Samuel Cepeda Tovar.
A muchos les gana la aversión emocional hacia el presidente de la república. De las propuestas presentadas por el presidente tras el regreso del avión presidencial con respecto a la venta del mismo; el relacionado con la posibilidad de la rifa provocó mofa, críticas viscerales que señalaban como desquiciado al presidente, o como un bufón que de pronto no encuentra la salida ante un problema que él mismo generó.
Sí, era tan simple darle uso al avión presidencial, era tan simple señalar al gobierno anterior como el culpable de la adquisición de tan ostentosa nave y darle el uso respectivo, al cabo que las labores del presidente que le exigen traslados casi diarios a todo el país justificaban plenamente el uso de la aeronave.
Sí, era simple, pero lo que no entienden los detractores, es que no se trata solo de un avión caro, sino de un simbolismo, pernicioso si me permite el adjetivo; oprobioso también, porque este avión significa el derroche de recursos solo porque hay para poder gastar, pero la abyección va más allá; pues hacer un gasto de más de 200 millones de dólares, en un país con más de la mitad de sus habitantes en pobreza; millones de mexicanos desempleados y, según Animal Político, de acuerdo con seis indicadores, el Observatorio laboral señala que ocho de cada 10 personas que trabajan con salario y para un empleador carecen de condiciones dignas de trabajo, de manera que 25.6 millones de personas, el 80 por ciento, no tienen un trabajo digno; además de que poco más de la mitad de las personas que trabaja con salario y para un empleador tienen un salario insuficiente, de manera que el salario de 15.6 millones de personas no es suficiente para el costo de la canasta básica; podemos colegir entonces que bajo estas cifras, dilapidar recursos en un avión presidencial tan ostentoso, que además de su costo original, se invirtieron en el mismo otros 200 millones de dólares más solo para hacerle modificaciones extras, es un hecho lastimoso que ofende a los millones de mexicanos hundidos en la desesperanza y la agonía de una vida miserable.
No, no se trata de un hecho menor, y es fácil hacer señalamientos cuando se tiene un sueldo catorcenal o quincenal seguro, sobre todo si es del sector público, que alcanza para una vida más que digna, para poder costear un buen coche, viajes familiares, salidas al cine, a restaurantes; sí, es fácil hacer señalamientos desde esta trinchera y decir que es una “payasada” intentar vender un avión, que el presidente se debería poner a trabajar, como si en verdad no lo hiciera, como si los símbolos no tuvieran sentido, como si la ignominia no se presentara en la forma de despilfarro enfrente de mexicanos hambrientos.
Patéticos se ven todavía aquellos que señalan la existencia de cortinas de humo, cuando la intención de la venta del avión viene desde la campaña electoral del entonces candidato, lo cual anula inmediatamente la teoría de la cortina. Los símbolos dicen mucho; el haber quitado el nombre de Gustavo Díaz Ordaz del metro de la Ciudad de México nos dice que estamos hartos ya del autoritarismo; Gertz nos dice que “la realidad, cuando es compleja, es interpretada a través de los símbolos que nuestras mentes son capaces de captar”, y la venta del avión no es más que un símbolo que nos dice que ya estamos hartos de un gobierno que dilapida, que derrocha, que no es empático con las carencias de millones, y que su eficiencia no es proporcional al avión en que desempeñaban sus labores. El avión se irá, para que el símbolo cierre su ciclo.