Jorge Arturo Estrada García.
“Un dilema es un político tratando de salvar sus dos caras a la vez”.
John A. Lincoln.
“La demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con las palabras mayores.”
Abraham Lincoln.
“La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”.
Dwight D. Eisenhower.
El presidente sabe que se le agota el tiempo. Le urge dejar resuelta su sucesión. Sabe que el fin del sexenio será tormentoso. Conoce a la perfección el tamaño de sus fracasos. Sabe, que la inseguridad se expande, con cientos de miles de muertos y desaparecidos. También, tiene documentado, el desastre que hizo en el sistema de salud; y, que, la avasalladora carestía aumenta, penetra a los hogares y agobia a las familias. Entonces, cada vez los reclamos son más estridentes y van escalando. Se trata de perjuicios directos en la vida de los ciudadanos, que están más allá de cualquier demagogia. Así vamos.
Andrés Manuel López Obrador, es consciente de que la clase media le retiró más de 10 millones de votos a su proyecto, a lo largo del sexenio. También, conoce, que ninguna de sus corcholatas atrae al voto libre clasemediero. Y, además, está enterado de que Claudia Sheinbaum, su más fiel escudera, se ha ido debilitando entre la opinión pública ilustrada, desde que se convirtió en una mala copia del tabasqueño, incluso en la capital del país. Ya también sabe, a pesar de su soberbia, que puede perder.
El país está en una encrucijada. Durante los últimos 40 años, los mexicanos hemos construido una precaria democracia, que abrió la alternancia. En lo político, las cosas se refrescaron, incluso la llegada de Andrés Manuel, con su caótico partido, integrado por prófugos del PRI, PAN y PRD, fue considerada como un avance importante.
Andrés Manuel, pregona que ya ganó la elección presidencial del año próximo. Los partidos opositores están desprestigiados, descabezados y asustados. Ya no tienen ni recursos humanos, ni materiales, para ganar una elección nacional. Es la oportunidad, para que los ciudadanos tomen decisiones y coloquen a un candidato, ajeno a las cúpulas partidistas. Los electores no acarreables votan por candidatos, no por ideologías ni por programas.
En 2018, pocos fueron quienes visualizaron el talante populista, autoritario y demagógico del tabasqueño. Por el contrario, el triunfo arrollador con 30 millones de votos y una luna de miel de 80 puntos porcentuales de aprobación, pronosticaba una etapa de mejora democrática, con el aplastamiento del decrépito y desprestigiado PRI y el debilitamiento del petrificado y anticuado Partido Acción Nacional. Luego de cinco años, el país está dividido y el 2024 podría ser el empoderamiento de los ciudadanos o el país de un solo hombre, de un maximato.
Sin embargo, el sueño morenista avanza como pesadilla en muchos flancos. Hay un aspirante a tirano en el horizonte. Un tipo enamorado del poder que rompió todas las reglas del sistema político mexicano. Las que le dieron equilibrio a la dictablanda de setenta años y las que se establecieron durante la joven democracia actual.
El presidente encabeza un proyecto populista, sin bases ideológicas, a sus seguidores los conquista y los conserva, con base en repartir dinero del Bienestar y huesos en los gobiernos, siguiendo el modelo del viejo PRI. La nefasta clase política mexicana, tiene décadas generando dinastías de millonarios, que acumulan fortunas al amparo de los cargos públicos. Los ciudadanos hemos sido testigos mudos de sus excesos. De esta forma, irresponsablemente, les hemos otorgado el poder de gobernar y de arruinar la vida de los ciudadanos mientras ellos se enriquecen. Sistemáticamente, dejamos que los partidos y sus dirigencias nos impongan a los candidatos. Luego, votamos por el menos malo.
México, se encamina a unas elecciones que definirán el rumbo del país, por los años siguientes. Seguramente, los resultados afectarán la calidad de vida de varias generaciones, como ya ha sucedido antes. Por una parte, los mexicanos ya sabemos las intenciones de López Obrador, de desmontar las instituciones democráticas, que hemos construido en las últimas décadas. El presidente se siente más a gusto con un país al estilo Viejo PRI.
Él, ya estableció las reformas que enviará al congreso recién electo en el 2024, y que los diputados aprobarán sin cambiar una sola coma. También, actualmente, él decide quién se quedará en la presidencia, quién en gobernación y quiénes de líderes camarales de sus facciones legislativas para el siguiente sexenio. Claro, sólo si morena gana las elecciones.
Entramos en la etapa final de un gobierno destructor, que pretende perpetuarse. En un país tan deforme, llegó un presidente que quiere remodelarlo para un mundo que no existe. Hay indicios de que los clasemedieros pueden intentar quitarle el monopolio electoral a los partidos, no totalmente pero sí con alguna presencia. Los mexicanos difícilmente actuamos como ciudadanos y tomamos el poder en nuestras manos. Pocas veces lo hemos hecho y no sabemos hacerlo.
Súbitamente le cambiaron el juego a López Obrador con la irrupción de Xóchitl Gálvez. Ya no será una partida de damas chinas, será una de ajedrez, lo que le demandará al tabasqueño un esfuerzo adicional. Tal vez, hasta un cambio de planes. Gálvez es una candidata inesperada. Que coloca a las elecciones en una situación especial, en donde irá, por una parte, el arrastre de AMLO y sus programas sociales contra el repudio que generan él y Morena; y, en la otra parte, la participación de una candidata disruptiva y carismática, que fractura al esquema cupular partidista, como le hizo Vicente Fox en su momento.
La mediocridad de la clase política actual, y las incapacidades de los líderes de los partidos opositores, son los que han orillado a los ciudadanos a alertarse. El PRI ya tocó fondo y el PAN va por ese abismo. Al parecer nos encaminamos a unas elecciones competidas, lejos del escenario morenista del “este arroz ya se coció”. Hay mucho en juego. Veremos cosas interesantes. Es cuestión de estar alertas.