Jorge Arturo Estrada García.
“En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”.
Robert Green Ingersoll
“La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”.
Nicolás Maquiavelo.
La soberbia envuelve al grupo gobernante. Sin escrúpulos, la decisión de López Obrador aplasta al Estado de Derecho y a sus “adversarios”. Simultáneamente, desafía al imperio, con el que compartimos comercio y la generación de empleos formales. Nos encaminamos a una tormenta constitucional sin precedentes. El país está envuelto en la violencia, sembrado de tumbas y de desaparecidos. Siempre hay un pretexto para cada problema, hay demasiados pretextos y pocas soluciones. Ya hasta la demagogia suena falsa. El tono chilango no compite con el tabasqueño, no suena tan convincente.
Las traiciones, las ambiciones y la impunidad son ya la marca de la política mexicana. Nuestra clase política apesta. El fantasma del autoritarismo acecha. El plan, de Andrés Manuel, avanza implacable. La presidenta Claudia Sheinbaum lo apoya abiertamente. Solamente ocho ministros podrían impedir la destrucción de la democracia mexicana. Aunque el nuevo gobierno ya advirtió que ellos “no podrán detener a la transformación”.
La suerte está echada. El último bastión está bajo asedio. El morenismo en el poder ha desacatado todas las acciones legales, que se han presentado para frenar el avance de la consolidación de un régimen autoritario en el país. Un régimen invencible que pase por encima de las leyes impunemente. Según la Academia de la Lengua Española, RAE, la soberbia es la condición de una persona que se cree superior a los demás y actúa de manera arrogante y despreciativa.
Los contrapesos han sido demolidos, uno a uno. En México, se acabó el Estado de Derecho. El respeto del Estado de Derecho ya no existe para la 4T. La máxima obradorista: “no me vengan con que la ley es la ley”, es aplicada a rajatabla. La opinión pública ya no importa, cada día es más débil.
Los medios formales están debilitados, desprestigiados, infiltrados o cooptados. Los ciudadanos estamos mejor informados de la apertura de más becas, de apoyos en metálico y fechas de entrega, que de la desaparición de la democracia mexicana. Eso lo sabe a la perfección Andrés Manuel López Obrador, y en eso basa su éxito. “Queda claro, la reforma al Poder Judicial va, el pueblo decidió”, sentencia la presidenta, Claudia Sheinbaum.
Nadie los detiene. Sin peso en la opinión pública, ellos encontraron la vía libre. Pretenden someter y terminar con el Poder Judicial como equilibrio ante abusos de los otros poderes. Los derechos y garantías de los mexicanos están en juego. Sin ellas no habrá defensa ante el autoritarismo.
Entramos a una etapa decisiva, controversias y diversas acciones constitucionales, en curso, deberán resolverse de manera expedita. Tal vez, pudiesen declarar la anticonstitucionalidad de las decisiones de los legisladores. Están en peligro la democracia y los derechos. Por el momento no hay consecuencias a las violaciones a la ley; y los morenistas, ya no respetan suspensiones ni amparos. Simplemente, no obedecen a las decisiones del poder judicial.
La democracia, según el politólogo italiano, Norberto Bobbio, es un sistema en el que la igualdad y la libertad son los valores centrales. Así, la igualdad implica que cada ciudadano tiene un voto igual en la toma de decisiones políticas, sin importar su estatus social o económico. En tanto, la libertad se refiere a la protección de los derechos individuales, y a la existencia de mecanismos de control para evitar el abuso de poder. Estas reformas al Poder Judicial están diseñadas para destruir su autonomía y esos mecanismos.
Asimismo, Bobbio, define el autoritarismo como un sistema político en el que el poder se concentra en una sola persona o en un grupo reducido, sin mecanismos efectivos de control o contrapeso. El italiano, agrega que, en los regímenes autoritarios, la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas es mínima o inexistente. Las elecciones, si existen, no son libres ni justas.
Entonces, el autoritarismo se va caracterizando por el uso de la represión y el control social para mantener el poder. Esto, incluye la censura de los medios de comunicación, la persecución de opositores políticos y la limitación de las libertades civiles.
En el autoritarismo, el desprecio por el Estado de Derecho es manifiesto, así en un régimen autoritario, las leyes y las instituciones son manipuladas para servir a los intereses del gobernante o del grupo en el poder, en lugar de proteger los derechos de los ciudadanos.
Los regímenes autoritarios, utilizan la ideología y la propaganda para justificar su poder y para mantener el control sobre la población. Esto incluye la creación permanente, de un enemigo común y la exaltación del líder.
Ante el paso arrollador de la aplanadora morenista, en nueve meses poder judicial nuevo y se habrá destruido el existente. El nuevo régimen, obradorista, generará un poder judicial nuevo. Ya llegamos al momento en que nadie, en el poder, respeta sus decisiones. López obrador no lo hizo y publicó en el Diario Oficial las modificaciones constitucionales viciadas. El poder legislativo prosiguió con sus sesiones en el tema sin acatar los dictados judiciales. Son dos poderes de la unión, desacatando los dictados del Poder judicial. El Consejo de la Judicatura está ya controlado por el morenismo y sus decisiones en favor de los deseos de AMLO, “son resultados de una revolución pacífica”, dice el consejero Bernardo Bátiz, un morenista de cepa.
Es un momento crucial, seremos testigos de la reconstrucción del país del partido único, con un líder máximo. La política mexicana es un conjunto de traiciones, pactos oscuros, grandes fortunas y enorme impunidad. Todas las acciones de López Obrador están dirigidas a consolidar el poder de un solo hombre. Lo demás es accesorio. El paso de Sheinbaum es difícil de diagnosticar. Está completamente acotada por sus propias promesas, compromisos y por Andrés Manuel.
El tlatoani tabasqueño es admirado y querido. Él fue el que convirtió al gobierno mexicano en un repartidor de Cash, en una enorme red de cajeros automáticos para casi cualquier mexicano. El estado benefactor, defectuoso y creado por los priistas, se convirtió en el estado repartidor de dinero.
Entramos, también, al tramo final, de la campaña estadounidense, y somos la piñata de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. El T-MEC, el tráfico de fentanilo, la vulnerabilidad del Estado de Derecho y la migración desbordada, ponen bajo la lupa el papel que desempeña México en la vida política, económica y social de ese país en la actualidad. Es un hecho, que Andrés Manuel, fue reacio a atender esas problemáticas, con acuciosidad, en donde tenía la responsabilidad de hacerlo.
Así, la relación con los estadounidenses se volvió ríspida con el presidente, Donald Trump y con el gobierno de John Biden y Kamala Harris. A López Obrador lo dominó su soberbia y su visión populista, focalizada permanentemente en fortalecer su imagen ante el electorado. La actual mandataria, Claudia Sheinbaum, deberá comprenderlo rápidamente, o entraremos a turbulencias mayores. El Imperio Estadounidense, es implacable cuando lo desafían.
El desarrollo, y la prosperidad de nuestro país, en el presente y el futuro cercano, depende del T-MEC. Sin embargo, el gobierno obradorista se dedicó seis años a enturbiarlo, sin comprender que este tratado comercial, es casi la única fuente sólida de empleos formales que generan prosperidad y desarrollo. Lo hizo con trabas en la instalación de empresas, expropiaciones, amenazas y limitaciones a inversiones extranjeras. Se pronostican tormentas. Veremos