El robo de piezas arqueológicas en México, una rapiña interminable

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Higinio Esparza Ramírez.

-Maestra Leticia González Arratia, arqueóloga e investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia: Comparto su indignación por el saqueo irrefrenable de piezas arqueológicas en las cuevas de Coahuila y Durango y el tráfico ilegal de las piezas robadas en México y el extranjero, una actividad delincuencial que en teoría se castiga con cárcel y multas severas que lamentablemente en nuestro país no se aplican. Sus artículos publicados en la revista Nomádica han sido contundentes y explícitos y sumamente interesantes al referirse a las riquezas arqueológicas que guarda el norte de México, y sus conocimientos en ese sentido alcanzan enorme trascendencia y más cuando profundizan en la historia y la etnohistoria referentes al patrimonio nacional, trabajos que usted ha difundido en las publicaciones especializadas, avalados con sus prolíficas tareas de investigadora al servicio de nuestro país.

Sus textos, maestra, me permitieron interiorizarme en el pasado, presente y futuro de la riqueza arqueológica que tiene México, ampliando la información que usted misma ha transmitido a los lectores, neófitos e interesados, y la que se consigue en las redes digitales. Fue así como obtuve los siguientes datos:

En 2013 los diputados federales impusieron penas más severas para el saqueo y venta ilegal de las piezas antiguas

En 1971 la Organización para la Educación, la Cultura y las Artes de la ONU, le recordó al Estado mexicano la obligación que tiene de prevenir y combatir la falsificación de los bienes culturales, los robos, las excavaciones ilícitas y los actos vandálicos, pero la recomendación no encontró eco en nuestros gobernantes y ninguno de ellos frenó los atentados contra nuestros tesoros arqueológicos.

En 2013 los diputados federales impusieron penas más severas para el saqueo y venta ilegal de las piezas antiguas en territorio nacional y el extranjero: de tres a doce años de prisión y multas de 2 mil a 4 mil días equivalentes al salario mínimo vigente, para los saqueadores, y de cinco a doce años y multas de tres mil a cinco mil días salario mínimo, para los traficantes, pero no pasa nada: Unos y otros siguen activos, impunes y cínicos: los traficantes y casas de subastas de las piezas robadas actúan con insultante desfachatez, pues incluso se anuncian a través del internet con la complacencia del gobierno federal y su decantada Ley sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas.

A México se le considera un paraíso para los saqueadores que roban, trafican, dañan y destruyen piezas año con año, un pillaje que parece no preocupó nunca a la entonces Procuraduría General de la República, hoy Fiscalía General de la Nación, según revelaciones obtenidas en agosto de 2012 por Contralínea, un medio digital que investigó la situación entre los especialistas. En los pasados catorce años, fueron sustraídas ilegalmente 4 mil 235 piezas muebles y 106 inmuebles, pero la desaparecida PGR sólo inició 181 averiguaciones previas, sin detenidos.

En consecuencia, no tienen freno las profanaciones y venta en el extranjero de los bienes robados a México -y a Coahuila en este caso particular-. El saqueo y la comercialización ilegal de las piezas arqueológicas, se han vuelto una viciada costumbre producto de “la indiferencia, el egoísmo, la complicidad, la ambición de los delincuentes y la estupidez humana que en países como el nuestro no se ejercen con rigor las leyes existentes”. Los traficantes han creado una poderosa red clandestina que complica e imposibilita cualquier acción oficial para detenerlos, un símil de lo que sucede también con el narcotráfico.

Preocupa el indetenible apoderamiento ilegal de los bienes históricos, artísticos, arqueológicos y paleontológicos de México, y los profesionales respetables como lo es usted maestra, no deben de ceder por ningún motivo en su diaria lucha para defender y conservar este patrimonio y tratar de despertar la conciencia gubernamental para castigar a los responsables.

Su indignación es justificada y oportuna. Me recuerda un caso reciente que sacudió al mundo entero: la destrucción por el Estado Islámico de las esculturas milenarias del Museo de la Civilización de Mosul que databan -algunas- de la época asiria (siglos VIII y VII a. C.). Con martillo y taladro los vándalos causaron un irreparable daño en perjuicio de la Humanidad y además se entregaron al saqueo y robo de piezas milenarias para traficar con ellas.

Igualmente resultó profundamente censurable la voladura con dinamita de los gigantescos budas Bamiyán tallados en el siglo VI d. C. en un acantilado de las montañas de Afganistán Central, con 1,500 años de antiguedad, lo mismo que la destrucción y saqueo del Museo de Irak por el ejército estadunidense y la aniquilación de Nimrud, un antiguo sitio arqueológico asirio ubicado al sur de Irak, todo esto atribuible, ni más ni menos, a la estupidez humana.

Me remonto al reinado egipcio y al de Mesopotamia: la Pirámide Escalonada, el más vetusto monumento de piedra del mundo, hecho de paramentos lisos que ocultaban la entrada al colosal polígono, y macizos bloques de piedra caliza de 2.5 toneladas de peso en promedio cada uno, no escapó a los ladrones de tumbas, violadores y saqueadores. Babilonia, la joya de los dominios orientales de Alejandro Magno, quedó reducida a ruinas, luego de dos mil años de saqueo y devastación.

En conclusión, maestra González Arratia, seguiré leyendo sus exposiciones literarias en ese tema y los artículos que nos ponen al tanto del trabajo de los arqueólogos que como usted, están entregados a la defensa de la herencia legada por nuestros antepasados, como es el caso del antropólogo físico y profesor Arturo Romero, jefe de la exploración que rescató los tesoros arqueológicos que guardaba la cueva de La Candelaria, asediada ya desde varios años atrás, por los bandoleros. 

Judith Amador Tello, escritora y periodista especializada en temas arqueológicos, publicó en la revista Proceso, un artículo intitulado “Destrucción patrimonial, la historia interminable”, enfocado a denunciar y frenar, por supuesto, la destrucción de la zona arqueológica de Teotihuacán, catalogada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, un nombramiento que en teoría la libera del asedio de los llamados desarrolladores inmobiliarios, del uso y abuso comercial y turístico y de todos los atentados que implica la modernidad, los ya dichos y las bodegas de Aurrerá, los espectáculos de luz y sonido en la pirámide de la Luna, con el deterioro de las escaleras, rampas y plataformas de piedra por parte de los visitantes y los conciertos masivos, atentados propiciados por los gobernantes en turno, desde Salinas a Felipe Calderón, pasando por Enrique Peña Nieto, sin olvidar “el mayor robo de piezas arqueológicas en México la Nochebuena de 1985 en el Museo Nacional de Antropología. Desaparecieron 140 piezas de las salas Maya, Oaxaca y México”, consigna Judith Amador Tello en sus colaboraciones para la revista citada. Las denuncias oportunas de arqueólogos e historiadores, pararon esa estela destructiva y de saqueo. Por lo tanto, maestra González Arratia, no está sola en ese empeño. Saludos.