Rufino Rodríguez Garza.
Para llegar a este lugar hay que pasar por el Ejido Pelillal, dirigirse al norte, llegar al Cañón del Pitahayal, seguir y girar al norte, rodar por antiguos caminos, llegar al cerro El Frentón, continuar al siguiente cañón que se llama Zacarías, meterse con la camioneta donde no hay camino, solo veredas hechas por el ganado, con el constante peligro de una ponchadura; hasta llegar a la modesta presa que aún conserva algo de agua y a donde llegan algunas vacas flacas a abrevar.
La condición del ganado al cual se le miran los huesos es por la escasez de lluvia y por lo tanto la precariedad de pastos.

La presita está rodeada de huizaches que le dan un toque romántico. Un kilómetro antes cortamos ramas de árboles secos que nos servirían para elaborar una fogata donde poder calentar el lonche para la cena y por la mañana hervir el agua para preparar el café, calentar los clásicos tres tamales y para rematar el nutritivo desayuno unas galletas de animalitos, en fin, el desayuno rupestre de los campeones.
En esta ocasión, mediados de enero, contamos con la infaltable tienda-catre, donde pasé una noche con poco o nada de viento y aunque es pleno invierno el frío fue tolerable; por la madrugada alrededor de las 5 de la mañana me levanté, encendí la fogata y a eso de las 5:30 se desató un fuerte viento frío del norte, cuando procedí a doblar la tienda ésta había desaparecido; el fuerte viento al que los pastores le llaman “viento chivero” se había llevado mi tienda.
Tan lejos como a cien metros del lugar, en el inter la tienda se fue rodando, arrojando el sleeping, las dos pequeñas cobijas que llevó conmigo siempre como guarnición, una diminuta almohada y una pequeña pero potente lampara que se perdió, pues por más que la busqué esta no apareció.
Después del ventarrón acarreé los restos hacia el campamento procediendo a guardar en su estuche para poder subir la “impedimenta” a la camioneta del buen compañero de aventuras José Antonio Ramírez Díaz.
He de mencionarles que la tienda tiene herrajes de aluminio y que tiene un peso de 11 kg y aún con todo ese peso el viento la voló.
Después de levantar el campamento eólico procedimos a cargar la pequeña mochila con lo indispensable para llevar a cabo un recorrido de aproximadamente 4 horas en los alrededores del sitio, subir al lugar de donde se representó el chamán-venado, subiendo una empinada cuesta pedregosa, sin veredas y con un fuerte viento que ya no paró en toda la mañana.
Ese viento que anunciaba el frente frío que nos azotaría dos días después y que trajo consigo aguanieve en algunos lugares, nieve y un frío con temperaturas por debajo de los 4° Centígrados.