LA HUELGA OBRERA DE CINSA-CIFUNSA DE 1974

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Jorge Arturo Estrada García.

«Con el tiempo todo pasa. He visto, con algo de paciencia, a lo inolvidable volverse olvido, y a lo imprescindible sobrar”.
Gabriel García Márquez.

“Mi objetivo es comprender y explicar por qué las cosas se desarrollaron de la manera en que lo hicieron y cómo se unen”.
Eric Hobsbawm.

 “El trabajo del historiador debe tener como móvil, como razón final, los problemas reales que, de una u otra forma, tienen que ver con las vidas de los hombres y las mujeres, de ayer y de hoy, con el propósito de aportar conocimientos que sirvan para mejorar su suerte, aunque solo sea, que no es poco, contribuyendo a crear en ellos una conciencia crítica”.
Josep Fontana.

Abril de 1974. Miles de obreros, de las plantas de Cinsa y Cifunsa, destituyen a sus líderes sindicales cetemistas. Exigen aumentos salariales más justos y estallan una huelga para obtenerlos. La ciudad se sacude. Los patrones endurecen sus posiciones, se niegan al diálogo. Interviene el presidente de la república. Se firman acuerdos. Los trabajadores salen victoriosos. El apoyo de los saltillenses los haría invencibles. Luego de 49 días de lucha, ganaron. Pronto, vinieron las represalias, los despidos y las listas negras. Sin embargo, en los años siguientes, Saltillo, Coahuila cambiaría para siempre. Con la huelga Cinsa-Cifunsa, los subalternos rompieron la hegemonía de las élites. En 2024, el 3 de junio, se cumplen 50 años de este movimiento social.

 A mediados de la década de 1970, las condiciones socioeconómicas en Saltillo eran malas. El modelo del Milagro Mexicano favoreció al desarrollo de las industrias, y al surgimiento de una clase empresarial que se consolidaría como dominante. Incluso, en ocasiones más poderosa que los gobiernos locales.

Parte del éxito empresarial, se obtenía al mantener los salarios bajos. Lo cual, se facilitaba con los miles de migrantes que llegaban a la ciudad, buscando empleos y compitiendo por ellos. Además, los sindicatos existentes generalmente eran pro patronales.

En Saltillo, el 60 % de la Población Económicamente Activa (PEA), era de bajos ingresos, y el 70 % de los obreros y los empleados tenían ingresos menores a 2 mínimos; había hacinamiento y escasas posibilidades de progreso, los obreros no eran especializados.

En esa época, el Grupo Industrial Saltillo (GIS), era la mayor fuente de trabajo de la capital de Coahuila. La familia López del Bosque, dueña de esas empresas, había consolidado una hegemonía en la localidad que abarcaba lo económico, lo político y lo social. El GIS y sus propietarios eran el grupo dominante en Saltillo. Además de su fuerza real en la localidad, el GIS era percibido como un gigante. Aun para los pequeños empresarios no les era grato reconocer que dependían de él. A las empresas de Saltillo que no pertenecían al GIS, se les imponían sus tabuladores para que no pagaran más que ellos.

Para esos años, había 8 mil trabajadores en el Grupo Industrial Saltillo. Las plantas de Cinsa y Cifunsa juntas tenían más de 5 mil, 2 mil 250, una y 2,750 la otra. El fundador del grupo, Isidro López Zertuche inició en el patio de su ferretera con solamente 4 o 5 empleados a principios de la década de los treinta del siglo pasado. En solamente, 4 décadas llegó a los 8 mil empleados.

Para los obreros de la capital de Coahuila, el tamaño del GIS representaba un problema adicional, se decía que “o trabajan en el grupo o no trabajan”. Lo que contrastaba con otras ciudades en las cuales había oportunidades de empleo más variadas.

En el GIS predominaban los trabajadores con salario mínimo. En la mayoría de los casos, los salarios en Cinsa y Cifunsa eran más bajos que en las demás empresas. Por ello, durante la huelga de 1974 pedían que el salario fuera de 50 pesos diarios.

Los empresarios, estaban conscientes de la influencia local y regional, que ellos habían construido durante décadas, y actuaban en esa tesitura. Además, consideraban tener el respeto y el afecto de los saltillenses de diversas clases y sectores sociales.

En 1974, en el mes de abril, los obreros de Cinsa y Cifunsa, durante una asamblea sindical, se reunieron, compartieron información y se indignaron ante la situación que se les presentaba. Ellos consideraron que sus líderes sindicales los traicionaron en la revisión contractual de ese año. Fue entonces, cuando se decidieron a emprender una lucha por sus derechos, con la esperanza de conseguir mejores niveles salariales.

De esta forma, declararon la huelga, desafiaron el poderío de la familia dominante en la localidad. Salieron a los espacios públicos, a las calles y plazas, a denunciar injusticias y demandar mayor justicia social mediante gritos y materiales impresos. El movimiento tomó por sorpresa a todos los actores. No había sido una acción premeditada ni organizada, pero brotó con fuerza. Desde el estallido de la huelga, los patrones consideraron que las acciones de los obreros no tendrían trascendencia, ni política ni social, y ni siquiera validez legal.

Rápidamente, en esa asamblea, se destituyó a la dirigencia sindical cetemista y surgió una nueva, con Salvador Alcázar, obrero de 23 años al frente. En esos momentos, diversos elementos adicionales confluyeron para darle mayor dimensión a la problemática entre la empresa y sus obreros. En total, la reunión del 3 de abril duró siete horas.

