Neoliberal, facho y conservador. Lo que te choca, te checa.

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Por Enrique Abasolo

Voté por Andrés Manuel López Obrador no una, no dos sino en tres ocasiones y como ya alguna vez consigné, fue su última postulación la única vez que he votado yo por el candidato ganador.

Voté por AMLO porque era un candidato de izquierda, progresista y demócrata y había quienes veían en ello un “peligro para México”.

¡Qué equivocados estaban! Aún sigo creyendo que lo que necesita nuestro país para enmendar todos sus entuertos es un Presidente de izquierdas, demócrata y progre… Es decir, aún creo que necesitamos (y con urgencia) al AMLO candidato.

El AMLO candidato hizo, igual que cualquier otro político de mierda, un sinnúmero de promesas que de inicio se antojaban imposibles de cumplir: Desde reducir el precio de la gasolina hasta no tirar ni un solo árbol (¡ni uno solo!) en la construcción de su magno elefante blanco.

Prometió que con su sola llegada a la Presidencia el narco dejaría sus armas y las cambiaría por herramientas de labranza. ¡Ah! Y un crecimiento económico del 6 por ciento anual, porque el 2 por ciento de EPN se le hizo muy chiquito.

Pero lo cierto es que –pese a la cara o a la opinión de alguna ex– pendejo no soy y nunca le compré ninguna de esas promesas. Sabía que eran demagogia pura, aire caliente expelido por la bozaca de un candidato y poca cosa más, pero…

Pero “más sin en cambio”, voté por el viejito macuspano por tres ofrecimientos en concreto: La desmilitarización; combatir la corrupción y respeto por las instituciones, lo que entre muchas otras cosas significa ejercer el poder sin buscar la manera de aferrarse a éste ni de prolongar artificialmente su mandato.

Con haber nadado de muertito, AMLO quizás habría obtenido una mejor nota. En cambio parece que se esmeró en incumplir todos y cada uno de sus compromisos, los más ambiciosos desde luego, pero también esos tres que yo consideraba la cuota mínima para desmarcarse del anterior régimen.

Todo quedó en demagogia y populismo. ¡Ni modo! ¡Qué se le va a hacer!

Pero al menos tuvimos un Presidente progresista y muy comprometido con los ideales de la izquierda… ¿verdad?

Pues –una vez más– nada más alejado de la verdad.

Pese a que los denuestos favoritos de AMLO para sus detractores son –entre otros– las etiquetas de neoliberales, conservadores y fascistas, es más que probable que no tenga el Licenciado Tlatoani la más pálida idea de lo que tales conceptos significan o de lo contrario se los habría ahorrado para no morderse la lengua de pura hipocresía, pues difícilmente encontraremos en la historia “moderna” de México otro mandatario más reaccionario, autoritario, autócrata retrógrado, conservador, mocho, anticientífico, cargado a la derecha y neoliberal.

Ratificando la indiscutible veracidad de aquella máxima bíblica que reza: “Lo que te choca te checa” (Corintios 11:16 pm), AMLO en vez de resultados se dedicó a enardecer los ánimos de sus huestes fustigando a sus detractores con los epítetos de marras: neoliberales, conservadores, y “de derecha” como sinónimo de facista o “facho”, sin reparar (o quizás sí) que estaba en realidad describiendo a su propio régimen y a sus propias convicciones (no podemos hablar de que tenga una ideología porque eso ya sería concederle demasiado).

Usted puede afirmar sin que le tiemble la voz que AMLO es el Presidente más conservador, neoliberal y facho de la historia reciente de nuestro país y uno de los peores exponentes de tales atributos al día de hoy en el mundo.

Analicemos:

CONSERVADOR.- El progresismo exige por necesidad un distanciamiento de los preceptos religiosos. No es poca cosa, averígüelo si tiene oportunidad, es casi menester profesar, si no un ateísmo manifiesto, sí al menos una total separación del quehacer público y las convicciones religiosas. AMLO no tiene empacho en manifestar que una de sus mayores directrices es la filosofía cristiana. Pero va más allá cuando hace alarde de amuletos y otras supercherías.

