Jesús M. Moreno Mejía
“Bajo una piedra inmóvil
no corre el agua”
León Tolstoi.
2 de noviembre, “Día de los Muertos”, celebración folclórica nacional; 20 de noviembre, conmemoración del inicio de la Revolución Mexicana, que cobró alrededor de 3.5 millones de personas muertas, tomando en cuenta el saldo fatídico en combates, los efectos de las hambrunas, enfermedades y represión gubernamental, entre otros motivos.
Se afirma que los mexicanos “nos reímos de la muerte” y por eso celebramos el “Día de los Fieles Difuntos”, que originalmente es una fecha marcada por la Iglesia Católica, pero también es una tradición precolombina, dedicada a recordar y honrar a nuestros deudos de diferente manera, ya sea ir a visitar la tumba de nuestros padres y parientes o bien asistir a un oficio religioso; pero también en forma festiva, organizando un “Altar de Muertos”, bellamente decorado, con las fotos de los finados, sus alimentos y bebidas preferidas, pero también consumiendo algunos manjares y bebidas en su memoria.
Lo anterior todos lo sabemos, pero hemos querido recordarlo para dar paso al tema central de esta ocasión: Las revoluciones violentas siempre con saldo trágico, como en otros movimientos sociales existentes, tanto en nuestro país como en otros lugares del mundo.
Nos detendremos a referir sólo las revoluciones más importantes y de manera general, comenzando por la Revolución Liberal, que tiene un término de uso historiográfico, con el cual se designa a la Revolución Política de un país, que implica transformaciones de todo tipo y en todos los ámbitos de cada lugar y situación, y que al darse en Europa se cierra la Edad Media y se inaugura la Edad Contemporánea.
La Revolución Política implicó siempre un movimiento armado, con las consecuencias funestas implícitas; la principal fue la de Francia en 1789, que se prolongó hasta 1799. Sus objetivos eran desmantelar el antiguo régimen opresor, que encabezaba el rey Luis XVI, y que dio paso a una serie de movimientos similares en gran parte de Europa y en América, a partir de 1820. (En nuestro país se inicia en 1810 y culmina en 1821).
Es necesario referirnos también a la Revolución Industrial, misma que comenzó poco antes de la Revolución en Francia, y cuyo término se empezó a utilizar desde los inicios de siglo XIX, significando lo mismo cambios tecnológicos y sociales, pero bien las primicias se dieron en Inglaterra en 1760, para luego generalizarse en 1840 por su notable desarrollo.
Existe otra clase de lucha armada, que se da por la vía de la secesión o guerra civil, como ocurrió en el vecino país del norte entre 1861 a 1865, diferente a las luchas armadas antes mencionadas, pues en este caso se busca separar una parte del territorio de una nación (Texas y otros estados del sur de ese caso).
En el Continente Americano hubo tres movimientos revolucionarios en el siglo XX: La Revolución Mexicana (1910); la Revolución Cubana (1957) y la Revolución en Nicaragua (1976).
En México, el pueblo se levantó en armas para derrocar a Porfirio Díaz, lográndose transformar la estructura política y social del país a partir de una nueva Constitución en 1917, que actualmente nos rige, si bien con toda una serie de reformas que se le han venido haciendo desde entonces a la fecha.
Las otras dos revolucionarias mencionadas fue la de Cuba, que tuvo como objetivo derrocar a Fulgencio Batista, y en Nicaragua a Anastasio Somoza, quienes eran considerados sendos tiranos por sus compatriotas, pero sólo sirvieron para dar paso a instaurarse a otro dictador (Fidel Castro y Daniel Ortega), respectivamente.
Recientemente entró en operación otro tipo de movimiento liberal, en este caso no armado, llamado Revolución de las Conciencias, colocando a México a la vanguardia en la transformación pacífica del país, mediante un proceso que favorece la participación ciudadana en los asuntos de la vida pública, según la opinión de algunos politólogos, y para otros significando un retroceso.
Este movimiento, denominado Cuarta Transformación, fue proyectado y llevado a cabo por Andrés Manuel López Obrador durante el sexenio que recientemente concluyó y que continúa la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, dándole el rubro de “Segundo Piso de la 4T.”
No es nuestro propósito exaltar virtudes o señalar la existencia de posibles fallas de ese nuevo movimiento político, pues se requiere de otro artículo, pues en esta ocasión abordamos solamente la existencia de las revoluciones violentas y las pacíficas, para que cada lector deduzca la conveniencia de una y otra, según su propio parecer.
¡Hasta la próxima!