Jesús M. Moreno Mejía.
“Francisco nos enseñó que la fe
sin una justicia social, es fe vacía.
América Latina llora hoy su partida.”
Luiz Inácio Lula da Silva.
No sólo la grey católica, sino también los de otros credos y hasta los no creyentes, lamentan la muerte del papa Francisco, pues en sus 12 años de pontífice dedicó su vida a una mejor labor pastoral de los fieles y a la vez pugnando de manera constante por la búsqueda de la unidad y cooperación de diferentes confesiones religiosas (ecumenismo), así como ejerciendo una constante lucha a favor de la paz, de los “descartables”, como él identificaba a las personas más vulnerables de cualquier parte del orbe.

Su nombre de pila: Jorge Mario Bergoglio, jesuita argentino, adoptó el apelativo de Francisco, tras de ser nominado papa en 2013, renovando sus votos de pobreza con actitudes similares a las del santo Francisco de Asís, llevando para sí un régimen de austeridad durante su pontificado, al grado tal de no acumular riqueza, pues al ocurrir su muerte tenía un patrimonio personal de tan solo $100 dólares en efectivo y nada más, según lo informado recientemente por fuentes del Vaticano.
Desde un inicio manifestó su determinación de reformar la burocracia central, teniendo como propósito principal erradicar la corrupción del Banco del Vaticano, ante una marcada oposición de la Curia Romana, quienes se veían perjudicados por esas medidas, valiéndole el aplauso de creyentes y profanos de todo el mundo, mientras en contra una andanada de reproches de sus opositores.
Los ideales de Francisco fueron siempre las de un humanista, pues siempre se mantuvo en contra de las acciones bélicas del mundo actual y estar siempre favor de una justicia social para los pobres. En su último llamado a la paz y a la solidaridad global a los más humildes, expresó a través del maestro de ceremonias litúrgicas pontificias con motivo de la Pascua:
“¡Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo! ¡Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños! ¡Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes!”
Los titulares de editorialistas, al por mayor, han calificado a Francisco como lo que fue: “Un papa humano y humilde.” “El líder religioso que retornó a la modestia”. “Un defensor por la justicia social.” Y por añadido, el derecho de todos, incluso los “diferentes” (léase la comunidad LGBT), los prisioneros, etc., “…un papa que le gustaba cristianizar diferente; que no usó los tradicionales zapatos rojos de los jerarcas cardenalicios, sino negros casuales; usó anillo papal de plata, no de oro como sus antecesores.”
Y ciertamente, buscó hasta donde pudo transformar la iglesia católica desde sus laberínticas entrañas, obsoleta en su actuar, ortodoxa, ahogada en acciones fuera de la realidad del mundo. Francisco gustaba emular las enseñanzas de Jesucristo, o sea convivir y defendera las personas más vulnerables; tuvo encuentro con miembros de la comunidad LGBT, con los prisioneros en cárceles.
En su último mensaje, el pontífice expresó: “Quisiera que volviéramos a tener esperanza en que la paz es posible”, refiriéndose al sufrimiento de quienes mueren a diario en Palestina, Líbano, Siria, Yemen, Ucrania y otras partes del orbe. Repitió en muchas ocasiones, que donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible, y que la paz no es posible sin un verdadero desarme.
Se opuso siempre a los sistemas económicos globales, defendió a los migrantes, propugnó la defensa del medio ambiente y publicando para ello su encíclica “Laudato Si” (un importante documento sobre la necesidad de proteger el medio ambiente, afrontar los peligros y desafíos del cambio climático y reducir el uso de combustibles fósiles).
En síntesis, fue enorme su contribución al mundo cristiano en general, a la existencia de un Dios Global y el Derecho a una Fraternidad Universal, que se antojan inalcanzables, pero Francisco dio un paso al frente para tratar de conseguir ese doble ideal, y por ello clamó al mundo antes de morir: “Nunca se debilite el principio de humanidad, tomándolo como eje de nuestro actuar cotidiano.”
¡Hasta la próxima!