Rufino Rodríguez Garza.
La loma es baja y corre de oriente a poniente; se localiza al norte de la represa natural que llaman Lagunilla.
Solo revisé la parte que corre hacia el oriente, tenía buenas expectativas del sitio, pero en realidad las rocas con grabados eran muy pocas.
Como diría el buen amigo Ventura: “Los cuadernos están muy buenos y abundantes”; pero no fueron aprovechados por alguna circunstancia por los chamanes para dejar sus indescifrables grabados.
Hemos comprobado que los antiguos habitantes del desierto no plasmaban sus grabados en cualquier roca y ésta como pudimos observar no estaba en el lugar indicado, lo que a veces hace que reflexionemos por qué se usaron preferentemente diferentes sitios, aunque la roca no fuera de las mejores características para realizar los grabados.
Solo recorrí una parte hacia el oriente y al poco andar apareció ante mí un tablero con grabados muy marcados. Este tablero es uno de los poquísimos grabados del lugar y lo primero que pudimos observar fueron un par de navajas.
Las navajas fueron herramientas de usos múltiples, pues servían para destazar un animal cazado y utilizarlo para despensa o para defensa y ataque en las constantes luchas con otras parcialidades.
En Coahuila se han encontrado y recuperado varias para los museos, se trata de un arma que se compone de tres partes: el pedernal, trabajado en forma de cuchilla, la madera que se convierte en el maneral o agarradera y lo que lo une a la pieza de pedernal y la madera.
Investigadores de La Laguna después de muchas investigaciones concluyeron que dicha pegadura o “Resistol” de aquella época se elaboraba al mezclar resina de mezquite, ceniza y agua; éste proporcionaba un pegamento tan fuerte que difícilmente se despegaba.
Estas navajas localizadas en esta elevación están grabadas y tienen una medida de grandes dimensiones; una es de 30 centímetros y la otra de 35 centímetros.
En la misma loma, pero más hacia el oriente se encuentra una pequeña asta de unos 12 centímetros de ancho por 14 centímetros de altura. Esto nos da una idea de la fauna útil, de la actividad de los cazadores-recolectores, la cacería con la que ayudaba a la dieta diaria y formaba parte de su difícil sustento.
Pasos adelante, siempre caminando donde el sol sale, pudimos localizar una roca con 5 proyectiles, seguramente ya usados por el arco y la flecha, son flechas grabadas y nos podemos enterar que se trata de proyectiles con un vástago largo y dos aletas laterales.
Cronológicamente se ubican en un periodo tardío, cuando ya no se usaba la lanza y el propulsor o Átlat’l.
Ya más hacia el oriente, donde se juntan las dos sierras; una la Sierra Verde, la cual se localiza un llano y al pie de la misma se encuentra una enorme roca llena de símbolos que aún no podemos descifrar.
La única sombra del rumbo y que aproveché para descansar y tomar un refrigerio. Aquí se observan las “hondas” o símbolos territoriales; dos en la parte inferior derecha y donde la cara de esta enorme roca ve hacia el poniente.
En esta misma cara, pero en la parte superior se grabaron cinco hongos, donde uno de ellos desentona pues tienen tres tirantes, cuando normalmente son de dos.
Uno de estos hongos se encimó en una cuenta vertical de 8 puntos.
Aunque poco el vandalismo dejó su huella sobre unas cuentas y una línea quebrada. Unas iniciales que dejó algún pastor: “JRO”.
Una de las astas está junto a una navaja. También es de hacer notar las cuentas a base de puntos.
La salida fue productiva, El Pelillal sigue dando muchos de sus secretos a cuentagotas y esta enorme roca valió la pena, por su lado oriente casi totalmente ocupada por manifestaciones de difícil interpretación.