Oliverio Ascascius.
Eso que llaman libro, viene de lejos y ya es inmortal.
El libro. Un concepto que se nos escapa, que se esconde,
que acaricia el intelecto, que mueve los sentidos,
que anuncia el placer de un nuevo día.
El libro. Objeto que se vuelve sujeto, que se hace ser,
ser viviente que inunda el mundo y los confines del mundo.
El libro. Un cielo en que los hombres viven un siglo,
siglo que se multiplica, que se hace eternidad.
Un tiempo interminable, tiempo divino, sin muerte.
Un objeto que es palacio, que es templo.
Un universo de ideas, de gozos, de penas, de alegrías y verdades.
Un confín inconmensurable, valioso como un sol, cálido.
Algunas veces tiránico pero amoroso siempre.
El libro, un ser metafísico que dirige la vida de los pueblos,
vida del alma y vida del cuerpo.
Un ser viviente que nos canta, un ser viviente en poesía,
grande como el tiempo, indefinible, inelogiable.
El libro, un tesoro incalculable
que es de muchos modos y para todos.
Shakespeare, Platón, Goethe, arte, ciencia, filosofía.
Todo en un objeto, en unas cuantas hojas,
hojas de papel, papel que confiere vida,
que despierta al dormido, que levanta el ánimo, que respira divinidad.
Una divinidad alucinante y perene, problema de artista,
el único que puede expresar el testimonio de un libro,
que le saluda en música, en pintura o con un poema.
Poema a su luz que brilla, al ser que esparce, a la odisea que incita.
Hay conciencia de lo que eres, hay entrega sin reservas,
hay amor sin límites al ser que destilas, a tu luz que ilumina el cerebro
al vació que llenas, a tu sin fin melódico y luminoso,
a tu suave y exuberante sabiduría.
Ellos te conocen y por eso te aman
y yo te amo, ¡oh libro!