La “marca” Colosio

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

         El pasado diciembre, el dirigente priista Alejandro Moreno disputó la “marca” Colosio, luego que el periódico Reforma diera a conocer una encuesta sobre las preferencias electorales, en donde Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo del excandidato priista asesinado en 1994, resultaba el tercero de los preferidos con un 27 por ciento a su favor, después de Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.

         Debido a que de buenas a primeras salieron de las catacumbas infinidad de “colosistas”, de la misma forma que con López Obrador surgieron miles de “izquierdistas revolucionarios”, es menester recordar aquellos días que enmarcaron el sacrificio de Luis Donaldo Colosio Murrieta, pues al parecer los oportunistas de la partidocracia lo olvidaron, ayudados por la amnesia endémica de los mexicanos.

         El 28 de noviembre de 1993, el Presidente del CEN del PRI, Fernando Ortiz Arana, en nombre de los tres sectores priistas se pronunció en favor del “candidato de la unidad y la esperanza”: Luis Donaldo Colosio Murrieta. Esta decisión presidencial dividió a la cúpula salinista, pues el Regente del Distrito Federal, Víctor Manuel Camacho Solís, se inconformó e hizo su berrinche, pues creía que solo él merecía ser el candidato priista a la Presidencia, a pesar de que carecía del apoyo priista por sus estrechas relaciones con la oposición, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Como resultado de esta inconformidad, Camacho Solís abandonó el PRI en octubre de 1995.

Quizás por eso, desde que obtuvo la candidatura presidencial y hasta su muerte, Luis Donaldo fue duramente criticado por la prensa y rechazado por amplios sectores de la partidocracia. Se le acusaba que su campaña no levantaba en el ánimo de los mexicanos, y columnistas y grupos políticos no ocultaban estar en favor de Camacho Solís y en contra de Luis Donaldo Colosio, porque era el candidato de Carlos Salinas de Gortari que estaba por terminar su sexenio. Se exigía que Colosio renunciara a la candidatura, para que Camacho Solís ocupara su lugar. Ese fue el escenario del asesinato de Colosio, que se había enconado desde el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Desde el Primero de enero de 1994, en su primer comunicado, el EZLN manifestó que su objetivo era “hacer la revolución socialista y crear una sociedad más justa”, en ese mismo manifiesto también se criticaba la nominación de Luis Donaldo Colosio como el candidato del PRI a la Presidencia de la República. Poco después, Manuel Camacho Solís se convertía en el Comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas.

        En la tarde de su destape, Luis Donaldo Colosio expresó “Propongo una profunda reforma social”. “Pertenezco a la generación del cambio”, y privilegió “La cultura del esfuerzo”.

Según los analistas, Camacho Solís no fue el elegido porque representaba la profundización de la reforma política. Y de acuerdo al Presidente Salinas, tanto la reforma política como la económica se habían realizado en su gobierno, por tal motivo ahora le tocaba el turno a la reforma social, la que haría Luis Donaldo Colosio.

Luis Donaldo cursó la primaria, secundaria y preparatoria en escuelas públicas. Estudió Economía en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Luego con una beca de Conacyt cursó la maestría de Desarrollo Regional y Economía Urbana en Pittsburgh, EUA. Después en Viena, Austria, realizó su doctorado en Economía Regional y Urbana.

En 1979 Colosio conoció a Rogelio Montemayor, entonces Subdirector General de Política Económica y Social de la Secretaría de Programación y Presupuesto, quien lo presentó con el director de esa dependencia, Carlos Salinas de Gortari. Así comenzó Luis Donaldo su vertiginoso ascenso en el sector público, siempre a la sombra del grupo salinista.

Por eso, cuando Colosio fue destapado como candidato presidencial, los bonos de Montemayor subieron, y lo candidateaban para la Secretaría de Gobernación, pues nadie dudaba que Luis Donaldo sería Presidente de México; además la esposa del candidato, Diana Laura Riojas Reyes, era oriunda de Nueva Rosita, Coahuila, estado que gobernaba Montemayor.

Otro coahuilense, Melchor de los Santos Ordóñez, al que entrevisté luego del asesinato de Colosio y uno de sus más cercanos amigos, al que Luis Donaldo le había confiado -antes de su destape- que sería el candidato priista a la Presidencia, nunca señaló a ningún posible director intelectual del cobarde crimen ni hizo alguna especulación al respecto. Pero el destino fatal de Colosio frustraría las aspiraciones políticas de Montemayor y Melchor de los Santos, quien para ese entonces era Senador de la república por Coahuila.

