Samuel Cepeda Tovar.
Las cifras que presenta el INEGI son alarmantes, tristes y aciagas: 5.2 MILLONES de estudiantes están fuera del ciclo escolar 2020-2021 por pandemia o pobreza, esto según datos de la encuesta para la medición del impacto Covid-19 en la Educación. Y es que la pandemia obligó a millones de estudiantes a continuar sus estudios desde casa, ante la imposibilidad de concentraciones masivas por riesgo elevado de contagios. No obstante, esta virtualización intempestiva y súbita de la educación puso de manifiesto y en clara evidencia un México bastante desigual, en donde ya de por sí el acceso a la educación no es universal y que terminó por agravar esa gran brecha entre quienes pueden y los que no pueden acceder a la educación virtual.
La conectividad terminó siendo un factor de desigualdad, también el acceso a dispositivos móviles y electrónicos ha sido un problema para muchos alumnos que simplemente no pudieron continuar haciendo frente al escenario educativo, si a esto le sumamos la pérdida de empleos por el cierre de negocios para prevenir contagios, muchas familias quedaron desamparadas y sin recursos para poder hacer frente a los nuevos requisitos educativos.
Los datos de la encuesta son bastante sugestivos y reveladores: los estudiantes de educación superior usaron la computadora portátil como herramienta de clases en un 55%, mientras que en las primarias de utilizó el celular en un 70.2% de los estudiantes. Ante este escenario, el 28.6% de las viviendas con población de 3 a 29 años inscrita en algún nivel educativo realizaron algún gasto adicional para comprar teléfonos inteligentes, 26.4% para contratar internet fijo y 20.9% para adquirir sillas, mesas, escritorios o efectos necesarios para adecuar espacios educativos en el hogar.
Como podemos ver, estos gastos adicionales son costeados por una parte minoritaria de la población, pues no todas las familias tienen los mismos recursos para hacer frente a necesidades diversas, es por ello que la deserción escolar ha sido elevada y los resultados verdaderos los veremos al final del ciclo escolar 20-21. Pero no solo podemos hablar de generación perdida por los estudiantes que tuvieron que desertar ante condiciones económicas adversas y ante la desigualdad tecnológica existente, sino también a una generación de estudiantes que no han logrado obtener los aprendizajes esperados.
En lo personal, la maestra de una de mis hijas se conecta a duras penas una vez por semana con sus alumnos por medio de redes sociales y la carga completa de la educación es endosada en su totalidad a padres de familia o tutores de los alumnos, y, por si fuera poco, durante este breve lapso de conectividad pierde el tiempo en actividades lúdicas como festejar cumpleaños en lugar de intentar rescatar algún aprendizaje programado y esperado.
La generación perdida no es solo aquella que ha sido relegada por las secuelas económicas del Covid-19, sino por la simplicidad con que algunos docentes han tomado este nuevo reto y la falta de compromiso con la educación. Si de por sí siempre hemos adolecido como nación de magros resultados en desempeño académico estudiantil, con estas condiciones actuales el panorama no resulta para nada alentador. El verdadero daño de una generación perdida será devastador para México, y los resultados son de pronóstico aún reservado.