David Guillén Patiño.
Al resultarme doblemente significativo, el Movimiento Pro Dignificación de la Universidad Autónoma de Coahuila representa un hito en mi carrera periodística.
Fue el 4 de abril de 1973 cuando la máxima casa de estudios de la entidad cristalizó su anhelo de autonomía.
En la misma fecha, pero once años después, yo me iniciaría como reportero en el periódico Vanguardia, uno de los pocos medios sin autocensura.
En ese agitado 1984, hace ya 40 años, habría de atestiguar, al igual que un puñado de colegas, las vicisitudes de aquel Saltillo, como fue ese despertar universitario.
Todavía en ese tiempo, la ausencia de libertades, tanto como la feroz represión del Estado y de los dueños del capital, eran el pan nuestro de cada día.
La que encabezó Jaime Martínez Veloz (“Jimmy”) fue una lucha para consolidar las justas aspiraciones de una comunidad universitaria acicateada por el hartazgo.
Desde la disidencia, los maestros y estudiantes resolvieron hacer valer su derecho a la autodeterminación. “Los comunistas”, les llamaban.
Cinco años antes había tenido lugar la masacre de Tlatelolco, así como otros movimientos estudiantiles en Latinoamérica, a todas luces inspiradores.
En definitiva, se trataba de dignificar el quehacer de la Universidad, sobre todo en lo electoral, administrativo y académico: la consolidación de lo logrado en 1973.
Esto incluyó, desde luego, combatir el afán injerencista del Gobierno del Estado, a saber, causa fundamental de la debacle.
Pero persiste la duda razonable de si valió la pena luchar por la autonomía de la otrora Universidad de Coahuila y el ulterior Movimiento Pro Dignificación.
La pregunta central es simple, pero relevante: ¿Qué tan autónoma es hoy la UAdeC? ¿Posee el nivel de excelencia con el que soñaron sus rebeldes adalides?
Además, ¿de verdad quedó en el pasado la idea de que la institución era una especie de agencia de colocaciones del gobernador y, a la vez, su caja chica?
Lo cierto es que, a 51 años de distancia, la nueva problemática universitaria tiene que ver más que nada con temas relativos a un desaseado ejercicio presupuestal.
El caso es que hoy día la UAdeC está compelida a solventar erogaciones injustificadas o sin comprobar por más de $4 mil millones, según observaciones de la Auditoría Superior de la Federación (ASF).
Habrá que dar al rector Octavio Pimentel Martínez el beneficio de la duda cuando asegura que las viejas irregularidades serán reparadas en 99 por ciento, “caiga quien caiga”.
Esto fue parte de lo que expresé en el panel al que la UAdeC me invitó con motivo del cuadragésimo aniversario del referido movimiento dignificatorio.
Ante el propio “Jimmy”, quien encabezó la mesa de panelistas, cité una de las porciones finales de su libro “Crónica de una utopía”:
“Si las circunstancias se repitieran –escribe–, volveríamos a enfrentar a Óscar Villegas Rico”, exrector de la Universidad, entiéndase, a su sucesor en turno.
Tras aclarar que las diferencias con el extinto funcionario quedaron oportunamente zanjadas, Martínez Veloz puntualizó que su afirmación sigue en pie.
Y cómo no, si, contra lo que se cree, la conquista de la reivindicación universitaria lamentablemente está todavía muy lejos de ser un producto terminado.
Digno de destacarse es el hecho de que el “Jimmy” permanece abierto a la posibilidad de candidatearse para rector de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Al margen de su aspiración, reconoce que Armando Fuentes Aguirre (“Catón”), con quien compartió la lucha universitaria, habría sido en su momento un gran rector.
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