Jorge Arturo Estrada García.
“El destierro no es un castigo, sino un puerto de refugio contra el castigo”.
Cicerón.
“No puedes convencer a un creyente de nada, porque sus creencias no están basadas en evidencia, están basadas en una enraizada necesidad de creer”.
Carl Sagan.
El país se cimbra. Son tiempos de tormentas. Desde las sombras el presidente acecha. Infatigable, mueve las piezas. El cambio de régimen es un hecho. La transformación ya está instalada. El morenismo, ya es un gobierno casi absoluto. Sin embargo, ahora es el tiempo del obradorismo. Andrés Manuel ya lo implementa. A su hijo, Andy, ya se le percibe como el aspirante para la Silla del Águila, en el 2030. Simultáneamente, la presidenta, Claudia Sheinbaum intenta hacer despegar su gobierno. El factor Trump le estorba. El factor López Obrador, la ha estado lastrando. El tabasqueño no se decide a dejar su proyecto y va por más. Entonces, se asoma una disyuntiva: buscar aumentar su poderío personal, o aceptar un exilio voluntario.

La herencia de AMLO es tóxica. Es un legado envenenado que está siendo usado por el mandatario estadounidense, Donald Trump, para imponer sus condiciones, a México, respecto a los temas que le importan. El tráfico de drogas y de personas es una bandera electoral del estadounidense. Los cárteles mexicanos ya son clasificados como terroristas por Estados Unidos. Hay políticos morenistas en la mira de la Casa Blanca, expresan los enterados.
De esta forma, Claudia ha sido forzada a atacar a grupos delincuenciales, decomisar estupefacientes, destruir laboratorios, vigilar las fronteras con más guardias civiles y encarcelar y deportar a personajes, involucrados en exportar personas y drogas. Donald Trump parece medianamente satisfecho. No obstante, en lo interno, el anterior inquilino de Palacio aprovecha las oportunidades para consolidar sus proyectos de futuro.
Es así, que AMLO ya opera para ganar el Poder Judicial, en junio próximo. Lo quiere para su proyecto personal de poder. Morena, ya es suyo, y será el brazo electoral del obradorismo que se consolida, no del morenismo. Los 10 millones de nuevos miembros, que conseguirá Andrés Manuel López Beltrán, fortalecerán sus planes y servirán de contrapesos a las rijosas tribus de experredistas y exprianistas. Actualmente, hay una lucha interna entre los que se asumen obradoristas y los claudistas. Se dice que es atizada por el tabasqueño y sus personeros.
Es evidente, que la presidenta ha sido desafiada y derrotada varias veces en sus primeros seis meses de gobierno. Eso, se percibe desde los nombramientos del gabinete y hasta en las iniciativas de reformas a las leyes. Algunos opinadores ya establecen dos frentes en pugna, casi abierta. Morena no tiene la disciplina del viejo PRI, del invencible. Del que operaba sus relevos con eficiencia y castigaba con dureza a quienes intentaban saltarse las trancas. El tabasqueño lo sabe y quiere sacar provecho.
Se habla de un rompimiento en las alturas. Algunos le llaman rompimiento, otros lo denominan “la emancipación de Claudia” con su mentor y Jefe Político. Sin embargo, es difícil creer que ella se atreva, señalan otros. Lo mejor sería que Andrés Manuel se moderase y optara por un claro autoexilio, como lo hicieron otros expresidentes de México, señalan otros.
Sin embargo, son tiempos de tormentas. México se cimbra con las ambiciones de Trump y de Andrés Manuel. En esta ocasión, el poder presidencial, aún, no alcanza para someter al tabasqueño. Para él la cárcel y la persecución política lo consolidarían como un héroe histórico, si fuera perseguido por los gringos y los claudistas. Eso parece impensable, en este momento. A él, el “Pueblo Bueno” sí saldría a defenderlo a las calles y plazas. Claudia aun es percibida como una persona que fue colocada en la presidencia por Andrés Manuel, para continuar con el obradorismo.
Es estos, meses de arranque, ella obedeció con las reformas que determinan el cambio de régimen. Ya no habrá democracia, el autoritarismo se impone. Las mayorías legislativas abren la puerta a modificaciones mayores. Esto favorece a AMLO y a sus planes políticos sucesorios. Él quiere a Andy en la Silla del Águila, y será difícil que alguien en este país se lo impida,
El expresidente dejó sembrado el camino de enemigos políticos que esperan verlo caer en desgracia. Ponen sus esperanzas en el factor Trump, para que López Obrador se decida por exiliarse y de plano renunciar a sus ambiciones. Los analistas discuten si esto ya es un Maximato o será un rompimiento tajante.
El destino de los expresidentes mexicanos ha sido trágico, drástico y complicado. Al primer mandatario surgido de la revolución, del sufragio efectivo, Francisco I Madero, lo asesinaron, en 1913, por órdenes de Victoriano Huerta, aliado a los estadounidenses. Una nueva revolución, encabezada por coahuilenses y sonorenses, lo expulsó del poder y del país, murió en el exilio de cirrosis hepática, en El Paso, Texas en 1916.
Luego, Venustiano Carranza, llegó a la presidencia, en 1920 intentó organizar elecciones y fue asesinado por uno de sus generales, Álvaro Obregón. Este sonorense, logró reelegirse, pero fue asesinado en 1928, luego de reelegirse. Entonces, Plutarco Elías Calles ocupó la Silla del águila y gobernó de 1929 a 1930, luego construyó un período que se conoce como Maximato que se extendió de 1928 a 1934, se le reconoció como el «Jefe Máximo de la Revolución», él intervino abiertamente en los gobiernos de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez.
Luego, Lázaro Cárdenas llegó al Palacio Nacional, en 1934, en 1936 se sacudió a Calles subiéndolo a un avión, de noche y en piyamas con destino a California. Décadas después, Gustavo Díaz Ordaz, en 1970 decidió ser embajador en España, tal vez perseguido por los fantasmas de la matanza de Tlatelolco de 1968. Su sucesor, Luis Echeverría gobernó un tórrido sexenio de 1970 a 1976, al término de su gestión fue designado embajador en Australia, al otro lado del mundo. Su sucesor, José López Portillo, se refugió en su mansión de la Colina del Perro, en la capital del país, y cortó su vida pública; Miguel de la Madrid, hizo un discreto retiro.
Carlos Salinas de Gortari tuvo un tórrido final de sexenio. Su sucesor Ernesto Zedillo lo culpó de la crisis de 1994, también encarceló a Raúl Salinas, su hermano mayor. Carlos inició una huelga de hambre, en un barrio popular de Monterrey, y luego partió al exilio en Irlanda. En el año 2000, Zedillo aceptó la derrota del PRI, ante el neopanista Vicente Fox y se auto exilió en Estados Unidos como consultor y académico.
En la actualidad Fox está en su rancho en Guanajuato. Su sucesor, panista, Felipe Calderón radica en Madrid y aun es el personaje odiado de López Obrador. También, en España, radica el priista Enrique Peña Nieto viviendo, como magnate y sin molestias, él traicionó a todos y le entregó el país a AMLO, para salvar su pellejo.
En estos días, López Obrador, ha construido un misterio en torno a su lugar de residencia y generado un debate sobre su ausencia o presencia en la vida nacional. Salvo en los cargos menores, los que no le importaban, el tabasqueño impuso a su gente en cargos estratégicos. Lo mismo pasa en el poder legislativo. Ahora va por el Poder Judicial. Transitar el séptimo año, es algo difícil para ciertos personajes. Veremos.