Desde inicios de la década de los setenta, los universitarios de Saltillo se habían vuelto diestros en forjar movimientos estudiantiles, ya estaban organizados, ideologizados y sostenían relaciones, pláticas y cursos con grupos subalternos de la ciudad como colonos y trabajadores. Muchos de ellos eran trabajadores y estudiantes, simultáneamente.

Por otra parte, una presencia nueva en Saltillo, que a la postre resultó muy importante, fue la del Frente Auténtico de Trabajadores (FAT), cuyos integrantes con sus asesorías, experiencia y estructuras nacionales, ayudaron a darle sustento legal a las acciones de los obreros, Y, así, ya no ser derrotados desde antes de comenzar el litigio, ante los abogados y el poder económico y político de los patrones.

 En ese período, los estudiantes saltillenses vivían intensamente en su aceptación e integración social, que habían sido conquistadas junto a la autonomía. Las actividades educativas, organizativas, culturales y políticas los habían acercado a la comunidad, a los trabajadores y a sus familias. La idea de una Universidad Autónoma de Coahuila vinculada al servicio del pueblo, ya flotaba en el ambiente de la época en Saltillo.

De esta forma, por el flanco estudiantil y por el de los activistas del FAT, los obreros fueron apoyados y tomando consciencia de sus derechos, de su potencial y de su fuerza. Además, las difíciles condiciones en las que trabajaban, y sus relaciones con los jefes, patrones y dirigentes sindicales, habían generado situaciones especialmente tensas. Solamente se necesitaba una chispa para que se incendiara la pradera. El terreno era propicio. 

Así, los estudiantes se movilizaron de casa en casa solicitando ayuda, para 25,000 personas que no tenían qué comer. Los estudiantes respaldaron al movimiento obrero en diversas formas: con apoyo económico a través de colectas y actividades culturales; también, facilitando la compra de esténciles, papel, tintas y otros materiales que los comerciantes de la ciudad no les habrían vendido directamente a los obreros; asimismo, organizando una gran manifestación estudiantil; participando en los mítines, e incluso confiriendo un apoyo directo al comité de huelga.

De igual forma, llevaron a cabo novedosas campañas de apoyo que contribuyeron a sostener el ánimo de la población. Dentro de todo, el mayor respaldo estudiantil consistió en ganar para la causa obrera el beneplácito y el apoyo de amplios sectores de la clase media.

 El desfile, del primero de mayo de 1974, fue el marco para una gran victoria simbólica, para el movimiento obrero de Saltillo. En esa fecha, se dejó en evidencia que algo había cambiado, y tal vez para siempre en la capital de Coahuila. Cuando los huelguistas desfilaron, recibieron nutridos aplausos y gritos de aliento. Gran cantidad de ciudadanos demostraron de qué lado estaban, en el conflicto que sacudía a la ciudad.

El ánimo estaba alto, pero lo jurídico iba lento y los empresarios no entraban en negociaciones serias. Entonces, líderes y abogados determinaron ir a buscar al presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez (LEA), quien estaría de gira de trabajo en la ciudad de San Luis Potosí. El mandatario aceptó recibirlos y escucharlos, se aceptaron las propuestas obreras y el presidente se comprometió a mantenerse atento y a ser mediador.

El movimiento, ya había llegado muy lejos. En la cúpula empresarial del país estaban alarmados; y, el gobierno federal no quería escaladas de trabajadores molestos y movilizados.

Los obreros saltillenses habían ganado. Pero, el retorno al trabajo y los eventos posteriores, en Saltillo, serían difíciles.  Luego que Alcázar rompió con el FAT, varios medios de comunicación atacaron con dureza al líder y al frente, ahondando las divisiones. Los calificaron de traidores al movimiento y de vendidos, también de ser comunistas, agitadores y de enemigos de Saltillo. Se intentó generar una leyenda negra acerca de Salvador y del frente, por parte de la empresa, con la ayuda de algunos medios de comunicación locales y foráneos.

En los meses siguientes al fin del conflicto, las empresas del GIS despidieron a muchos huelguistas, se integró una “lista negra”, con ellos, para que no fueran contratados en los negocios en donde los López podían influir, que eran muchos en Saltillo.

Aunque, la victoria mayor, que obtuvieron los huelguistas, fue ante la opinión pública saltillense que los respaldó abiertamente. Las élites económicas y políticas de la ciudad sintieron, durante varias semanas, el poder de los obreros organizados y luchando por una causa justa. Los grupos subalternos locales, se reposicionaron en el marco de la estructura social de la época y lograrían más cosas.

 En una última maniobra política del presidente Echeverría, tan conflictuado con los empresarios del país, en 1975 envió a Oscar Flores Tapia como candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gobernatura de Coahuila, quien sin problemas ganó las elecciones.

Este político saltillense, había sido rechazado años antes por los López del Bosque, los organismos patronales y por Eulalio Gutiérrez Treviño, para que no fuera presidente municipal. Pero, en esta ocasión tuvo que ser aceptado. Sin embargo, unos cuantos años más adelante, de nueva cuenta, sería fuertemente combatido hasta forzarlo a renunciar.

Sin embargo, Flores Tapia, ya había logrado la instalación de las armadoras de Chrysler y General Motors en Ramos Arizpe, lo que detonaría la prosperidad de la región sureste de Coahuila, elevaría la calidad de vida y la de los salarios. Su gobierno cambió muchas cosas en la entidad, pero sobre todo en la capital coahuilense. Entonces, la hegemonía del poderoso GIS se rompió definitivamente.