas calificaciones, aunque no óptimas, aproveché que el hermano mayor de mi padre y don Isidro López Zertuche, dupla de hombres con finanzas saneadas de aquella ciudad, fundaron un Banco local que pronto formó parte de la cadena Bancomer en Coahuila, que se distinguió por llegar a ser considerado como el sistema bancario privado número uno del país, carrera que dejé a medias cuando decidí ir al D. F. buscando estudiar una carrera profesional de Contador Público o Ingeniería, dado que para esos años no había en Coahuila ni Universidades o Escuelas Superiores en esa época.

            Como anécdota personal deseo contar un suceso que me sucedió cuando cursaba segundo año de Bachillerato;  yo fui tartamudo desde mi niñez y a los 20 años en segundo de Preparatoria me salió el afán de aspirar a ser Presidente de la Sociedad de Alumnos de esa Escuela Secundaria y Preparatoria Nocturna (3 mil alumnos) ofreciendo como todos los candidatos políticos, grandes mejorías para los estudiantes; mejoras para los maestros, pero sobre todo un edificio propio, pues hasta esa fecha nuestra Escuela era itinerante, se desarrollaba en edificios prestados de escuelas primarias municipales, llegando alguna vez a casos extremos en que los alumnos teníamos que llevar  a veces una silla o banco de su casa para sentarnos.

Diego Rivera

Fue obvio que mis discursos propagandísticos movían a risas y burlas a los maestros y estudiantes que me escuchaban. Mis balbuceos y tartamudeos se me presentaban como el obstáculo más grave y penoso a vencer para lograr el triunfo que deseaba para hacer realidad una mejor escuela. No sé cómo ni de dónde, vino a mi mente pedir ayuda a alguien que fuera gran orador y me aconsejara. Como en muchas ocasiones en mi vida, tomé una decisión de contratar un maestro en tales lides. Y vino a mi mente un nombre reconocido en todo el mundo:  Diego Rivera, quien vivía en la Capital del país, por la Calle de Sombrero de Tres Picos, Col. Anzures (actualmente sigue ubicada ahí, como referencia, atrás del Museo Tamayo, en una lateral de Polanco, dentro del Paseo de la Reforma).

Desde luego, yo no conocía a este personaje, o tenía cercanía con él ni mucho menos tener su amistad. Tomé el teléfono y le llamé, me contestó Lupe Marín, su primera de varias esposas, quien amablemente me contestó y le pasó el aparato al pintor, le expliqué el brete en que estaba metido y le pedí ayuda y consejo para quitarme ese defecto. Después de estrepitosa carcajada que seguramente cimbró los muros de su casa, continuamos hablando de varios temas; ya casi al final de la charla, cuando mi cuerpo dejó de temblar  y me serené, me dijo; “en mi vida me han hecho muchas peticiones, pero ninguna  como la tuya, ésta me va a servir como anécdota a contar a mis amigos, descuida, antes de un mes estaré en Saltillo, con gusto  atenderé tu petición, sólo déjame unos días para verificar mi agenda y dame tu número telefónico para confirmarte los detalles de mi conferencia y la fecha exacta en que vía Monterrey llegaré a Saltillo, para avisarte el título de mi charla además te agradezco que  hayas pensado en mí para pedir ayuda, y te felicito, porquetienes tesón y carácter para triunfar en lo que te propongas en esta vida”, colgué el teléfono ysatisfechoreinicié  mis labores diarias, tanto escolares como laborales.

Desde luego que esperé la confirmación de la visita del gran pintor y pocos días después recibí su telefonema con la confirmación de la fecha de su llegada, por lo que con ansia me dedique  difundir su  presentación en el Salón de Actos de la Escuela Tipo 20 de Noviembre ubicada en la calle de Hidalgo sur, una cuadra arriba de la Plaza de Armas, acto que en la fecha y hora anunciadas se realizó con un lleno total de estudiantes, maestros y público saltillense, a no dudar su sabio pensar y la extraordinaria capacidad y sapiencia de Diego Rivera nos iluminó el pensamiento y la cultura.

Me permití presentarlo a la audiencia y permanecí todo el tiempo de su exposición a su lado en el presídium. Después de su exposición fue aplaudido por el público asistentey asediado con mil preguntas a las que dio respuesta en forma clara y comedida para dejarlos satisfechos: ya cerca de medianoche me hizo la señal convenida entre nosotros de su deseo de retirarse a descansar, señal a que asentí dando por terminado el acto, retirándonos los protagonistas discretamente a las bambalinas para permitir la retirada del público. Fue un triunfo para Diego en una ciudad de conocido catolicismo que escucharan con atención y cortesía las ideas izquierdistas de nuestro invitado y también para mí al exponer mi capacidad de convocatoria que llegaba hasta los personajes más altos de nuestra cultura popular.