Todo lo anterior por no mencionar su falta de una postura clara ante temas primordiales de la agenda progre, como el aborto, la despenalización de las drogas; u otros en los que de plano se mostró blandengue, como la protección de los derechos humanos de grupos tales como periodistas, mujeres o comunidades indígenas, mismas a las que les acaba de promulgar una ley que reconoce en el papel su dignidad, pero se niega a traerlas al siglo 21.

NEOLIBERAL es su insulto favorito. Todo aquello que lo contradiga es neoliberal, así sea un medio de comunicación, un partido político, un individuo y hasta un frasco de mermelada que no puede abrir, desde luego que es también neoliberal.

Pero no. Neoliberal se refiere a un modelo político-económico en el que el Estado se reduce a su mínima expresión para dejar que las fuerzas del libre mercado y la libre competencia rijan el destino de los ciudadanos, incluso en áreas esenciales como la educación y la salud.

Un claro ejemplo lo encontramos en el loquito de Javier Milei, que llegó al poder desapareciendo organismos públicos y ministerios porque “no hacen nada”, “mantenerlos cuesta mucho dinero”, “cobran sin trabajar”.

En raro un paralelismo con su “enemigo”, AMLO también ha buscado desde el día uno de su gestión desaparecer todas las oficinas, órganos autónomos y funciones que él considera que no son esenciales, lo que incluye áreas como la transparencia, la competencia y hasta al INE le hizo campaña durante casi todo su mandato. Eliminó además cualquier cantidad de fideicomisos “por corrupción” (que nunca demostró) siendo el Fonden el que más se echa en falta. Recortó además el presupuesto para las artes y la investigación científica para así administrar todo el presupuesto a título personal. Es decir, debilitó la estructura del Estado para fortalecer un presidencialismo prácticamente omnímodo.

Y por si le parece poco neoliberalismo, AMLO dejó a los grandes magnates de México enriquecerse como en ningún otro sexenio sin apenas molestarlos con regulaciones y cargas fiscales. Pregúntele a Carlos Slim o a Germán Larrea si no fue provechoso el sexenio, y eso que la promesa era someter a estos grandes capitales. Permítame reírme: Ja… Ja.

Y desde luego, la otra gran industria que prosperó libremente ante la complacencia de un Estado completamente achicado, disminuido, recortado, fue la industria de la droga y otras asociadas a los cárteles, que durante la presente gestión se dejaron consentir por un presidente que los trata con deferencia y respeto.

FACHO es un término peyorativo para fascista, lo que a su vez describe a quien profesa o practica una política marcadamente nacionalista, totalitaria, autoritaria, lo que siempre deriva en el uso indiscriminado de la fuerza militar.

Y ahora simplemente, ya para terminar, le pregunto: ¿Quién es el mandatario que más poder ha acumulado exaltando un discurso patriotero y quién le ha otorgado a las Fuerzas Armadas todo tipo de bienes y patrimonios nacionales so pretexto de administrarlas; bienes que tardaremos décadas en arrebatarle a los sorchos? ¿Quién acaba de promulgar una ley que los faculta para ser los únicos responsables de la seguridad pública de los ciudadanos, pese a que no se supone que sea ese su propósito y pese a que ello es desaconsejado por cualquier país desarrollado? ¿Quién le ha lavado la cara al Ejército buscando exculparlos de Ayotzinapa y hasta del 2 de Octubre? ¿Quién le entregó la Guardia Nacional al Ejército para que sus acciones nunca sean juzgadas por un tribunal civil, sino por su propia justicia militar, como en las viejas dictaduras? ¿Quién tiene un crush tan cabrón con los hombres de uniforme que hace ver la militarización de Calderón como un juego de chamacos?

Cuando responda estas preguntas, quizás nos demos cuenta de que los denuestos favoritos de AMLO fueron siempre escupitajos al cielo y hoy que se despide es su cara puro gargajo.