Con motivo del día del maestro.
Javier López Medina.
Era un tipo sólidamente preparado intelectualmente, con un profundo dominio de la filosofía y con una visión estoica de la vida. Bebí de su visión filosófica durante toda mi época de estudiante y más allá.
Lo conocí en la Facultad de economía, en la Universidad Autónoma de Coahuila, fue mi maestro de sociología, historia económica y otras materias más.
Como maestro en el aula, a la hora de exponer su clase era generoso, preparado, versado en sus materias y exigente a la hora de pedir trabajos.
Hacía que leyéramos libros enteros y ensayos hasta perdernos en ellos. Cuando aplicaba los exámenes era tanto el trabajo, los libros y lo que había que leer que nos perdíamos fácilmente a la hora de responder.
Un día nos pidió que leyéramos unos diez textos entre libros y ensayos para presentar un examen.
Días y noches enteras había que leer para salir avante con el profesor José Ángel, el día del examen llegó y a la hora de presentarlo, solo nos pidió el título de los libros que habíamos leído y el nombre del autor. La mayoría de los alumnos reprobó.
Dijo: pues sino se saben ni los nombres de los libros, ni los autores, menos van a poder pasar un examen.
En mi etapa como alumno, pase más horas filosofando en su cubículo que en las clases dentro del aula. Ahí en su cubículo pasábamos largas horas platicando, reflexionando, sobre el método y la filosofía marxista.
Ahí en su cubículo lleve toda mi formación, política y filosófica de la corriente materialista de la historia.
Cuando abordábamos la teoría del conocimiento, me obligaba a buscar la concreción de los planteamientos abstractos de Marx, de Mao, de Lenin o de Karel Kosik.
Primero me preguntaba acerca de las ideas que estábamos abordando, después me pedía un ejemplo y luego me pedía que el ejemplo fuera concreto, sobre un objeto especifico.
Un día estábamos en su cubículo y lanzó una caja de cerillos al centro del escritorio y me pidió lo abordara de manera metodológica con base en la teoría del conocimiento materialista.
Con la caja de cerillos al centro, me pregunto cuál era el objeto de estudio, cuál era la totalidad concreta, como se podía descomponer el objeto de estudio en sus partes, y una vez que lo hice, ahora me pidió que integrara dicho objeto para volverlo a convertir en una caja de cerillos.
Por las noches al salir de clases nos íbamos caminando por todo el boulevard Revolución hasta la calle Acuña, ahí el daba vuelta para irse a su casa y yo seguía de largo un tramo más para llegar a la mía. Él vivía en la Aceitera, yo en la 20 de noviembre.
En ese recorrido seguíamos platicando de todo, economía, política, filosofía y de la vida cotidiana. Una vez o dos veces por semana llegábamos a la menudería Barreto y ahí seguíamos con las interminables pláticas.
Era amante del menudo, los tacos dorados, los tacos de hígado, las manitas de puerco y los chicharrones.
Días antes de que partiera de este mundo, fuimos a la lonchería Coahuila, conversamos sobre el método de análisis y sobre la práctica política; pensé que teníamos tiempo para abordar facetas de la vida pendientes, teorizar, escribir, hacer libros, tenerlo como mi asesor de cabecera en política, pero nada de eso fue posible.
No fue posible porque siempre pensamos que la vida es eterna. A su modo la es, sino terminamos de conversar en este mundo, nos volveremos a encontrar en el otro y sellaremos los temas pendientes.
Seguiré platicándole mis andanzas en la vida y él se seguirá revolcando de risa como solía hacerlo al escucharme.
Mi querido maestro, mi querido compadre.
Javier López Medina
Escritor.
Lic. En economía.
Lic. En Estadística
Maestría en administración y políticas públicas