José C. Serrano Cuevas.
Juan José Millás es un valenciano que frisa los 74 años. Escritor y periodista, cuya obra ha sido traducida a una veintena de lenguas y premiada con varios galardones. Destacan sus novelas Cerbero son las sombras (1975, Premio Sésamo), Visión del ahogado (1977), El jardín vacío (1981), Papel mojado (1983), La soledad es esto (1990, Premio Nadal), Dos mujeres en Praga (2002, Premio Primaveral), El mundo (2007, Premio Planeta y Premio Nacional de Narrativa), Mi verdadera historia (2017), Que nadie duerma (2018).
Este autor es colaborador habitual del diario El País, donde sus columnas y artículos destacan por la sutileza, la ironía y la originalidad para tratar los temas de actualidad, así como por su compromiso social. Además de los mencionados ha sido galardonado con los premios Mariano de Cavia, Miguel Delibes, Francisco Cerecedo, Vázquez Montalbán y Don Quijote, todos ellos por su labor como periodista.
En junio de 2019 salió a la luz la primera edición en México de su novela más reciente: La vida a ratos, con el sello Alfaguara.
En la cuarta de forros el autor revela que “Todos tenemos un mundo escondido, aquel en el que la cotidianidad convive con nuestras neuras, nuestros miedos, nuestros sueños más extraños y los pensamientos más íntimos. Es la habitación privada donde sólo entramos nosotros”.
Esta novela en forma de diario narra la vida de un personaje, curiosamente también llamado Juan José Millás, que se muestra tan libre, tan neurótico, divertido, brillante, irónico e hipocondriaco como sólo se muestra cuando nadie lo ve. Juanjo, como le llaman sus familiares y amigos asiste a sesiones con su psicoanalista; coordina un taller de escritura creativa al que asisten una ex monja que es atea, un joven manco al que sus compañeros llaman Cervantes, Beatriz, la alumna con mayores probabilidades de algún día convertirse en escritora.
Juanjo ha cambiado de psicoanalista y, la nueva facultativa tiene su consultorio en el mismo edificio que la anterior, justo enfrente de la competencia. El analizando acude puntualmente a sus citas. En una de las sesiones el tema son los geranios. Juanjo dice que nunca ha tenido buena opinión de esas plantas, porque se dan demasiado bien; odia todo lo que sucede así. Tumbado bocarriba en el diván, observa las sombras del techo; tras una breve meditación reconoce que tampoco le gusta lo que se da demasiado mal. Ergo: sólo soporta lo que se da regular.
Juan José Millás en 477 páginas narra lo que le ocurre a su tocayo, el personaje de la novela, en 193 semanas. Ese personaje, que vive en Madrid, acude a la presentación de libros, los propios y de otros escritores; escribe cuentos por encargo; dicta conferencias en diferentes ciudades de España y de otros países, incluyendo América. Visita Argentina en repetidas ocasiones.
Juanjo, el personaje, tiene una esposa a la que percibe como una sombra; si se encuentran en el pasillo de la casa se ven como desconocidos; el diálogo entre ellos se parece al código del telegrafista. No obstante eso, no riñen, no gritan, están juntos sin convivir.
La curiosidad, hija de la perseverancia de un lector, le da la oportunidad al personaje de entrar en contacto con la escritora francesa Agnés Desarthe, a través de su libro Cómo aprendí a leer. En los párrafos finales la autora concluye que para que aparezca la palabra es preciso un cierto grado de incomodidad. Y se pregunta, ¿fue eso, la incomodidad, lo que impulsó a hablar a los seres humanos? Juanjo toma nota del asunto para conversar sobre ello en el taller. “La escritura creativa requiere también de un cierto grado de conflicto. Sin conflicto no hay literatura. Ni periodismo”.
En el taller de escritura se habla de la disonancia cognitiva (llevar en la cabeza dos ideas excluyentes a la vez) como uno de los estímulos más fuertes de la creatividad. “Después de todo se trata de una de las formas posibles de estar en desacuerdo con uno mismo. Y se escribe desde ahí, desde el desacuerdo. Escribir es un modo de colocar unos puntos de sutura sobre la herida que provoca esa situación incoherente. Pero la condición para seguir escribiendo es que la herida no acabe de cicatrizar.”
En estas horas aciagas en que un pinchurriento virus trastoca la vida de muchos, la lectura es una compañera solidaria y leal a toda prueba.