El sistema político transita hacia el autoritarismo

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Jorge Arturo Estrada García.

“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”.
Albert Camus.

“Aquellos que no saben gobernarse a sí mismos, están constantemente buscando a un líder al que adorar”.
Hermann Hesse.

El totalitarismo se instala. La democracia está muerta. Tal vez será sepultada sin velaciones y sin nostalgia. Posiblemente yacerá, junto a los cientos de miles de homicidios, víctimas de la pandemia mal gestionada y los desaparecidos que acumula el legado de Andrés Manuel. El proyecto de poder de López Obrador podría perdurar por décadas. En la actualidad, los mexicanos recibimos lo que necesitamos: dinero y mentiras.

Los miles de pesos, que se entregan, son para mantenernos obedientes y agradecidos; y las mentiras son para que las repitan, sus bases sociales, como argumentos en defensa del desastre de la 4T y sus corrupciones. Cuando finalmente habíamos construido algo bueno. Un sistema democrático sólido y creíble forjado en la lucha de varias generaciones, durante décadas, metimos la pata. Es un hecho, que le entregamos el país a un grupo político de corruptos e incapaces. La mayoría de ellos salidos de las catacumbas del PRI, del PAN y del PRD, reclutados y dirigidos por el Rey del Cash.

La muerte de la democracia es un hecho, y nadie saldrá a defenderla. Nunca la apreciamos. La comprendimos poco. Casi nada. Los mexicanos durante dos siglos de país independiente, de 1821 al 2024, no logramos convertirnos en ciudadanos. Pasamos de súbditos, de reyes y virreyes, a masas de acarreables. De elecciones simuladas, a procesos electorales de votos y voluntades compradas. De procesos amañados a votaciones pervertidas. Todo esto, con un breve lapso de 20 años de democracia amplia.

Durante estos dos siglos, tuvimos emperadores, presidentes títeres, dictadores siniestros y colecciones de héroes fabricados, artificialmente, por cada régimen. Desde 1846, Estados Unidos nos invadió, nos derrotó, nos ocupó durante dos años, de 1846 a 1848 y se quedó con la mitad del territorio que heredamos de la Nueva España, en 1821. Esta guerra, resultó en la pérdida de una gran cantidad de territorio mexicano incluyendo Texas, Nuevo México, Alta California, y regiones de Arizona, Nevada, Utah, Colorado y Wyoming. Estados Unidos obtuvo estas tierras a través del Tratado de Guadalupe Hidalgo. En algunos casos, se entregó dinero para legalizar las cosas y aceptar que sus tropas se retiraran de nuestro país.

Posteriormente, los franceses nos invadieron, luego aceptamos a un emperador austriaco. Cuando finalmente lo expulsamos; tras años de guerras intestinas, un dictador llegó al Palacio Nacional, Porfirio Díaz, y conservó el poder, con mano férrea, durante más de 30 años.

En la primera década del siglo 20, estalló la revolución. La encabezaron los norteños que armaron enormes ejércitos y expulsaron a Díaz del poder, y luego a Victoriano Huerta. En esa época, la lucha zapatista y agrarista, en Morelos, se volvió leyenda.

Luego de echar al dictador, del país, siguieron 20 años de traiciones y asesinatos por la Silla del Águila, en los cuales fueron víctimas: Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Simultáneamente, siguieron levantamientos de exlíderes revolucionarios, regionales, que aspiraban al poder.

Así surgió el PRI, en 1929, bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario, PNR, por parte del expresidente Plutarco Elías Calles. En 1938, cambió a Partido de la Revolución Mexicana, PRM, y en 1946 ya quedó como Partido Revolucionario Institucional. Había que poner orden en la sucesión gubernamental, a todos los niveles.

