El 6 de junio no habrá buenos o malos, todos son iguales

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Jorge Arturo Estrada García.

Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la finalidad del mentiroso.
 Jaques Derrida.

Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña.
Adolf Hitler.

Más dinero y más poder son la esencia de la lucha electoral del 2021. Avanzar o contener son los objetivos. Divididos y poco solidarios, los mexicanos nos veremos envueltos en las batallas políticas en las que ambos bandos llenarán de lodo a sus adversarios. Será un gran combate en un contexto de sufrimiento y esperanza. En el súper domingo de junio, tanto el Prian como los obradoristas se juegan el futuro de sus proyectos. Los ciudadanos solamente serviremos para emitir los votos y ser los afectados por las decisiones de sus gobiernos. Así ha sido por décadas. No habrá ni buenos ni malos, todos son iguales.

Sabemos que, Andrés Manuel López Obrador, es presidente gracias a la clase política que con sus excesos de corrupción e indiferencia le pavimentó el camino. Es un mandatario poderoso que manipula emociones. Su discurso se ha desgastado, pero la fe de su base de seguidores sigue fuerte. Ante los cuestionamientos, siempre tiene otros datos y más ataques. Él siempre está en lo correcto y el resto, además de estar equivocados son conservadores, adversarios y fifíes. Sus declaraciones son sistemáticamente evasivas y hasta aburridas.

También, sabemos que la posverdad implica un desvanecimiento de los límites entre la verdad y la mentira; y que así, crea una tercera categoría distinta a las dos anteriores. Una en la que un hecho, ficticio o no, es aceptado de antemano por la sencilla razón de ser afín a nuestros esquemas mentales. Así, a estas alturas, es evidente que el discurso falsario es una de las herramientas más importantes del presidente.

Vemos a un gobierno federal titubeante a la hora de aportar soluciones, pero que se manifiesta arrollador al momento de generar condiciones para que los proyectos personales del presidente avancen. Los daños que causan estas decisiones no importan. El fin justifica los medios.

El país va a la deriva. Estamos en una tormenta de proporciones inciertas. Vamos rápido y polarizados. Divididos, por proyectos políticos antagónicos en guerra permanente, igual de malos ambos. Es un duelo sistemático de filias y fobias en todos los terrenos.  La pandemia y sus efectos sacuden al país hasta los cimientos. Las consecuencias podrían ser mucho más desastrosas. Nunca la hemos podido controlar.

El pueblo bueno y sabio no existe en México, si alguna vez existió ya se extinguió. Ya lo vimos llenando centros comerciales, tianguis y playas; también, llenar hospitales, haciendo filas para comprar oxígeno y en espera de sus turnos en los centros de cremación del país. Es una enfermedad letal para los viejos, a quienes los más jóvenes contagian.

En tiempos del coronavirus la información fluye a una velocidad pasmosa. Así, un día parece un mes. En una semana, las noticias ya huelen a viejas. Sin embargo, cada una de ellas no deja de sacudirnos y marcarnos. Aunque, al mismo tiempo, tal vez por pertenecer a una generación tan cínica que cree que ya lo vio todo y todo lo sabe, la magnitud de la epidemia se nos hace tan difícil de dimensionar y asimilar.

Los números y las decisiones tomadas u omitidas se debaten interminablemente. Las imágenes de las fosas comunes y de las bolsas de cadáveres apiladas, aterran a lo largo y ancho del planeta. Europa se derrumba por segunda ocasión y los norteamericanos lucen agobiados, los encierros se multiplican de nueva cuenta. Los casos de adultos mayores que, una vez que caen en el hospital, saben que ya no regresarán con los suyos, son incontables. La llegada de las vacunas ofrece una salida esperanzadora, pero incierta y no inmediata. Habrá que hacer fila y esperar meses para que sus anticuerpos fortalezcan nuestros frágiles cuerpos.

