Jorge Arturo Estrada García.
Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará.
Aristótele.s
“La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”.
Antonio Machado.
Es un fiero debate entre razones y pasiones. Se trata de un gobierno de incompetentes, pero fieles. Del animal político que destruye adversarios. Del conquistador de sentimientos que alimenta rencores. Del gobierno chico, que le quedó chico al gran país. Del México, que resultó enorme para el tamaño del presidente. Del país de los muertos, los desaparecidos y las tumbas clandestinas. De la guerra de abrazos y los más de 150 mil asesinados. También, del país del dinero directo a los hogares, que lleva alivio, sonrisas y buenos momentos, para los millones de familias agobiadas y derrotadas por el capitalismo salvaje. Falta el tramo final.
Ya van dos tercios del sexenio consumidos. Malos resultados. Un cuarto de su popularidad ya la perdió, en ese tramo. Ese, 80 por ciento, había sido su rasgo sobresaliente. Ahora, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, navega con un 60 a favor y 40 en contra. Es una buena calificación, pero es similar a las de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón en el mismo lapso. Al finalizar su cuarto año de gobierno, ya solamente le queda hacer campaña para sostener a la Cuarta Transformación en el poder, aniquilar al PRI, e inaugurar sus obras insignia, y debe apurarse. No habrá tiempo ni dinero para más.
Las batallas cotidianas de una guerra política interminable han sido su estrategia rectora, como dicta el manual del populismo. Sus mensajes diarios van cargados de pasiones que generan emociones, adhesiones o repudios. En tanto, las élites, que no comprenden a los grupos subalternos, observan azoradas al fenómeno político que las desplaza y les pega en donde más les duele: en las pérdidas; son pérdidas económicas y de poder.
México es un territorio enorme que se ha desarrollado a velocidades diversas. Actualmente, es un país sacudido por tormentas mundiales, al que le hace falta un capitán capaz para sortearlas con éxito. La inflación, el estancamiento y la pandemia han golpeado fuerte a la población.
Andrés Manuel, resultó igual que muchos de los otros, pero con peores resultados. Su estilo personal de gobernar chocó frontalmente con la realidad del siglo XXI, en un entorno tan globalizado y turbulento. Su visión setentera le quedó chica al país. A su gestión, ya solamente, le alcanzará para impulsar al subdesarrollado sureste, si le salen bien sus proyectos estrella. Allá la informalidad laboral ronda el 80 por ciento, con Oaxaca, con el 80,5; Guerrero, 79,7, y Chiapas, 76,2. Al gobierno de la Cuarta Trasformación, le quedó grande el país.
El “No somos iguales” y el “Ahora es distinto”, se agotaron. Las mentiras llenaron la mañanera y la propaganda, pero fueron insuficientes para mantener a su aura intacta. Ya sin magia, ni calidad moral, el tlatoani transitará el último par de años que le restan en el Palacio Nacional. El tiempo se termina, su gobierno también, lo mismo los cientos de miles de millones disponibles.
Muy limitado, en sus acciones amplias, el presidente insiste en querer presentar como un éxito, su fracaso ante la violencia. En este sexenio hay más pobres, más muertos y más deuda externa. El desarrollo económico y social se estancó hasta el deterioro. La mala suerte, de la pandemia y la inflación, le complicó los escenarios. Sus leales escuderos poco éxito han tenido en enfrentarlas.
Aunque la generación de nuevos empleos creció, la informalidad también lo hizo: más de 32 millones de personas trabajan en estas condiciones. Esto significa un 56 % de la población ocupada. Son 985 mil personas más respecto al 2021.
La gestión obradorista destruyó al deteriorado sistema de salud que se basaba en el Seguro Popular, tan efectivo entre las decenas de millones de familias que no tienen acceso a la seguridad social. Aunque, también fue un tentador filón de corrupción, de la que hicieron gala los gobernadores prianistas.
Actualmente, el presidente López Obrador parece invulnerable. Él ya no tiene tiempo de arreglar ni los rezagos pendientes, ni los errores que él mismo cometió. No obstante, el factor tiempo lo agobia. El riesgo de perder el poder intensifica la violencia de sus palabras y de sus acciones. Mantiene a sus adversarios bajo fuego político y jurídico. Su partido es caótico; pero, aun así, va conquistando gobernaturas y congresos estatales implacablemente.
Sin embargo, su poder político ha crecido exponencialmente. Actualmente, él gobierna sin contrapesos, ya se encargó de desgastar a algunos y destruir a otros. Es el político, en activo, más poderoso del país y el más diestro. Con 22 gobernaturas en su poder, prepara diligentemente su asalto final por el Estado de México y Coahuila y destruir al PRI.
Los opositores se desplomaron en casi todos los frentes. Los diez grandes multibillonarios nacionales, surgidos en el neoliberalismo mexicano, fueron cooptados por el presidente a cambio de lo de siempre: acumular más fortunas al amparo del gobierno. En el otro extremo, los agobiados mexicanos, estremecidos por la crisis económica, de salud y de inseguridad agradecen el dinero que se les deposita en sus cuentas mensualmente aprobando a AMLO. Los excesos y errores del peñanietismo, y sus virreyes corruptos, le abrieron el camino al tabasqueño. Los impulsores y mecenas del Nuevo PRI se cambiaron de bando, ahora portan camisetas guindas bajo el saco y la corbata.
La energía 24/7 de Obrador, que le dedica a la conquista del poder, la muestra cada día, sin pausa. Así, alimenta a sus fieles recitando consignas y generando el rechazo de quienes desaprueban su forma de gobernar. En contraste, el PRI Nacional, está descabezado, pulverizado y desprestigiado. Se ha convertido en un partido en vías de extinción. Es ya, solamente la bisagra que aporta la franquicia junto a unas tropas menguadas y derrotadas; y solamente, dos bastiones, que estarán bajo asedio en el 2023. Este desmoronamiento opositor, y la carencia de liderazgos talentosos, agigantó la estatura política del tabasqueño. El presidente fracasó como gobernante, aunque se convirtió en el mejor político del país de los tuertos.
Al cumplir el cuarto año de gobierno, los resultados son más cercanos a discursos románticos y promesas incumplidas, que a hechos concretos verificables. El de AMLO, es un gobierno al final de su ciclo. Cada falla suya, significa oportunidades perdidas para cada uno de los mexicanos; son errores que los alejaron todavía más del acceso a una vida más próspera para sus familias. Los mejores gobiernos son los que menos estorban a la gente, en sus intentos de conquistar sus sueños de progreso. En México, elegimos a una pesadilla como una vía de solución a nuestros agobios. México es mucho país para tan pobre clase política. Son tiempos de tormentas. Veremos.