Samuel Cepeda Tovar.
La palabra unidad tiene un impacto bastante profundo en temas políticos y puede entenderse de dos maneras, o más bien, tiene dos acepciones, una virtuosa y una peyorativa; la primera tiene que ver con la unión en torno a ideales u objetivos con la convicción de que por encima de intereses personales se encuentra el bien común y con la objetividad de saber lo que más conviene para sacar adelante un proyecto lejos de fanatismos y rencores personales.
Por otra parte, el lado peyorativo de la unidad tiene que ver con la sumisión de partes débiles ante uno más fuerte bajo la coacción o amenaza, a la supresión de la democracia ante intereses desde luego más poderosos basados en el aspecto económico o de influencias, para proteger ciertos privilegios de unos cuantos en detrimento de todos los demás.
El llamado a la unidad debe estar basado en un escenario que genere convicción entre todos los involucrados en un proceso democrático y que genere confianza en un sistema y no la sensación de impotencia e indefensión que produzca el sinsabor de la supresión democrática.
En la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), cada dirección, coordinación y la misma rectoría son ocupadas por personas electas en votación libre, directa y secreta por la misma comunidad estudiantil y docente, quienes eligen a la mejor opción. En lo personal, nunca he estado conforme con la existencia del candidato único a pesar de haber sido electo como director de una escuela de esta universidad en dos ocasiones como contendiente único, pues se genera la idea de una imposición por la dirección saliente y un uso y abuso de autoridad en la reelección del cargo después de tres años, y aunque sea o no cierto, la idea se refuerza en algunas escuelas en donde el ambiente está más enrarecido que en otras. Solo para precisar, en mi caso la primera elección quedó con algunos señalamientos de imposición, pero la reelección estuvo basada en más del 90% de compromisos cumplidos de manera fehaciente.
Para el caso de la universidad, la unidad debe ser entendida como un proceso de alineación luego de los procesos electorales, NO ANTES, es decir, que después de los resultados que avalen a un ganador luego de una elección todos debemos cerrar filas y alinearnos a los objetivos trazados por la nueva administración, para sacar adelante los proyectos como unidad académica pensando siempre en nuestra comunidad estudiantil y docente y, desde luego, estar al pendiente que las autoridades electas no se desvíen de los objetivos que se enmarcan en la misión y visión de nuestra universidad; por lo que si existen intereses de participar en los procesos, la unidad no debe ser utilizada para designar a una persona y suprimir las aspiraciones de los demás en un pusilánime y absurdo uso de este concepto tan polémico.
La competencia siempre será mejor porque genera legalidad, sobre todo legitimidad y un ambiente de certeza que fortalece consecuentemente a la universidad como institución formadora de ciudadanos participativos que son incentivados al activismo político sabedores que se encuentran en un sistema imparcial, democrático y respetuoso de los derechos humanos y políticos de cada uno de los miembros de esta emblemática institución académica, no política.