Ah! Pero no fue todo, una cosa más; al final del acto, ya cuando quedábamos en el patio unpuñado de estudiantes, los invité a que me acompañaran a dejar a Diego Rivera al Hotel Arizpe Sainz en la calle de Victoria, donde tenía reservación. Caminando tranquilamente bajamos una cuadra hasta llegar a la Plaza de Armas, en donde el pintor nos pidió con señas que guardáramos silencio, pues se quedó sorprendido al ver nuestra catedral de sillar blanco, total e iluminada desde su base hasta el remate de su torre principal, nos detuvimos, rodeamos al pintor que estaba admirando una obra de arte, todos callados viendo su expresión de arrobo, luego, lentamente fue volteando hacia nosotros, una veintena de estudiantes, expectantes ante dos maravillas, una obra de arte y un artista que se había quedado mudo. Ya cuando estuvo de frente a nosotros, en voz alta, varonil y clara nos declamó “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” y enseguida: “Me gustas cuando callas/porque estas como ausente”, al terminar nos dijo: “Pablo Neruda, Poemas de Amor 15 y 20”.

Qué buena suerte la nuestra, que por la boca de tan ilustre caballero nos abriera el deseo a buscar los poemas y literatura de Neruda, a conocerlo más a fondo, su obra, su vida y pensamiento de uno de los más grandes poetas contemporáneos e ilustrarnos con el apoyo de su espíritu que orientó a los estudiosos de la literatura por nuevos y novedosos caminos.

            Ni qué decir que  con su apoyo obtuve el triunfo deseado de Presidente de la Sociedad de Alumnos de la Secundaria y Preparatoria Nocturna, período muy corto, sólo un año, pero con la fe, confianza y apoyo de mis compañeros como José Sergio González, Homero Cárdenas y muchos más que me acompañaron a hacer gestiones burocráticas ante el Gobierno estatal y muy directamente la ayuda del entonces Secretario de Gobierno, Lic. Salvador González Lobo, quien nos atendió muchas veces que lo visitamos, siempre con la cortesía y educación que lo caracterizaban. Y la Escuela obtuvo su edificio propio completamente equipado para llevar adelante sus funciones educativas.

            Cómo no voy a estar agradecido a Diego y a la familia Rivera Marín si me recibieron muchas veces en su casa, no como admirador de ellos, sino como si fuera un familiar más.

            Presencié muchas anécdotas de Diego, espero tener algún día tiempo y capacidad para (cosa más que imprescindible) hacerlo, como homenaje y agradecimiento a Diego, quien me hizo ver a conciencia que mi defecto al hablar era producido por mi exceso de  timidez que agobiaba mi mente produciéndome sentimientos de inferioridad, que él en distintas charlas que celebramos en su casa me enseñó a vencer, lo que me permitió continuar con mis diversos empleos, sobre todo como capacitador en Recursos Humanos y maestro en varias Universidades en el país.

Hace algunos 8 años en que me brindé voluntariamente a incorporarme al personal que estaba desarrollando la creación del Museo Arocena en el Centro Histórico de Torreón, la directora de dicha institución con alguna frecuencia me tachaba de “mentiroso” cuando en algunas de nuestras conversaciones se mencionaba el nombre de alguien relacionado con el arte y yo comentaba: Lo he conocido en tal lugar, o somos amigos, etc.

Esa tarde la directora se disculpó para ausentarse de aquella junta de trabajo, diciendo:

“Voy a recibir a una persona que no tengo el gusto de conocer viene de México a conocer el Museo, y yo, caballerosamente, como siempre he intentado serlo, me ofrecí a acompañarla recordándole que la escalera era antigua y en forma circular, algo peligrosa para damas con zapatos de tacón alto, algo renuente, pero al fin aceptó mi ofrecimiento. Cuando estábamos bajando el segundo tramo nos encontramos a una dama que subía, no estaba en su primera juventud, pero sí algo entrada en carnes, quien extendió su mano derecha y señalándome con su dedo índice decía: “Tú eres… eres… eres… hasta que yo completé su frase: “Sí, mi querida Ruth. . . soy lo que queda de Simón Alvarez” y volviendo mi mirada hacia la directora completé mi alocución:

“Además del placer de volver a verte, tengo el gusto de presentarte a nuestra directora del Museo a quien con todo gusto presento a la licenciada Ruth Rivera Marín, hija mayor de Diego Rivera y excompañera mía durante muchos años en su  oficina de Gante No.8 en el centro de la ciudad de México”.  La directora, al día siguiente me dijo: “ahora sí me convencí de que efectivamente conoces a grandes personajes del país”.