 En la era de la alta tecnología, del capitalismo salvaje que controla al mundo occidental, un virus puso a las potencias en jaque, derrumbó los mercados financieros y estremeció a las enormes corporaciones. Los gobernantes, en medio de la tormenta, muestran sus virtudes y sus carencias. La hipercomunicación actual magnifica sus mensajes. Sus palabras y titubeos los retratan Y son ellos quienes han tomado y toman las decisiones sobre nuestro destino y el de nuestras familias.

En medio de la tragedia y el dolor que sacude a gran parte del mundo, líderes mediocres mueven las piezas del ajedrez mundial. En las alturas del imperio, se va Donald Trump y llega Joe Biden luego de juegos de poder mediáticos y patéticos. En la favela, es el turno de México, en donde la propuesta es neoliberalismo contra “tropicalismo”, es decir la forma en la que el presidente entiende su izquierda obradorista integrada de ex prianistas y ex perredistas. Al ver los nombres, es evidente que son los mismos con diferentes cachuchas. Siempre con la misma demagogia.

AMLO, no previó llegar a este momento en estas situaciones, por supuesto que no. La pandemia lo exhibió como un líder con visión muy estrecha o muy egoísta. Hasta Trump se maravilló por la estrategia de no hacer pruebas, “hasta que los mexicanos llegaban enfermos y vomitando al hospital”. Aunque su popularidad cayó 20 puntos en dos años, tendrá que usar su magia personal para hacer ganar a los inefables candidatos morenistas en la súper mezcla de elecciones locales y federales.

Su gabinete es mediocre y los resultados son malos hasta el momento, no todo es su culpa. Falta ver si logra hacer el spin ganador con la gestión de las vacunas, con sus casos anticorrupción que aparecen y desaparecen, y con el temor de sus adversarios a su “popularidad” e invencibilidad que ya se convirtieron en míticas. Las elecciones del 18 de octubre de 2020, en Coahuila. fueron una lección para los advenedizos de la política: la marca Morena no gana sola ni el voto de castigo al PRI se va en automático a los tradicionalmente cacha votos candidatos panistas.

Lo cierto es que los dirigentes nacionales del tricolor y del blanquiazul, ni las manos metieron. El interino de Morena, solamente se asomó y parecía no entender nada. Las victorias y derrotas en Coahuila, tuvieron manufactura local. Así, lo comprendieron en la alianza PRI-PAN-PRD para lanzar candidaturas comunes para gobernadores y diputaciones federales en varios estados y distritos este 2021.

El verdadero termómetro de su gestión en el Palacio Nacional y la viabilidad de su Cuarta Transformación será su capacidad para ganar y hacer ganar a Morena con su colección de impresentables en junio de este año. El presidente gobierna para acumular poder personal. Cada cosa que le estorba es minimizada y la intenta destruir. La suerte no lo favoreció y se le atravesó una pandemia.

 Marko Cortés y Alejandro Moreno no son los mejores líderes en la historia de sus partidos. A Mario Delgado de Morena ya se le hicieron bolas las cosas, y apenas van los 15 candidatos a gobernadores y ya se dieron las fracturas. El factor López Obrador decidirá las elecciones.

El Prian compite contra el desprestigio de las últimas décadas, de gobernantes y funcionarios codiciosos y corruptos emanados de sus partidos. Esos excesos alimentan al obradorismo a la hora de acudir a las urnas. En México no hay ideologías entre los partidos y sus militantes. No existen las derechas y las izquierdas. Morena es un partido de desertores.

El momento histórico que vivimos en México es sumamente relevante en todos sentidos. Es una lucha por reimplantar el presidencialismo omnipotente contra los agentes transnacionales del neoliberalismo y todo su poderío. Es un experimento populista que se da en un entorno de tragedia, crisis económicas, sociales y de salud.

Los escenarios, son interesantes. A los líderes actuales, a los gobernantes de la pandemia, la historia los juzgará de forma implacable. Los hombres del poder serán retratados en su exacta dimensión, ellos y sus decisiones marcarán a varias generaciones con sus aciertos y errores. Después de tantos muertos y tanto dolor, ya nada será igual.

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