No obstante, el Jefe Máximo, Calles, fue echado del país. Hasta entonces, México fue un país, eminentemente, agrario; mientras, Europa y Estados Unidos se industrializaban aceleradamente. Las masas comenzaron a recibir parcelas de tierra para convertirlas en ejidos. Lo que parecía una recompensa a las luchas revolucionarias, posteriormente se convirtió en fábricas de miseria. Nuestro país solamente es apto para la agricultura en el 14 por ciento del territorio y la mayoría de las cosechas dependen de la lluvia, un 79 por ciento.  El reparto agrario inició en 1936, las magras dotaciones de agua tardaron 20 años en obtenerse en tierras ejidales resecas.

La legendaria dictablanda priista, y sus malos gobiernos, se extendieron hasta el año 2000. En esas décadas hubo de todo, fracaso en el campo, cinturones de pobreza en las ciudades, y Milagro Mexicano con crecimiento al 6 por ciento anual. Pero, todo esto, bajo un esquema de desigualdad económica y social, en un marco de democracia simulada.

Entonces, las crisis económicas arreciaron de 1970 al año 2000. El tricolor perdió credibilidad y seguidores. El neoliberalismo, el Tratado de Libre Comercio y las instituciones financieras globales, que entraban al rescate, demandaban democracia real para México. El “Error de Diciembre”. de 1994, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y el levantamiento zapatista en Chiapas evidenciaban la magnitud del deterioro del régimen priista.

De esta forma, la reforma electoral de 1996, junto con la reforma judicial de 1994, proporcionaron las condiciones para una democracia, con una verdadera división de poderes y una presidencia efectivamente equilibrada, marcando el fin de la presidencia autocrática.

Como resultado de la reforma de 1996, surge el IFE, el Instituto Federal Electoral se volvió verdaderamente autónomo respecto al ejecutivo. Entonces, se establecieron condiciones precisas para el financiamiento y el acceso a los medios de comunicación de los partidos y candidatos, buscando garantizar la equidad en la competencia electoral. Se estipuló que la autoridad electoral debía contar con recursos presupuestarios suficientes. Se creó un Tribunal Electoral Federal autónomo dentro del poder judicial para resolver las controversias electorales. Se otorgó a la Suprema Corte la facultad de decidir sobre la constitucionalidad de las leyes electorales tanto a nivel federal como estatal.

Así, quedó en evidencia en las elecciones de 1997, en donde el PRI perdió la mayoría absoluta en el Congreso, por primera vez en casi siete décadas. En el 2000, el neopanista, Vicente Fox, logró la presidencia y llegó la alternancia. Luego, Felipe Calderón ganó en 2006, el Nuevo PRI hizo ganar a Enrique Peña Nieto, en 2012: y en 2018, Andrés Manuel llegó al Palacio nacional. En 2024, el acarreo morenista hizo ganar a Claudia Sheinbaum en forma arrasadora. Luego, el INE y el TRIFE le entregaron mayorías legislativas, artificiales, y se negaron a castigar excesos. La afluencia a las urnas solamente llegó al 60 por ciento, apatía y acarreos se impusieron. No aprendimos a ser ciudadanos.

Actualmente, el gobierno federal se empeña en cancelar la democracia y ahora anuncia una ley mordaza de grandes dimensiones. Esta ley implica desconectar a los medios digitales, y a sus contenidos del internet, si sus reportes y opiniones molestan al grupo en el poder. También implica la instauración de un gobierno totalitario sin libertad de expresión, un priismo recargado.

En conclusión, el legado de AMLO, descrito como tóxico, ha dejado a México con una economía debilitada y dependiente. Con una crisis de seguridad profunda, marcada por la impunidad y el crimen organizado. También, con un sistema político que transita hacia el autoritarismo. La combinación de estos desafíos, agravados por la presión de Donald Trump, configura un escenario de alto riesgo para la democracia, la seguridad y el progreso del país, delineando un futuro incierto bajo la sombra de un poder cada vez más concentrado. Es nuestra culpa, por supuesto. Veremos.