Cuerpos mendicantes

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por José C. Serrano Cuevas.
ed. 356, octubre 2018

Durante más de dos semanas los lectores de medios impresos, radioescuchas, televidentes y seguidores de las redes sociales, han podido enterarse de la variación constante de las cifras que dan cuenta del número de cuerpos que, en un lapso de quince días fueron traídos y llevados en dos tráileres, acondicionados con cámaras de conservación, por los municipios de Tlaquepaque, Tlajomulco de Zúñiga y Guadalajara, Jalisco. De 157 que eran al principio, el número de cadáveres se incrementó a 273.

El punto de partida de esta caravana indignante fue el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF), con sede en el municipio de Tonalá, a donde retornaron después de la vergonzante gira. La Fiscalía General del Estado (FGE) tiene los cuerpos no identificados de 644 víctimas de violencia en dos cajas de tractocamión, en la morgue e incluso en un panteón.

En su largo peregrinar los cuerpos transportados en el primer tráiler eran abandonados en cualquier baldío. Los vecinos que tienen sus hogares en colonias aledañas al predio escogido por un operador irresponsable, empezaron a quejarse por el hedor de los cadáveres. Su desagrado por tener tan cerca aquel panteón sobre ruedas fue tal que, amenazaron con incendiar el vehículo con toda su carga.

Los muertos que presentan un incipiente estado de descompo- sición despiden, según versiones de quienes se encargan de las necropsias en los anfiteatros forenses, un olor dulzón, al que se acostumbran con relativa facilidad. Con maestría trepanan el cráneo de cada difunto para extraer el cerebro y pesarlo en básculas de precisión; con idéntico procedimiento se retiran los demás órganos de cada cuerpo inerte; a la persona fallecida se le toman diez huellas dactilares rodadas. Todo queda registrado en formatos de diseño específico. Enseguida reacomodan las partes anatómicas en los huecos y, finalmente, viene la sutura.

Para las mentes analíticas, como la de Claudio Lomnitz, la de los vecinos protestatarios, “es una imagen de los muertos convertidos en basura podrida; de los muertos sin que los honre y se adueñe de ellos. Los muertos como una carga itinirante que no tienen reposo, porque no hay quien los quiera; evidencias de una sociedad que no quiere adueñarse de sus muertos, y de un Estado que no ha sido capaz de vincularlos a sus familias y comunidades”.

Continúa Lomnitz: “La deshonra de los muertos es en primer lugar la deshonra de los vivos. Este es un hecho que se puede constatar en la literatura histórica, antropológica y filosófica sobre el tema. Limpiar esa mancha terrible implica hacer lo que se pueda por identificar a cada uno de los muertos cuya identidad ha sido borrada, y trabajar para conectar a cada uno de ellos con los seres queridos que pudieron haber tenido, y procurar que sus pueblos y comunidades, y que el país los reconozca como propios. Una sociedad que no honra a sus muertos se desprecia a sí misma”. Tanta soberbia de los vivos frente al hedor de los difuntos ha de sucumbir, si el melindroso lee con atención El libro de las cochinadas, de la autoría de Juan Tonda y Julieta Fierro, científicos mexicanos reconocidos nacional e internacionalmente.

Dicen los autores del texto: “Todos somos cochinos, aunque algunos no lo acepten: Todos hacemos cochinadas y éstas forman parte de nosotros. La cultura cochina también forma parte de nuestra vida cotidiana y la ciencia de las cochinadas nos permitirá ser muy cochinos, pero a la vez muy saludables”.

Mujeres y hombres vivos defecan, orinan, escupen, dejan escapar flatulencias, vomitan, tienen mocos, mal aliento, transpiran. Son materia de desecho que apesta. ¿Qué tan grande ha de ser la diferencia con el hedor de los muertos, esos cuerpos mendicantes?