El beneficiario del asesinato de Luis Donaldo fue Ernesto Zedillo Ponce de León, quien sería el candidato presidencial del PRI en sustitución de Colosio, gracias al apoyo que le dio el truculento José Córdova Montoya, influyente funcionario salinista de origen francés, ascendencia española y naturalizado mexicano. Para ese tiempo, discretamente se acusaba a Raúl Salinas de Gortari de ser un posible involucrado en el asesinato de Colosio, pues durante su campaña, el hermano incómodo del presidente le había sugerido que platicara con gente ligada al crimen organizado, y Colosio se negó a establecer relaciones con ellos, y marginó de la campaña a Raúl Salinas.

           El 23 de marzo de 1994, Luis Donaldo Colosio caía abatido por las balas de sus asesinos en una colonia popular de Tijuana, Lomas Taurinas. Su muerte provocó confusión y el ambiente se llenó de especulaciones. Todavía hay quienes piensan que el asesino intelectual de Colosio fue Carlos Salinas, a pesar de que el asesinato de Colosio afectó su proyecto de sucesión presidencial, y de que la acusación se basa en un discurso de campaña de Luis Donaldo, que supuestamente le acarreó su ejecución.

Para conocer los pormenores, al día siguiente del asesinato me trasladé a Tijuana. Las indagaciones llevaron a la conclusión de que a Luis Donaldo Colosio lo habían asesinado con la complicidad de la gente encargada de su seguridad y la participación del crimen organizado y más de un asesino, pero eso no tardó en ser descartado, por las investigaciones oficiales y la participación de personajes como Manlio Fabio Beltrones Rivera, quien interrogó al único asesino que se reconoció: Mario Aburto Martínez, el asesino solitario, según las autoridades.

Después de su asesinato, Colosio se convirtió en el candidato que todos querían, y hoy sus discursos tienen el rango de doctrina política que en vida nunca le concedieron. Antes de su asesinato, Colosio era rechazado, después de muerto lo hicieron mártir, y todavía hoy se piensa que de no haber fallecido hubiera cambiado a México. Y en esas seguimos.

Lo cierto, es que después del cobarde asesinato de Colosio, los colosistas callaron, el pueblo que decía simpatizar con Luis Donaldo se mantuvo sordo, mudo y paralítico, pero cuando lanzaron como candidato a Ernesto Zedillo, como un solo ente todos gritaron la frase predilecta de los cortesanos y lacayos: “El Rey ha muerto, Viva el Rey”.

Esa es la partidocracia de México que ahora se disputa la “marca” Colosio, esos que nunca defendieron a Luis Donaldo Colosio ni les interesó saber quiénes fueron sus asesinos, y cuyo apellido hoy quieren usufructuar por el número de votos que representa en el circo electorero de la amnesia colectiva.

Política aldeana

También en diciembre pasado, el cura católico Alejandro Solalinde Guerra, activista defensor de los derechos de los migrantes, olvidando el maltrato que han sufrido los buscadores del “sueño americano” en nuestro país, reveló la buena nueva de fin de año, al asegurar que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene rasgos de santidad.

Esta epifanía católica-cristiana tiene varias lecturas:

1.- Que el cura Solalinde es el mejor ejemplo de aquel refrán de la verdadera sabiduría popular de nuestros ancestros que reza “El que no conoce a Dios en cualquier muladar se hinca”.

Alejandro Solalinde Guerra y el presidente Andrés Manuel López Obrador

2.- Que efectivamente, la revelación de Solalinde nos anuncia la santidad de AMLO, y que pronto puede estar en los altares del catolicismo y de los cristianos evangélicos, como San Andrés Manuel, santo de los políticos de la partidocracia, es decir de los mentirosos, corruptos, simuladores, demagogos, etc., así como San Juan Pablo II, es el santo de los pederastas.

3.- Que lo dicho por Solalinde era para caerle bien a López Obrador, por eso utilizó la terminología cristiana para lambisconear al caudillo, porque no conoce algo más efectivo para hincarse ante el dador de privilegios.

Ante estas barbaridades, solo falta que un historiador “lamepatas” afirme que López Obrador es el mejor presidente desde Acamapichtli. ¡Pobre México! Tan ignorante, sumiso, convenenciero, acrítico e irreflexivo.

Pregunta huérfana

                      ¿Será cierto -como asegura AMLO- que en México ya no hay corrupción, que los asesinatos y la pobreza han disminuido, igual que los feminicidios, y que México está cerca de lograr un sistema de salud igual al de Dinamarca, y que su gobierno es honesto, eficiente, democrático, transparente, igualitario, justiciero y participativo? ¿O son simples jaladas del Peje?