AMLO sembró vientos y seguramente cosechará tempestades

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Jorge Arturo Estrada García.

“La intolerancia, la estupidez y el fanatismo pueden combatirse
por separado, pero cuando se juntan, no hay esperanza”.
Albert Camus.

«El hombre que no es capaz de luchar por la libertad,
no es un hombre, es un siervo”.
Friedrich Hegel.

El presidente está furioso. El séptimo año, de su sexenio, se perfila difícil para su ego. Las críticas arreciarán y ya, Andrés Manuel, no tendrá a la mañanera, ni a sus foros poderosos para responder. Surgirán más escándalos. Tal vez será el tiempo de cosechar tormentas. Es cierto, que retuvo el poder y el control hasta el último día, y seguramente más allá del fin del mandato. Sin embargo, para la piel sensible del López Obrador, los ataques tiznan y a veces son manchas indelebles. Adicionalmente, deja un legado envenenado para su sucesora. El cambio de régimen no les gustó a nuestros socios del T-MEC, tampoco sus posturas desafiantes. Lo que abriría un nuevo flanco.

López Obrador, ya se ganó un lugar en la historia del país. Ha sido un mandatario muy activo, muy protagónico y tóxico. Ha estado más enfocado en propagandear que en gobernar. Andrés Manuel, maniobra abiertamente para mantenerse fuerte para repudiar a sus críticos mexicanos y extranjeros, que están al acecho. Va acomodando sus piezas. La siguiente partida apenas inicia al entregar la banda presidencial.

Con su séptimo año, ya perfilado y sin la Silla del Águila, López Obrador enfrenta el reto de soltar el poder, que ha acumulado. Lo tendrá que hacer, aunque sea poco a poco, por lo menos el poder formal. A pesar de la llegada de Sheinbaum, el presidente sigue dominando la agenda nacional. Si ya reescribió las leyes constitucionales, por qué tendría qué respetar las no escritas y auto exiliarse, si está en la cima de su poder.

La prensa, siempre, es quien escribe el primer borrador de la historia. La historia la escriben los ganadores, es la regla política. Sin embargo, la historia que perdurará, la reescriben los historiadores alejados del oficialismo. Basta con examinar la de los expresidentes mexicanos para cerciorarse. En esta ocasión será igual.

El tabasqueño es un tiburón de la política. Él, vigila a la opinión pública sistemáticamente. Utiliza las encuestas, propias y secretas, para medir sus fortalezas y debilidades. A las publicadas, las maiceadas que lo favorecen, las usa de propaganda. Andrés Manuel, solamente voltea a ver a quienes le aplauden y lo elogian. Al resto de los mexicanos los ignora. Ya sean enfermos, víctimas del crimen, desaparecidos o damnificados. Su gobierno se hizo con base en la demagogia, la propaganda y los programas sociales masivos, con dinero directo a los hogares. En general, los resultados de su gestión son malos, aunque tuvo aciertos.

En las mediciones, combatir la inseguridad, mejorar el sistema de salud y la calidad de la educación son las demandas sociales mayores y urgentes, al fin de sexenio, para el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum. La popularidad presidencial es más baja que la de Zedillo que tuvo 69 por ciento al fin de mandato, pero similar a la de Calderón y Fox, en los más o menos 65 por ciento de aprobación a su gestión. Solamente, Enrique Peña Nieto, tuvo un pobrísimo 36 por ciento. 

La libertad de prensa es para servir a los gobernados y no al poder. Eso nunca agradó al presidente. Así, a medios y periodistas, los atacó permanentemente. Su gobierno se hizo a través de la demagogia, la propaganda y programas sociales masivos, directos a los hogares. Hasta inventó a personajes extravagantes como reporteros de su mañaneras y a jilgueros de su régimen incrustados como columnistas en diarios o programas en radio y TV.

 A los presidentes mexicanos los persiguen los fantasmas. Sus errores marcaron la vida de muchos millones de mexicanos, por varias generaciones. Luis Echeverría fue juzgado y encontrado culpable de crímenes de lesa humanidad. De las de las masacres de Tlatelolco y del 10 de junio de 1971, de la Guerra Sucia y de la debacle económica. 

A José López Portillo, lo culpan de las devaluaciones, de las mega deudas externas, de sus riquezas acumuladas, de la casa de la Colina del Perro, de que falló en defender al peso. Por su parte, Miguel de la Madrid administró la debacle financiera y tocamos fondo con inflaciones anuales de 150 por ciento. 

A Carlos Salinas de Gortari se le reprochan el fraude electoral de 1988, los asesinatos que son considerados de estado como los de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu. También, de las privatizaciones de empresas públicas, la corrupción, el tráfico de influencias y el encarcelamiento de su hermano Raúl. Finalmente, se fue a huelga de hambre en una colonia proletaria de Monterrey. Luego, partió al autoexilio. Ernesto Zedillo fue marcado por el error de diciembre, por la masacre de Acteal en 1977, por el neoliberalismo que consolidó y por las privatizaciones. También se fue a radicar a otro país.

Sin embargo, Zedillo, Salinas y De la Madrid le dieron un nuevo destino al país al reordenar las finanzas, aunque a tropezones. Zedillo impulsó a la democracia mexicana. Así, Vicente Fox, fue quien sacó al PRI de la presidencia del país, aunque luego naufragó por actos de influyentismo de los hijos de su esposa Martha Sahagún, y destacó poco por su gobierno, pero al fin evitamos las crisis catastróficas.

Felipe Calderón falló en ganar la guerra que declaró contra los cárteles. Muchos gobernadores nunca lo apoyaron, el ejército resultó poco útil, las policías estatales no se fortalecieron con la rapidez debida y solamente la marina destacó en sus tareas antidelincuencia. Actualmente, vive en España.

Por su parte, Enrique Peña Nieto, destacó por la corrupción de su sexenio y su pacto con Andrés Manuel para que el PRI y el PAN fueran derrotados, a cambio, recibió un exilio dorado, sin ataques de su locuaz sucesor.

Con su séptimo año, del sexenio, ya perfilado y sin Banda Presidencial, López Obrador enfrenta el reto de soltar el poder, que ha acumulado. A pesar de la llegada de Sheinbaum, el presidente sigue dominando la agenda nacional. Si ya reescribió las leyes constitucionales, por qué respetar las no escritas y auto exiliarse, si está en la cima de su poder.

El dilema de López Obrador será respetar leyes no escritas, derivadas de viejas tradiciones priistas o de plano entrar en la disputa del poder con la nueva presidenta. La sucesión 2030 ya está en marcha. En qué otra cosa podría ocuparse el tabasqueño. Él sabe que los ciudadanos siguen a los líderes que tienen causa, y no siguen a las causas. A Claudia Sheinbaum le tocará gobernar entre las ruinas de un país agobiado y polarizado en lo social, lo económico y lo político. Vienen cosas interesantes. Veremos.