Acerca de los viejos rezagos del gobierno municipal de Saltillo

0
29

David Guillén Patiño.

“Aquí, primero pavimentamos las calles y después abrimos las zanjas para meter el drenaje y las tomas domiciliarias”.

No, este comentario no es solo un chiste, sino uno de los desafortunados testimonios que circulan desde hace décadas entre mis conciudadanos. Refleja rasgos de un estilo de gobernar que se repite en cada Ayuntamiento, más allá de su filiación partidista.

Desconozco si en alguna otra localidad del país existen problemas crónicos como los que aquí se adolecen, particularmente en materia de infraestructura y servicios.

No solo eso, dada la recurrente indolencia de la municipalidad, pareciera que la ciudad de Saltillo está condenada a padecer in sæcula sæculorum sus típicas deficiencias.

No me refiero a los problemas que normalmente arroja la expansión urbana, sino, más que nada, a rezagos ancestrales y tan arraigados como el cochambre de una sartén.

Quizás estos tengan su explicación a la luz de la idiosincrasia de nuestros coterráneos, tildados de acríticos, faltos de visión y poco participativos.

Hasta el Congreso del Estado desechó hace dos años una iniciativa para impulsar la conversión de las poblaciones de la entidad en ciudades inteligentes… ¡Para Ripley!

Hoy se afirma que Saltillo se encuentra precisamente en esta transición, al menos en lo que concierne al transporte colectivo y sistema vial.

Lo cierto es que la digitalización de dicho servicio no tendrá el efecto deseado si antes no se eficientan sus rutas y se modernizan las retorcidas, empinadas y angostas vialidades.

Los cuellos de botella que se forman, incluso en los inconclusos pasos elevados de lo que alguna vez fue la periferia citadina, no dejan de causar retrasos, polución y deterioro en la calidad de vida de las familias.

Además, al tiempo se reduce el número de unidades de transporte público de pasajeros, la gente prefiere cada vez más el uso de vehículos particulares.

Otro hecho evidente es que el Comité del Centro Histórico, no conforme con dejar que se arruinen las banquetas, permite en esa zona la demolición de edificaciones con un alto valor histórico, cultural y arquitectónico.

A esto se agrega la contaminación visual que presentan esas calles, mientras permanece en proyecto la subterranización de los tendidos eléctricos y de telecomunicación.

Es de hacerse notar, incluso, el abandono de la ciclovía y el retraso en la instalación de electrolineras para autos híbridos y eléctricos, lo que pone en tela de duda la pretensión oficial de abatir los altos niveles de contaminación atmosférica en la localidad.

Desde que el periódico Vanguardia alertó sobre los primeros episodios de inversión térmica en esta urbe, hace más de tres décadas, el aire aquí no ha dejado de ensuciarse.

La situación se agrava con el constante arribo de smog proveniente de Monterrey, con cuyo gobierno todavía no hay coordinación para atender conjuntamente este delicado tema.

Suficiente tenemos con que las diferentes autoridades ambientales se hagan de la vista gorda ante las emisiones generadas por los mayores contaminantes: los industriales.

A propósito, los empresarios han olvidado hacer sinergia con el sector público para lograr que las recicladoras de aguas residuales sean rentables y operen a toda su capacidad.

Aparte de que es mínima la cantidad de este tipo de plantas, gran número de centros productivos insisten en usar agua potable en sus operaciones.

Paradójicamente, Agsal también incurre en el desperdicio del vital recurso, pues aún es fecha que no termina de reparar las cuantiosas fugas de la obsoleta red de distribución, especialmente en las zonas más antiguas de la ciudad.

Por cierto, Saltillo, cuando no le escasea el agua, casi se ahoga en ella cuando llueve; luego, ese caudal se escurre a otros estados, para siempre.

Han pasado por lo menos 40 años desde que surgió la idea de captar esos importantes volúmenes mediante represas y gaviones: otro proyecto que está en “veremos”.

En tanto, Saltillo está en vías de sufrir la peor crisis hídrica de su historia, debido a la sobreexplotación de sus mantos freáticos, de ahí que estos ahora contengan arsénico.

Por lo pronto, es casi seguro que atestigüemos por muchos años más la inundación de un sinfín de colonias, a donde el agua pluvial va a parar, como consecuencia de la invasión, incluso urbanización y modificación de arroyos.

Se trata de un problema compartido con los Municipios aledaños, con quienes habrá que consolidar una zona metropolitana, por todos los apoyos federales que ello conlleva.

No, definitivamente todavía no es tiempo de vender a Saltillo como “la mejor ciudad para vivir”, falacia engendrada por obra y gracia del marketing político.

Saltillo nos enorgullece, ¡pero no es para tanto!, no por ahora. En este entendido debe estar ya su nuevo alcalde, Javier Díaz González, hombre de retos, dada su brillante formación deportiva, académica, empresarial y política. Estaremos atentos a sus resultados.

davidguillenp@gmail.com